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– ¿Cuáles son tus planes para el otoño? -preguntó él, deseando oír que se proponía abandonar a Jack.

Ella no había dicho nada al respecto durante el almuerzo y se la veía más tranquila y contenta que nunca. Parecía que las cosas marchaban bien, pero Bill seguía preocupado por Maddy. Al igual que la doctora Flowers, temía que Jack le tendiese una nueva trampa y la mantuviese a su lado para siempre, maltratándola y confundiéndola alternativamente hasta que ella no pudiese soportarlo más. Maddy no dijo que fuese a abandonarlo.

– Me gustaría sacar a flote el programa. Los índices de audiencia han caído en picado. Pensé que era culpa de Brad, pero Jack dice que mi estilo está decayendo y que últimamente no me comunico tan bien como debería. En su opinión, mis últimos reportajes han sido muy aburridos. Quiero investigar para hacer algunas entrevistas especiales y tratar de ponerle un poco de chispa a los informativos.

Como de costumbre, Jack la culpaba de algo que no era culpa de Maddy. Bill lo sospechaba, pero ella estaba dispuesta a creerle. No es que fuese tonta; el problema era que estaba fascinada por Jack y que este era sorprendentemente persuasivo. A menos que uno conociese estas pautas de conducta, era difícil verlas. Y Maddy estaba demasiado involucrada para detectarlas.

Después de comer con Maddy, Bill sintió la tentación de llamar a la doctora Flowers. Sin embargo, sabía que la ética profesional le impediría hablar de una paciente. Y lo entendía. Solo podía observar lo que pasaba y prepararse para intervenir a la primera oportunidad de ayudarla, pero de momento no había ninguna. No quería cometer el mismo error que con su esposa y asustar al enemigo. Sabía mejor que nadie que Jack era un oponente temible, un hábil terrorista. Y lo que Bill deseaba por encima de todo era salvar a Maddy. Ojalá esta vez pudiese hacerlo.

La comisión funcionaba bien, y estaban hablando de reunirse con mayor frecuencia. La primera dama había reclutado a seis miembros nuevos, y entre todos estaban organizando una campaña de anuncios contra la violencia doméstica y los delitos contra las mujeres. Habían formado subgrupos para trabajar en seis anuncios diferentes. Bill y Maddy estaban en la subcomisión sobre violaciones, donde descubrieron auténticas atrocidades. Otro subgrupo se centraba en los asesinatos, pero ninguno de los dos había querido trabajar en él.

El fin de semana siguiente a que ambos regresaran a Washington, Lizzie regresó a la ciudad y Maddy la alojó en el Four Seasons. Invitó a Bill a tomar el té con ellas, y él se quedó impresionado con la joven. Era tan bonita como había dicho Maddy y tan brillante como su madre. Teniendo en cuenta las pocas ventajas que le había ofrecido la vida, parecía sorprendentemente culta. Le gustaba estudiar, disfrutaba de sus clases en la universidad de Memphis y era una lectora voraz.

– Me gustaría enviarla a Georgetown el trimestre que viene -dijo Maddy mientras tomaban el té en el comedor del hotel.

Lizzie parecía encantada con la idea.

– Tengo algunos contactos que podrían resultar útiles -ofreció Bill-. ¿Qué quieres estudiar?

– Política exterior y comunicaciones -respondió Lizzie sin titubear.

– Me encantaría conseguirle un contrato de prácticas en la cadena, pero me temo que no será posible -dijo Maddy con tristeza. Ni siquiera le había dicho a Jack que Lizzie estaba en la ciudad, y no pensaba decírselo. Últimamente era tan encantador con ella que no quería disgustarlo. Hablaba de llevarla a Europa otra vez en octubre, aunque Maddy aún no se lo había contado a Bill-. Si Lizzie viene a estudiar aquí, le buscaremos un pequeño apartamento en Georgetown.

– Cerciórate de que sea un lugar seguro -dijo Bill con cara de preocupación, los dos estaban alarmados ante las estadísticas de violaciones que habían llegado a conocer durante la última semana de trabajo en la comisión.

– Descuida, lo haré -asintió Maddy, pensando en lo mismo-. Quizá debería tener una compañera de piso.

Cuando Lizzie fue a empolvarse la nariz, Bill le dijo a Maddy que tenía una hija encantadora.

– Es una chica estupenda. Debes de estar orgullosa de ella -añadió con una sonrisa.

– Lo estoy, aunque no tengo derecho.

Esa noche la llevaría al teatro. Le había dicho a Jack que iba a una cena de mujeres relacionada con la comisión, y aunque a él no pareció gustarle la idea, transigió porque la primera dama estaba por medio.

Cuando Lizzie regresó a la mesa, continuaron hablando de sus estudios y de sus planes de trasladarse a Washington para estar más cerca de Maddy. Para ambas, era como un cuento de hadas hecho realidad. Bill, sin embargo, estaba convencido de que las dos lo merecían.

Eran las cinco de la tarde cuando se marchó, y unos minutos después Maddy dejó a Lizzie en el hotel y regresó a casa para ver a Jack y cambiarse de ropa. Ella y Lizzie iban a ver una nueva producción de El rey y yo, y Maddy estaba entusiasmada con la idea de llevar a la joven a ver su primer musical. Eran muchos los placeres que les quedaban por compartir, y Maddy no veía la hora de empezar.

Cuando llegó a casa, Jack estaba viendo el informativo. Hacía poco tiempo que los presentadores del fin de semana tenían mejores índices de audiencia que Brad y ella, pero Jack aún se negaba a reconocer que era culpa de Brad. Sencillamente, no tenía condiciones para presentar las noticias ante las cámaras. Con su plan para librarse de Greg, a Jack le había salido el tiro por la culata. Sin embargo, seguía insistiendo en que la culpa era de Maddy. El productor estaba de acuerdo con ella, pero no tenía agallas para decírselo a Jack. Nadie quería hacerlo enfadar.

Aunque a Jack no le gustaba salir sin su esposa los fines de semana, había hecho planes para cenar con unos amigos, y ella lo dejó cambiándose. La despidió con un tierno beso, y Maddy se alegró de verlo tan afectuoso, todo era más fácil de esta manera. Maddy empezaba a preguntarse si los malos tiempos habrían quedado atrás.

Recogió a Lizzie en un taxi y fueron directamente al teatro, donde la joven vio la obra con asombro infantil y aplaudió entusiastamente cuando cayó el telón.

– ¡Es lo mas bonito que he visto en mi vida, mamá! -exclamó con vehemencia mientras salían del teatro.

En ese momento Maddy vio por el rabillo del ojo a un hombre con una cámara, observándolas. Hubo un pequeño fogonazo, y el hombre desapareció. No había motivos para preocuparse, pensó Maddy; seguramente sería un turista que la había reconocido y quería una foto suya. Se olvido por completo del asunto. Estaba demasiado ocupada charlando con Lizzie para pensar en nada más. Pasaron una velada maravillosa.

Tomaron un taxi y Maddy dejó a su hija en el hotel. La abrazó y le prometió que volvería a la mañana siguiente para desayunar con ella. Una vez más tendría que ocultarse de Jack. Detestaba mentirle, pero pensaba decirle que iba a la iglesia porque él nunca la acompañaba allí. Después, Lizzie volaría a Memphis y Maddy pasaría el día con su marido. Todo estaba perfectamente planeado, y Maddy regresó a la casa de Georgetown sintiéndose feliz y satisfecha de sí misma.

Jack estaba en el salón, viendo el último informativo de la noche. Todavía recreándose en la dicha que había compartido con Lizzie durante la representación de El rey y yo, Maddy lo saludó con una gran sonrisa.

– ¿Lo has pasado bien? -preguntó él con inocencia cuando ella se sentó a su lado.

Maddy asintió, risueña.

– Fue interesante -mintió. Detestaba hacerlo, pero no podía contarle que había estado con Lizzie. Él le había prohibido expresamente que volviese a verla.

– ¿Quién estaba allí?

– Phyllis, desde luego, y la mayoría de las mujeres de la comisión. Es un buen grupo -respondió, deseando cambiar de tema.

– ¿Phyllis? Vaya, qué hábil es. Acaba de salir en las noticias, en un templo de Kioto. Llegaron allí esta mañana. -Maddy se limitó a mirarlo, sin saber qué responder-. Y ahora ¿por qué no me dices con quién estuviste? ¿Con un hombre? ¿Me estás poniendo los cuernos? -Le agarró el cuello con una mano y apretó con suavidad.