– ¿Tuviste al bebé? -Parecía sorprendido, pero no escandalizado. Había una notable diferencia entre ambas cosas, y Maddy supo distinguirla.
– Lo tuve. Hasta ayer, prácticamente nadie lo sabía. Viví en otro pueblo durante cinco meses y di a luz allí. Fue una niña. -Muy a su pesar, sus ojos se llenaron de lágrimas-. Solo la vi una vez, pero me dieron una foto de ella cuando salí del hospital. Es lo único que tenía de ella, y con el tiempo la tiré porque temía que Jack la encontrase. Nunca se lo dije. Entregué a la niña en adopción, y volví a casa como si nada hubiera pasado. Bobby Joe estaba al corriente, pero no le importaba y empezamos a salir otra vez.
– ¿El padre de la niña te ayudó?
– No; se lo dije, pero él no quiso saber nada. Sus padres tenían una ferretería y pensaban que mi familia era basura. Supongo que tenían razón. Lo convencieron de que el niño podía ser de otro. Me parece que él no les creyó, pero tenía miedo de plantarles cara y prácticamente no me conocía. Lo llamé para avisarle que había nacido la niña, pero no me devolvió la llamada. Tres semanas después murió en un accidente. No sé si llegó a enterarse de que tenía una hija. Yo nunca supe quién la había adoptado -prosiguió, ligeramente agitada.
Contarle todo esto a Bill resultaba más difícil y emotivo de lo que había pensado, pero él le cogió la mano por debajo de la mesa para darle valor. Aún no sabía lo que seguiría, pero sospechaba que ella tenía necesidad de contárselo.
– En aquellos tiempos, los expedientes de adopción eran secretos. Era imposible averiguar el paradero de la niña, de manera que nunca lo intenté. Me casé con Bobby Joe cuando terminé el instituto y lo dejé ocho años después. Nos divorciamos, y me casé con Jack. Se que hice mal, pero nunca le conté lo de la niña. Fui incapaz. Temía que dejara de quererme. -Se atragantó con las lágrimas, y el camarero que esperaba para tomar el pedido se apartó discretamente-. Nunca se lo dije -repitió-. Es un episodio del pasado que yo misma me resistía a recordar. No podía soportar pensar en ello. -Bill la escuchaba con los ojos humedecidos-. Y ayer -prosiguió ella, sonriendo a través de las lágrimas y apretándole la mano- ella apareció en mi despacho.
– ¿Quién? -Aunque presentía a quién se refería Maddy, temía decirlo. Parecía demasiado extraordinario para ser verdad. Esas cosas solo ocurrían en las novelas y las películas.
– Mi hija. Se llama Lizzie. Tardó tres años en encontrarme. La pareja que la adopto murió cuando ella tenía un año, y la niña acabó en el orfanato de Knoxville, donde yo vivía, aunque no me enteré. Ojalá lo hubiese sabido -añadió con tristeza. Pero ahora se habían encontrado. Era lo único que importaba-. Ha estado en distintas casas de acogida durante todos esos años; y ahora tiene diecinueve. Vive en Memphis. Estudia, trabaja como camarera y es preciosa. ¡Ya verás cuando la conozcas! -exclamó con orgullo-. Ayer pasamos cinco horas juntas, y hoy regresaba a Memphis, pero pronto la traeré. No se lo he dicho, pero me gustaría que viviera aquí. Anoche la llamé por teléfono y… -apretó la mano de Bill y su voz se quebró- me llamó mamá.
Bill le acarició la mano. Era una historia asombrosa y le había tocado el corazón.
– ¿Cómo te encontró? -Estaba sorprendido por la sinceridad de Maddy y por el desenlace de los acontecimientos. Era el típico final feliz.
– No estoy segura. No dejó de buscarme. Creo que volvió a Garlinburg, el pueblo donde nació, para averiguar si alguien sabía algo. Tenía mi edad en la partida de nacimiento y fue a las escuelas locales hasta que encontró a una profesora que me recordaba. Esta le dijo que me llamaba Madeleine Beaumont. Lo más curioso es que nadie estableció una relación entre esa persona y Maddy Hunter. Pero han pasado casi veinte años y supongo que no hay un gran parecido entre las dos. Sin embargo, Lizzie sospechó la verdad al verme en el informativo. Nunca he hecho declaraciones públicas sobre mi pasado. No tengo motivos para estar orgullosa.
De hecho, con la ayuda de Jack, se sentía profundamente avergonzada.
– Sí, los tienes -musitó Bill, e hizo una seña al camarero para que los dejara a solas unos minutos más.
– Gracias. Bueno, creo que siguió mi pista hasta Chattanooga y de alguna manera adivinó lo que no ha adivinado ninguna otra persona. Dice que me ve en la tele y que leyó en alguna parte que mi apellido de soltera era Beaumont. Es una lectora voraz -añadió con orgullo, y Bill sonrió.
De repente, Maddy era una madre. Con diecinueve años de demora, pero mejor tarde que nunca. Y su hija había aparecido en el momento más oportuno.
– Fue a la cadena y trató de hablar conmigo, pero la enviaron a ver a Jack. -En este punto del relato, la cara de Maddy se ensombreció-. Por lo visto mi marido ha dado ordenes de que envíen a su despacho a cualquiera que pregunte por mí. Dice que es una medida de seguridad destinada a protegerme, pero ahora comprendo que es otra forma de controlarme: él decide a quién puedo o no puedo ver. Jack le mintió a Lizzie -añadió con incredulidad-. Le dijo que mi nombre de soltera no era Beaumont y que yo no procedía de Chattanooga. No sé si ella no le creyó o simplemente es tan obstinada como yo, pero ayer se las ingenió para entrar en el edificio fingiendo que vendía donuts y entró en mi despacho. Al principio temí que fuese a atacarme. Estaba muy nerviosa y tenía una expresión extraña en la cara. Luego me lo explico todo. Y ahora tengo una hija.
Su cara se iluminó con una sonrisa. Era una historia demasiado bonita para ser cierta, demasiado maravillosa para permanecer indiferente. Bill se enjugó las lágrimas.
– Es increíble -dijo-. ¿Qué ha dicho Jack? Doy por sentado que se lo contaste.
– Lo hice, y cuando le pregunté por qué no me había dicho que había hablado con Lizzie, contestó que pensaba que era una impostora y que pretendía chantajearme. Pero añadió muchas cosas sobre el hecho de que yo le hubiera ocultado la verdad. Está furioso, y supongo que tiene buenos motivos. Cometí un error; lo sé. No pretendo justificarme, pero tenía miedo. Y es posible que mis temores fueran fundados, porque ahora dice que soy una puta y me ha amenazado con despedirme. No quiere saber nada de Lizzie. Pero ahora que la he encontrado, no pienso dejarla marchar.
– Claro que no. ¿Cómo es? ¿Tan bonita como su madre?
– Mucho más, Bill. Es preciosa, dulce y encantadora. Nunca ha tenido un hogar de verdad ni una madre. Me gustaría hacer muchas cosas por ella. -Bill esperaba que fuese tan buena como pensaba su madre. Lo fuese o no, entendía que Maddy quisiera tenerla a su lado-. Jack dice que no le permitirá entrar en nuestra casa. Le preocupa el escándalo y el efecto que podría tener sobre mi imagen.
– ¿Y a ti también te preocupa?
– En absoluto -respondió con franqueza-. Cometí un error, pero mucha gente lo hace. Creo que el público lo entenderá.
– Desde el punto de vista de tu imagen, yo creo que podría ser más positivo que negativo. Sin embargo, hay cosas más importantes en juego. Es una historia conmovedora -dijo en voz baja.
– Es lo más bonito que me ha pasado en la vida. No merezco tener tanta suerte.
– Claro que lo mereces -repuso él con firmeza-. ¿Se lo has contado a la doctora Flowers?
– Sí, anoche. Se alegró mucho por mí.
– No me sorprende, Maddy, yo también me alegro. Es un regalo del cielo, y te lo mereces. Para ti habría sido una tragedia vivir toda tu vida sin hijos, y esa jovencita tiene derecho a disfrutar de su madre.
– Está tan contenta como yo.
– La reacción de Jack no me extraña. No pierde oportunidad de comportarse corno un hijo de puta. Las cosas que te dice son imperdonables. Intenta acobardarte y hacerte sentir culpable.