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– La única manera de darme las gracias es haciendo algo por ti misma, Maddy. Cuento con ello. Y si me necesitas, me encontrarás aquí -dijo apuntando su número de teléfono en un papel.

Maddy guardó el papel en el bolso, volvió a darle las gracias, lo besó en la mejilla y corrió hacia el edificio. Sería su primer programa con Brad Newbury, y aún debía cambiarse, peinarse y maquillarse. Bill se quedó mirándola, asombrado por todo lo que le había contado. Era difícil imaginar que una mujer como esa pudiese dejarse intimidar por su marido, o que creyera que abandonarlo equivalía a volver a vivir en una caravana y quedarse sin amigos y sin trabajo. Nada más lejos de la verdad, pero Maddy no lo sabía. Era una demostración cabal de que todo lo que había dicho Eugenia Flowers sobre los malos tratos psicológicos era verdad, pero Bill no terminaba de creerlo.

Mientras él se alejaba, Maddy se dirigió a la sala de maquillaje.

Brad Newbury estaba allí, y Maddy lo observó mientras lo peinaban y maquillaban. Parecía un hombre increíblemente arrogante, y ella aún no podía creer que Jack lo hubiese contratado. Él hizo un esfuerzo para ser amable con ella, y charlaron amigablemente mientras la peinaban. Le dijo que estaba encantado de trabajar con ella, pero se comportaba como si le estuviese haciendo un favor. Por pura cortesía, Maddy respondió que también sería un placer para ella. Sin embargo, echaba de menos a Greg y se sorprendió pensando en él y en Bill Alexander mientras regresaba a su despacho para cambiarse de ropa. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer con Jack, pero ahora no tenía tiempo de pensar en eso. Saldría en antena en menos de tres minutos. Llegó al plató a último momento. Apenas si tuvo tiempo para recuperar el aliento cuando empezó la cuenta atrás.

Cuando salieron al aire, Maddy presentó a Brad y empezaron el programa. Él hablaba con sequedad y frialdad, y aunque en el transcurso del informativo Maddy tuvo que reconocer que era un hombre inteligente y culto, sus estilos eran tan diferentes que parecían fuera de sincronía, totalmente opuestos el uno al otro. Ella era afable, cálida y campechana, mientras que él era altivo y distante. No había un ápice de la armonía y complicidad que había compartido con Greg, y Maddy no pudo por menos que preguntarse si los índices de audiencia reflejarían ese hecho.

Permanecieron en el plató, conversando, hasta la hora del segundo informativo. Esta vez las cosas salieron un poco mejor, aunque no lo suficiente para impresionar a nadie. En opinión de Maddy, el programa había sido tedioso, y el productor tenía un aspecto ceñudo cuando ella salió del plató. Jack le había mandado decir que tenía una reunión y que le dejaba el coche. Pero en el último momento Maddy decidió dar un paseo y tomar un taxi. Era una noche templada y todavía había luz, pero ella tenía la extraña sensación de que alguien la seguía. Se dijo que era una paranoica. Después de un día angustioso, su imaginación se estaba desbordando. Empezó a cuestionar las conclusiones a las que había llegado y se sintió desleal con Jack por las cosas que le había dicho a Bill. Tal vez Jack no fuese culpable de sus acusaciones; había miles de explicaciones para su conducta.

Al bajar del taxi vio dos policías cerca de su casa y un coche sin identificación aparcado junto a la acera. En el camino hacia la puerta, los detuvo y les preguntó qué pasaba.

– Solo estamos echando un vistazo por el barrio -respondieron con una sonrisa.

Pero dos horas después vio que seguían allí, y se lo comentó a Jack cuando volvió, a medianoche.

– Yo también los vi. Por lo visto, uno de nuestros vecinos tiene un problema de seguridad. Dijeron que estarían un rato más por aquí y que no nos preocupásemos. Puede que el juez del supremo, el que vive más abajo, haya recibido una amenaza de muerte. Sea como fuere, el barrio es más seguro con la policía cerca.

Pero luego la riñó por no haber viajado con el chófer y tomado un taxi. Le dijo que quería que usase el coche siempre que saliera.

– No es para tanto. Solo quería dar un paseo -respondió, pero se sintió súbitamente incómoda con él.

Si Jack era como ella pensaba, ni siquiera podía saber cómo hablarle. De inmediato volvió a sentirse culpable. Había sido muy atento al dejarle el coche.

– ¿Qué tal ha ido el programa con Brad? -preguntó él mientras se metía en la cama.

Maddy se preguntó si tendría intención de hacerle el amor y se echó a temblar. Solo sabía que no lo deseaba.

– A mí me pareció aburrido -respondió-. No es desagradable, pero tampoco muy ameno. Vi la cinta del informativo de las cinco, y le faltaba vida.

– Pues pónsela tú -replicó con brusquedad, cargando la responsabilidad sobre sus hombros.

Maddy lo miró como si fuese un completo desconocido. Ni siquiera sabía qué decirle. ¿Cuál era la verdad? ¿Jack la maltrataba, o simplemente le gustaba controlar su vida porque la amaba? ¿Qué había hecho de malo? ¿Darle una carrera fabulosa, una casa espectacular, un coche y un chófer para ir al trabajo, ropa bonita, joyas maravillosas, viajes a Europa y un avión privado que ella podía usar para ir de compras a Nueva York cuando le diese la gana? ¿Estaba loca? ¿Por qué si no había imaginado que él la maltrataba? Empezaba a decirse que lo había inventado todo, que había sido una deslealtad pensar siquiera en ello, cuando él apagó la luz y se volvió hacia ella eon una extraña expresión en la cara. Sonriéndole, tendió una mano y le acarició un pecho; acto seguido, antes de que ella pudiese detenerlo, la agarró con tanta fuerza que ella gimió y le suplicó que parase.

– ¿Por qué? -preguntó él con un dejo cruel y luego rió-. ¿Por qué, pequeña? Dime por qué. ¿No me quieres?

– Te quiero, pero me haces daño… -respondió con lágrimas en los ojos. Él le levantó el camisón, revelando el resto de su cuerpo, y se hundió entre sus piernas, haciéndola gemir de excitación. Era el juego de costumbre: alternar dolor con placer-. ¡Esta noche no quiero hacer el amor -musitó.

Pero él no la escuchó. Cogiéndola por el pelo, le echó la cabeza atrás, le besó el cuello con una sensualidad que la hizo estremecerse de pies a cabeza y luego la penetró con tanta fuerza que Maddy temió que fuese a desgarrarla. Gritó ante sus violentas embestidas, y mientras le clavaba las uñas para obligarlo a detenerse, él se volvió tierno otra vez, de manera que permaneció entre sus brazos, llorando de desesperación, hasta que él se corrió con frenesí.

– Te quiero, pequeña -murmuró en su cuello.

Maddy se pregunto qué significaban esas palabras para Jack y si alguna vez conseguiría escapar de él. Había algo violento y aterrador en sus relaciones sexuales. Eran una forma sutil y familiar de asustarla, aunque ella nunca las había interpretado de esa manera. Sin embargo, ahora sabía que el amor de su marido encerraba un gran peligro.

– Te quiero -repitió él, esta vez con voz somnolienta.

– Yo también -murmuró ella mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Y lo terrible es que era verdad.

Capítulo9

Aún había dos policías en la puerta cuando Jack y Maddy salieron rumbo el trabajo al día siguiente, y en las oficinas, los controles de seguridad parecían más estrictos que nunca. Pedían identificación a todo el mundo, y Maddy tuvo que pasar tres veces por el detector de metales para convencer a los guardias de que lo que hacía sonar la alarma era su pulsera.

– ¿Qué está pasando aquí? -le preguntó a Jack.

– Pura rutina, supongo. Puede que alguien se haya quejado de que nos estábamos descuidando.

Sin dar más relevancia al asunto, Maddy subió a encontrarse con Brad. Habían acordado que se reunirían para trabajar en la presentación. Sus estilos eran tan diferentes que ella había sugerido que ensayasen con el fin de adaptarse el uno al otro. Contrariamente a lo que pensaba Jack, presentar un informativo era algo más que leer las noticias en el teleprompter.