Cuando regresó a su casa, a mediodía, Jack aún no estaba allí. Maddy llamó a Bill y le contó lo ocurrido.
– Fue culpa mía -dijo, compungida-. No debí mentirle.
Pero Bill no estaba de acuerdo.
– Se comporta como un cabrón y encima se hace la víctima. No lo es, Maddy. Tú eres la víctima. ¿Cómo es posible que no te des cuenta?
Se sentía más frustrado que nunca. Conversaron durante casi una hora, al final de la cual Maddy parecía aún más deprimida. Por lo visto, era incapaz de entender lo que le decía Bill. Este se preguntó si alguna vez se liberaría de las cadenas que la ataban a Jack. Daba la impresión de que, en lugar de avanzar, estaba retrocediendo.
Cuando Jack volvió a casa, por la noche, no dijo una sola palabra acerca de Lizzie. Maddy no sabía si era una buena señal, o si estaba reservándose para darle otro ultimatum. Le preparó una buena cena y charlaron amigablemente. Después hicieron el amor, y él se mostró más tierno que nunca, de manera que Maddy se sintió aún más culpable por hacerlo desdichado.
Al día siguiente, cuando llegaron al trabajo, estalló la bomba, tal como Jack había previsto. La fotografía de Maddy y Lizzie en el teatro estaba en primera página de todos los diarios sensacionalistas. Y alguien había descubierto o adivinado la verdad. Los titulares rezaban: «Maddy Hunter y su hija perdida». Decían que había tenido una hija a los quince años y la había entregado en adopción. Había varias entrevistas con Bobby Joe y con una antigua profesora de Maddy. La prensa sensacionalista había hecho un buen trabajo de investigación.
Jack estaba en el despacho de Maddy, con ejemplares de todos los periódicos.
– Bonita foto, ¿no? Espero que estés orgullosa. ¿Qué diablos vamos a hacer ahora? Te hemos estado vendiendo como la Virgen María durante nueve años, y ahora apareces como lo que realmente eres, Mad. Una puta asquerosa. Mierda. ¿Por qué no me hiciste caso?
En la fotografía, Maddy y Lizzie se semejaban tanto que parecían gemelas. Jack se paseaba por el despacho, furioso como un toro con una banderilla en la cerviz. Pero era imposible negar la verdad.
Maddy telefoneó primero a Lizzie para ponerla sobre aviso y luego, cuando Jack se hubo marchado por fin a su propio despacho, a la doctora Flowers y a Bill. Los dos le dijeron lo mismo. Lo sucedido no era culpa de ella y tampoco era tan terrible como creía. El público la adoraba. Era una buena persona que había cometido un error de juventud, y la gente la querría aún más cuando se enterase. La fotografía, en la que ella y Lizzie aparecían con los brazos enlazados, era encantadora.
Pero Jack se había empeñado en hacerla sentir mortificada y culpable, y lo había conseguido. Hasta Lizzie había llorado al oír a su madre.
– Lo siento, mamá. Yo no quería crearte problemas. ¿Jack está muy enfadado?
Estaba preocupada por Maddy. Jack no le había caído bien y le inspiraba miedo. Tenía un aire siniestro.
– No está precisamente contento, pero le pasará. -Era una forma diplomática de poner las cosas, aunque totalmente falsa.
– ¿Te despedirá?
– No lo creo. Además, el sindicato no se lo permitiría. Sería un despido discriminatorio. -A menos que Jack pudiera pillarla basándose en la cláusula ética de su contrato. En cualquier caso, estaba furioso, y Maddy sufría por el dolor que le había causado-. Tendremos que capear la tormenta. Pero prométeme que no hablarás con ningún periodista.
– Lo prometo. Nunca lo he hecho ni lo haré. No quiero perjudicarte. Te quiero. -Estaba llorando, y Maddy hizo lo que pudo para tranquilizarla.
– Yo también te quiero, cariño. Y te creo. Tarde o temprano se aburrirán del tema. No te preocupes.
Pero antes del mediodía los reporteros de los programas de televisión habían empezado a acosarla, y la cadena era un caos. Todas las revistas del país habían llamado para hacerle una entrevista.
– Quizá deberíamos darles lo que quieren -sugirió por fin el director de relaciones públicas-. ¿En qué nos perjudicaría? Tuvo una hija a los quince años, ¿y qué? Le pasa a muchas mujeres. Por Dios, no la mató, y la historia puede resultar conmovedora si sabemos sacarle partido. ¿Qué te parece, Jack? -Miró a su jefe con esperanza.
– Me parece que me gustaría mandarla a Cleveland de una patada en el culo -respondió Jack. Nunca había estado tan furioso con Maddy-. Fue una idiota al admitir que era la madre de esa puta. La «madre». ¿Qué coño significa esa palabra en una situación como esta? Folló con un imbécil del instituto, quedó embarazada y se deshizo de la niña en cuanto nació. Y ahora va por ahí con cara de santa, hablando de su hijita. Mierda, cualquier gata tiene una relación más estrecha con sus crías que Maddy con esa pequeña zorra de Memphis. Lo único que quiere la chica es aprovecharse de la fama de Maddy, pero ella no se da cuenta.
– Es posible que haya algo más -dijo con tacto el director de relaciones públicas.
Le sorprendía la vehemente reacción de Jack. Últimamente había estado bajo una gran presión. Los índices de audiencia del programa de Maddy descendían prácticamente a diario, lo cual podía explicar en parte la furia de su marido. Pero todos sabían que no era culpa de Maddy y habían intentado explicárselo a Jack, que se negaba a escucharlos.
Seguía fuera de sí cuando volvieron a casa, por la noche, y trató de arrancarle a Maddy la promesa de que no volvería a ver a Lizzie. Pero ella se negó. A medianoche, estaba tan enfadado que salió de la casa dando un portazo y no regresó hasta la mañana siguiente. Maddy no sabía adónde había ido, y al ver cámaras de televisión alrededor de la casa, no se atrevió a salir a buscarlo. Lo único que podía hacer era lo que le había sugerido a Lizzie. Esperar. Lizzie se había marchado a casa de unas amigas para que los periodistas no la encontrasen en la pensión y el propietario del restaurante le había dado el resto de la semana libre al enterarse de que, en efecto, era hija de Maddy Hunter. Estaba impresionado.
El único que no estaba impresionado era Jack. Ni mucho menos. La suspendió durante dos semanas por los problemas que les estaba causando a todos y le prohibió que volviera a trabajar hasta que limpiase su nombre y se deshiciera de Lizzie. Furioso, con las venas de las sienes hinchadas, le advirtió que si volvía a mentirle sobre cualquier cosa la mataría. Lo único que sintió Maddy mientras lo escuchaba fue culpa. Pasara lo que pasase, siempre era responsabilidad suya.
Capítulo15
Conforme avanzaba el mes de septiembre, la prensa sensacionalista empezó a perder el interés por Maddy y su hija. Los periodistas se presentaron un par de veces en el restaurante de Memphis donde trabajaba Lizzie, pero el jefe de ésta la escondió en la cocina hasta que se marcharon y con el tiempo dejaron de molestarla. A Maddy, que estaba más expuesta al público, le resultó más difícil eludir a los reporteros. Cumpliendo órdenes de Jack, se negó a hacer comentarios, y sin más material que la foto de Lizzie y ella en el teatro, la prensa no pudo sacar mucho jugo al tema. Maddy no negó ni confirmó que fuese su hija. Aunque le habría gustado decir que se sentía orgullosa de ella y que se alegraba de que la hubiese encontrado, se abstuvo por respeto a Jack.