Выбрать главу

– Escapé. Vivíamos en Knoxville. Jack Hunter me rescató. Compró la cadena de televisión donde yo trabajaba entonces y me ofreció un puesto aquí. Fue a recogerme en una limusina. Y en cuanto llegué aquí, me divorcié de mi marido. Jack y yo nos casamos dos años después, cuando salió la sentencia de divorcio.

La doctora Flowers no estaba interesada únicamente en las palabras: oía mucho más de lo que la gente le decía. Tras cuarenta años de experiencia con mujeres maltratadas, detectaba todas las señales, a veces incluso antes que sus pacientes.

– Hábleme de su actual marido -pidió en voz baja.

– Jack y yo llevamos siete años casados, y él se ha portado bien conmigo. Muy bien. Me ayudó a estabilizarme profesionalmente, y vivimos rodeados de lujos. Yo le debo un trabajo estupendo, y tenemos una casa, un avión, una granja en Virginia que… bueno, en realidad es suya… -Dejó la frase en el aire.

La doctora la miraba con atención. Conocía las respuestas a sus preguntas antes de formularlas.

– ¿Tienen hijos?

– Él tiene dos de su matrimonio anterior y no quiso más cuando nos casamos. Lo discutimos con calma, y él decidió… ambos decidimos que debía hacerme ligar las trompas.

– ¿Y ahora se alegra o se arrepiente de esa decisión?

Era una pregunta directa y merecía una respuesta sincera.

– A veces me arrepiento. Cuando veo un niño pequeño… desearía haber tenido uno. -Súbitamente, sus ojos se llenaron de lágrimas-. Pero supongo que Jack estaba en lo cierto. No tenemos tiempo para hijos.

– El tiempo no tiene nada que ver -dijo en voz baja la doctora Flowers-. Es una cuestión de deseo y necesidad. ¿Siente que necesita un hijo, Maddy?

– De vez en cuando, sí. Pero ya es demasiado tarde. Pedí que me cortaran las trompas además de ligármelas, por si acaso. Es una operación irreversible -explicó con voz cargada de tristeza.

– Podría adoptar un niño si su marido estuviese de acuerdo. ¿Lo estaría?

– No sé -respondió Maddy con voz, ahogada.

Sus problemas eran mucho más complicados. Por teléfono los había explicado a grandes rasgos.

– ¿No sabe si estaría de acuerdo en adoptar un niño? -La doctora parecía sorprendida. No se esperaba esa respuesta de Maddy.

– No; me refería a mi marido. Y a lo que usted dijo el otro día. Se sumó a lo que acababa de decirme un colega. Yo… él pensaba… yo pienso… -Con los ojos anegados en lágrimas, finalmente lo dijo-: Mi marido me maltrata. No me pega como el anterior. Jamás me ha puesto la mano encima. Bueno, hace poco me sacudió, y cuando hacemos el amor es… en fin, bastante brusco, pero no creo que lo haga adrede. Simplemente es muy apasionado… -Se detuvo y miró a la doctora Flowers a los ojos. Tenía que decirle la verdad-. Antes pensaba que era vehemente, pero no… es cruel y me hace daño. Creo que intencionalmente. Me controla constantemente y toma todas las decisiones por mí. Me llama «escoria», me recuerda que me falta educación y dice que si me despidiese, nadie me contrataría y me quedaría en la calle. No deja que me olvide de que me rescató. No me permite tener amigos; me mantiene aislada. Me miente, me menosprecia y hace que me sienta como un ser insignificante. Me humilla y últimamente me asusta. Se está volviendo cada vez mas violento en la cama y me amenaza. Antes no quería reconocerlo, pero es la clase de hombre que usted describió el otro día. -Las lágrimas continuaban deslizándose por sus mejillas mientras hablaba.

– Y usted se lo permite -dijo la doctora Flowers en voz queda-, porque piensa que él tiene razón, que usted se lo merece. Cree que lleva consigo un desagradable secreto, un secreto tan terrible como él dice, y que si no hace exactamente lo que él le ordena, todo el mundo lo descubrirá. -Maddy asintió. Era un alivio oír esas palabras, porque describían sus sentimientos a la perfección-. ¿Y qué piensa hacer ahora que es consciente de lo que ocurre? ¿Quiere seguir con él?

Maddy no tuvo miedo de responder la verdad, por muy absurda que pareciese.

– A veces sí. Lo quiero. Y me parece que él también me quiere. No dejo de pensar que si entendiese lo que me está haciendo, cambiaría de actitud. Tal vez si yo lo amara más, o si pudiese ayudarle a entender que me hiere, él dejaría de comportarse de esa manera. Creo que en el fondo no desea hacerme daño.

– Es posible, pero poco probable -repuso la psicóloga mirándola fijamente. No estaba juzgándola. Simplemente estaba abriendo puertas y ventanas. Deseaba presentarle la situación desde una óptica diferente-. ¿Y si quisiera hacerle daño? ¿Si usted supiera que esa es su intención? ¿Incluso así desearía seguir con él?

– No lo sé… quizá. Me da miedo dejarlo. ¿Y si tiene razón? ¿Y si no consigo encontrar otro trabajo? ¿Y si nadie más me quiere?

La doctora Flowers se maravilló de que esa exquisita criatura pensase que nadie estaría dispuesto a amarla o a darle un empleo. Pero nadie la había querido: ni su primer marido, ni sus padres, ni Jack Hunter. Eso estaba claro. Aunque no era culpa de Maddy, había elegido hombres que solo deseaban hacerle daño. Sin embargo, aún no era consciente de ello. Y la doctora lo sabía.

– Todo me parecía tan sencillo. Cuando dejé a Bobby Joe, pensé que no permitiría que volvieran a maltratarme. Me prometí que nadie me pegaría otra vez. Y Jack no lo hace. Al menos con las manos.

– Pero no es tan sencillo, ¿no? Hay otras formas de maltrato que pueden ser incluso más destructivas, como las que usa él cuando arremete contra su alma y su autoestima. Si se lo permite, la destruirá, Maddy. Es lo que se propone, lo que usted le ha permitido hacer durante siete años. Y si lo desea, puede seguir permitiéndoselo. No es preciso que lo deje. Nadie la obligará a dar ese paso.

– Los dos únicos amigos que tengo insisten en que lo abandone. Dicen que de lo contrario me destruirá.

– Es muy posible. De hecho, casi seguro. Ni siquiera necesita hacerlo personalmente. Con el tiempo, usted lo hará por el. -Era una perspectiva aterradora-. O se marchitará por dentro. Lo que sus amigos sugieren no es inconcebible. ¿Ama lo suficiente a su marido para correr ese riesgo?

– No lo creo… No quiero hacerlo… Pero tengo miedo de dejarlo y después… -reprimió un sollozo- echarlo de menos. Vivimos muy bien. Me gusta estar con él.

– ¿Cómo la hace sentir cuando están juntos?

– Importante. Bueno… no… no es verdad. Hace que me sienta tonta y afortunada por estar con él.

– ¿Y es usted tonta?

– No. -Maddy rió-. Solo con los hombres de los que me enamoro.

– ¿Hay algún otro hombre en estos momentos?

– No… Bueno, no tengo ningún amante. Bill Alexander es un buen amigo… Le conté todo lo que pasaba el día que usted habló ante la comisión.

– ¿Y qué opina él?

– Que debería hacer las maletas lo antes posible y marcharme antes de que Jack me haga algo horrible.

– Ya lo ha hecho, Maddy. ¿Y qué me dice de Bill? ¿Está enamorada de él?

– No lo creo. Solo somos buenos amigos.

– ¿Su marido lo sabe? -La doctora parecía preocupada.

– No… no lo sabe -respondió con cara de inquietud.

Flowers la miró largamente.

– Ha de recorrer un largo camino para ponerse a salvo, Maddy. E incluso cuando lo haya conseguido, a veces deseará volver atrás. Echará de menos a su marido y las cosas que él le hace sentir. No recordará los malos momentos; solo los buenos. Los hombres que maltratan son muy listos: el veneno que dan es tremendamente potente. Hace que las mujeres deseen más, porque los buenos momentos son fabulosos. Pero los malos son horribles. En cierto modo, es como dejar las drogas, el tabaco o cualquier clase de adicción. Los malos tratos, por terribles que parezcan, crean dependencia.

– Le creo. Estoy tan acostumbrada a Jack que no imagino la vida sin él. Aunque a veces lo único que quiero es huir y ocultarme en algún sitio donde no pueda tocarme.