También estaba allí al día siguiente, cuando Maddy salió a comer con Bill. Se encontraron en la puerta de la cadena y fueron al restaurante 701, en Pennsylvania Avenue, sin hacer nada para ocultarse. Ambos trabajaban en la comisión de la primera dama, y Maddy sabía que ni siquiera Jack podía quejarse de que se reuniera con él.
Comieron bien y conversaron sobre una gran variedad de temas. Ella comentó su conversación con la doctora Flowers y le dijo que se había mostrado muy comprensiva.
– Espero que te ayude -dijo Bill con preocupación. Sabía que Maddy estaba en una situación delicada y sentía miedo por ella.
– Yo también. Algo ha cambiado entre Jack y yo -le explicó a Bill, como si intentara explicárselo a sí misma.
Aunque todavía no lo conseguía. En sus relaciones con Jack había una tensión nueva. La doctora Flowers le había dicho que se debía a que él intuía que Maddy empezaba a distanciarse y que haría todo lo posible para recuperar el control sobre ella. Cuanto más independiente y sana fuese la actitud de Maddy, más se disgustaría su marido. La psicóloga le había advertido que tuviese cuidado. Hasta los acosadores no violentos podían cambiar de táctica en cualquier momento, y Maddy había notado esos cambios en Jack con anterioridad.
Ella y Bill hablaron largo y tendido. Él dijo que tenía que ir a Martha's Vineyard la semana siguiente, pero no quería dejarla.
– Te daré mi número de allí antes de marcharme. Si pasa algo, volveré.
Era como si se sintiese responsable de ella, sobre todo ahora que sabía que no tenía ningún amigo aparte de Greg, que se había marchado a trabajar a Nueva York.
– Estaré bien -respondió Maddy. No estaba muy convencida de ello, pero no quería agobiar a Bill con sus problemas.
– Ojalá pudiese creerte. -Estaría fuera dos semanas, durante las cuales se proponía terminar el libro. Además, estaba impaciente por salir a navegar con sus hijos. Era un forofo de la navegación-. Me gustaría que vinieses a visitarnos. Te gustaría. Martha's Vineyard es un lugar precioso.
– Me encantaría. Pensábamos ir a pasar unos días a la granja de Virginia, pero Jack está tan ocupado con sus reuniones con el presidente que últimamente no vamos a ninguna parte. Salvo por el viaje a Europa, claro.
Escuchándola, Bill se preguntó cómo era posible que el propietario de una cadena de televisión y un hombre tan cercano al presidente maltratara a su esposa, y que una mujer de éxito, bien pagada, hermosa e inteligente, se lo permitiese. Tal como había dicho la doctora Flowers, era un azote que afectaba por igual a personas de todas las clases, condiciones y niveles educativos.
– Espero que cuando vuelva hayas hecho algo para salir de esta situación. Estaré preocupado por ti hasta que des ese paso -dijo mirándola con seriedad.
Maddy era tan hermosa, honrada, afectuosa y encantadora que Bill no podía entender cómo era posible que alguien deseara hacerle daño. Disfrutaba con su compañía y empezaba a acostumbrarse a hablar con ella todos los días. Su amistad se estaba convirtiendo en un vínculo muy estrecho.
– Si tu hija viene a visitarte a Washington, me encantaría conocerla-dijo Maddy con dulzura.
– Creo que te caerá bien -respondió Bill con una sonrisa.
Se le antojaba extraño pensar que su hija y Maddy tenían la misma edad, pues sus sentimientos hacia esta última comenzaban a adquirir un cariz diferente. La veía mas como mujer que como niña, y en muchos sentidos era más sofisticada que su hija. Maddy había vivido incontables experiencias, no todas agradables. Para él no era una contemporánea de su hija, sino una amiga y compañera.
Eran las tres de la tarde cuando salieron del restaurante. Al llegar a la cadena, Maddy vio a una bonita joven de larga melena oscura en el vestíbulo. La chica la miró a los ojos, y Maddy tuvo la extraña sensación de que la conocía, aunque no sabía de dónde. La joven dio media vuelta, como si hubiera querido ver a Maddy sin que esta la reconociera. En cuanto Maddy subió en el ascensor, la chica preguntó por el despacho de la señora Hunter. El guardia de seguridad la envió a las oficinas de Jack. Esas eran las reglas: todo el que preguntara por la señora Hunter debía pasar previamente por el despacho de Jack, aunque Maddy no lo sabía. Nadie se lo había dicho. Y las personas que iban a verla no se extrañaban. Al fin y al cabo, era un procedimiento de seguridad razonable.
La joven de la minifalda subió en el ascensor hasta las oficinas de Jack, donde una secretaria le preguntó en qué podía servirla.
– Me gustaría ver a la señora Hunter -dijo la chica, que aparentaba poco más de veinte años.
– ¿Es un asunto personal o profesional? -preguntó la secretaria mientras escribía una nota.
La joven, que se llamaba Elizabeth Turner, titubeó antes de responder:
– Personal.
– La señora Hunter no puede recibir a nadie hoy. Está demasiado ocupada. Si quiere explicarme el motivo de su visita o dejar una nota, yo me encargaré de transmitirle el mensaje.
La chica pareció decepcionada, pero aceptó el papel que le tendía la secretaria y escribió una nota. Cuando se la entregó a la secretaria, esta la abrió, le echó un vistazo y se puso de pie con súbito nerviosismo.
– ¿Le importaría esperar un momento, eh… señorita Turner?
La chica asintió con un gesto y la secretaria desapareció. Menos de un minuto después, le enseñaba la nota a Jack. Él miró el papel y a su secretaria con furia.
– ¿Dónde está? ¿Qué diablos hace aquí?
– Está en la recepción, señor Hunter.
– Hágala pasar.
La mente de Jack era un torbellino mientras decidía qué hacer. Esperaba que Maddy no hubiese visto a la joven, aunque daba lo mismo, pues no la reconocería.
Instantes después, la joven entró en el despacho, Jack la miró con expresión fría y distante, pero esbozando una sonrisa cargada de significado. Maddy no sabía absolutamente nada de esa chica.
Capítulo11
Maddy se escabulló para acudir a su cita con la doctora Flowers. El único que sabía que iba a verla era Bill Alexander. La psicóloga tenía el mismo aire maternal y sereno que el día que se habían conocido en la Casa Blanca.
– ¿Cómo está, querida? -dijo con tono afectuoso.
Por teléfono, Maddy le había explicado sucintamente la situación con Jack, pero sin entrar en detalles.
– El otro día aprendí mucho de usted -dijo, sentándose en uno de los cómodos sillones de piel.
Daba la impresión de que el acogedor consultorio había sido amueblado con objetos de segunda mano. Nada combinaba; el tapizado de los sillones estaba ligeramente raído y todos los cuadros parecían pintados por niños. Pero el ambiente pulcro y cálido hizo que Maddy se sintiese sorprendentemente cómoda, como en su casa.
– Soy el producto de una familia conflictiva: mi padre pegaba a mi madre todos los fines de semana, cuando se emborrachaba. Y a los diecisiete años me casé con un hombre que me hizo le mismo -dijo en respuesta a las preguntas de la doctora sobre su pasado.
– Lamento oír eso, querida. -La doctora Flowers demostraba interés y preocupación, pero su tono maternal contrastaba con sus ojos, que parecían capaces de verlo y entenderlo todo-. Sé cuánto se sufre en esa situación, y no solo físicamente, pues siempre quedan secuelas de otra clase. ¿Cuánto tiempo estuvo casada?
– Nueve años. No abandoné a mi marido hasta después de que me rompiese una pierna y los dos brazos. También tuve seis abortos.
– Doy por sentado que se separó de él. -Sus sabios ojos miraron fijamente a Maddy.
Esta asintió con aire pensativo. El solo hecho de hablar del asunto le traía a la memoria dolorosos recuerdos. Aún podía ver a Bobby Joe con el aspecto que tenía el día que lo había abandonado.