– Lo que debe hacer, y sé que le parecerá difícil, es armarse de valor para que él no pueda tocarla donde quiera que esté, porque usted se lo impedirá. Ha de salir de usted, porque nadie puede protegerla del todo. Los amigos pueden ocultarla, mantenerlo a distancia, pero siempre cabe la posibilidad de que usted vuelva con él para recibir otra dosis de la droga que le da. Pero es una droga peligrosa, tanto o más que cualquier otra. ¿Se siente lo bastante fuerte para abandonarla?
Maddy asintió con aire pensativo. Eso era lo que necesitaba. Estaba segura. Lo único que necesitaba ahora era coraje.
– Si usted me ayuda… -respondió con lágrimas en los ojos.
– Lo haré. Podría llevar un tiempo; tendrá que tener paciencia consigo misma. Cuando esté preparada, dejará a su marido. Sabrá cuándo ha llegado el momento, cuándo ha tenido suficiente y se siente lo bastante fuerte para dar el paso. Entretanto tendrá que hacer todo lo posible para mantenerse a salvo e impedir que él siga haciéndole daño. Él adivinará lo que pasa, ¿sabe? Los hombres que maltratan a las mujeres son como animales salvajes: tienen los sentidos muy aguzados. Lo que debemos hacer es desarrollar los suyos. Pero si él intuye que su presa se está alejando, tratará de acorralarla, asustándola, volviéndola loca, haciéndole perder la esperanza. La convencerá de que no hay salida, de que usted no será nada sin él. Y una parte de usted le creerá. Pero el resto sabe que no es así. Aférrese a esa idea como pueda. Lo que la salvará será eso: la parte de usted que no desea ser maltratada ni herida ni rebajada. Escuche a esa voz, y haga oídos sordos a la otra.
Ni por un instante había dudado que Jack fuese un hombre violento. Lo que había oído la había convencido de ello, y ahora podía ver en los ojos de Maddy cuánto la habían herido. Pero aún podía recuperarse, salvarse; tenía muchas cosas de su parte, y la doctora Flowers sabía que tarde o temprano encontraría el camino. Pero cuando estuviese preparada; no antes. Si no hallaba la salida sola, no le serviría de nada.
– ¿Cuánto tiempo cree que tardaremos en conseguir lo que dice? -preguntó Maddy con preocupación.
Bill Alexander le había pedido que dejase a Jack el mismo día que ella le había contado lo que pasaba. Pero aún no podía hacerlo.
– Es difícil hacer cálculos o predicciones. Lo sabrá cuando esté preparada. Podría tardar días, meses o años. Depende de lo asustada que esté y de hasta qué punto está deseando creer en su marido. Le hará muchas promesas, la amenazará, intentará cualquier cosa para retenerla, igual que un traficante que ofrece una droga. En estos momentos, la droga que usted desea es el maltrato. Y cuando trate de dejarla, él se asustará y se volverá más violento.
– Suena fatal -dijo Maddy. Le avergonzaba pensar que era una adicta a los malos tratos, pero era verdad. La teoría parecía lógica y le tocaba una fibra sensible.
– No se avergüence de lo que le pasa. Muchas hemos estado en la misma situación, aunque solo las valientes lo admiten. A otras personas les resulta difícil entender que ame a un hombre que le hace esas cosas. Pero todo se remonta a un pasado muy lejano, a lo que le hicieron creer en su infancia. Al decirle que era inútil, mala e indigna de amor, imprimieron en su subconsciente un poderoso mensaje negativo. Lo que debemos hacer ahora es llenarla de luz y convencerla de que es una persona maravillosa. Y le garantizo una cosa: en cuanto se haya liberado, además de encontrar otro empleo se verá rodeada de hombres buenos y sanos, hombres que se acercarán cuando descubran que la puerta está abierta. Aunque nada de esto le importará hasta que usted lo crea.
Maddy rió ante esa perspectiva atractiva y reconfortante. Ya se sentía mejor. Confiaba plenamente en la capacidad de la doctora Flowers para sacarla del lío en que se encontraba. Y le agradecía que se mostrase dispuesta a ayudarla. Maddy sabía que la psicóloga estaba muy ocupada.
– Quiero que vuelva dentro de unos días para contarme cómo se siente. Para hablarme de usted y de él. Y le daré un número de teléfono donde podrá encontrarme día y noche. Si ocurre algo que la inquiete, si se siente en peligro, o incluso si se siente mal, llámeme. Llevo el móvil conmigo a todas partes.
La doctora era como una línea de ayuda permanente para mujeres maltratadas. Al enterarse, Maddy se sintió aliviada y agradecida.
– Quiero que sepa que no está sola, Maddy. Hay mucha gente dispuesta a ayudarla. Y solo tiene que dar este paso si lo desea.
– Lo deseo -respondió en un murmullo, con menos convicción de la que habrían esperado aquellos que la apoyaban. Pero como de costumbre, era sincera-. Por eso he venido así. Lo que pasa es que no sé cómo hacerlo. No sé cómo librarme de Jack. Una parte de mí cree que no podría vivir sin él.
– Eso es precisamente lo que él quiere que piense. Si lo necesita, podrá hacer lo que desee con usted. En una pareja sana, ninguno de los miembros toma decisiones por el otro, ni le oculta información, ni lo llama «escoria», ni le dice que no será nada si lo abandona. Eso es una forma de maltrato, Maddy. Su marido no necesita arrojarle lejía en la cara ni pegarle con una plancha caliente para maltratarla. No es preciso. Le hace suficiente daño con la boca y la mente, sin necesidad de usar las manos. Son métodos muy eficaces.
Maddy asintió en silencio.
Media hora después se marchó del consultorio y regresó al trabajo. Al entrar en el edificio, no vio a la joven de larga melena negra que estaba otra vez junto a la puerta, mirándola. Y seguía allí a las ocho, esta vez en la acera de enfrente, cuando Maddy subió al coche para volver a casa. Pero Maddy no la vio. Cuando Jack salió unos minutos después y detuvo un taxi, la joven se ocultó para que no la reconociese. Ya se habían dicho todo lo que necesitaban decirse, y la chica sabía que no conseguiría nada de él.
Capítulo12
Al día siguiente, mientras Maddy y Brad preparaban un reportaje sobre el Comité de Ética del Senado, sonó el teléfono. Maddy levantó el auricular, pero su interlocutor se limitó a escuchar sin decir nada. Por un instante, Maddy se asustó, temiendo quo fuese otro acosador o algún loco, pero luego volvió al trabajo y se olvidó del asunto.
Esa noche, en casa, ocurrió lo mismo. Maddy se lo contó a Jack, pero él no le dio importancia y dijo que sería alguien que se había equivocado de número. Bromeó con que Maddy tenía miedo de su propia sombra solo porque un loco la había estado siguiendo. Dada la popularidad de Maddy, a él no le sorprendía que hubiesen intentado atacarla. A casi todas las celebridades les pasaba lo mismo.
– Son gajes del oficio, Mad -dijo con calma-. Tú lees las noticias. Deberías saberlo.
Aunque la situación entre ellos había mejorado un poco, Maddy seguía resentida porque él no le había advertido que la estaban siguiendo. Jack había dicho que ella tenía cosas más importantes en que pensar, y que la seguridad de los profesionales de la cadena era responsabilidad de él. Sin embargo, ella seguía pensando que debía haberla puesto sobre aviso.
El lunes la llamó la secretaria privada de la primera dama para cambiar la fecha de la siguiente reunión. La primera dama debía acompañar al presidente a una cena de gala en Buckingham Palace y quería postergar la reunión para un momento que fuese conveniente para Maddy y los otros once miembros de la comisión. Maddy estaba distraída, revisando su agenda, cuando una joven entró en su despacho. Tenía una lacia melena negra y vestía tejanos y camiseta blanca, con un aspecto pulcro e impecable, a pesar de sus prendas baratas, la joven parecía muy nerviosa. Maddy alzó la vista y se preguntó quién sería y qué querría. No la había visto antes y supuso que la enviarían de otro departamento de la cadena, o que simplemente era una admiradora, en busca de un autógrafo. Maddy observó que no llevaba tarjeta de identificación y que sostenía un cesto con donuts. ¿Habría usado esa estratagema para entrar en el edificio?