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Habían acordado que Lizzie no volvería a Washington hasta pasado un tiempo, pero Maddy seguía empeñada en conseguirle plaza en la universidad de Georgetown y Bill estaba haciendo todo lo posible para ayudarla. Lizzie era una candidata fácil de colocar, ya que tenía buenas notas y excelentes referencias de los profesores de Memphis.

Bill se alegró de ver a Maddy en la siguiente reunión de la comisión. Sin embargo, la encontró nerviosa, cansada y exhausta. El acoso de la prensa se había cobrado su tributo, y Jack seguía castigándola por lo sucedido. También la reñía por la caída de los índices de audiencia, que ahora achacaba al escándalo de la hija ilegítima. Pero Bill sabía todo esto por sus conversaciones telefónicas diarias. Lo que no sabía, y cada vez se le antojaba más incierto, era si Maddy abandonaría a su marido alguna vez. Había dejado de mencionar ese tema y parecía culparse por la mayoría de los problemas.

Bill estaba tan preocupado por ella que durante una de las reuniones hizo un aparte con la doctora Flowers y le comentó sus dudas. Sin divulgar ningún secreto de su paciente, la psicóloga intentó tranquilizarlo.

– La mayoría de las mujeres soporta los malos tratos durante años -dijo con sensatez, intrigada por el interés y la extrema preocupación de Bill-. Y esta forma de maltrato es la más sutil e insidiosa. Jack es un experto en la materia. Consigue que ella se sienta responsable de todo lo que hace él y luego se pone en el papel de víctima. Pero lo que no debe olvidar, Bill, es que ella se lo permite.

– ¿Qué puedo hacer por Maddy? -Deseaba desesperadamente ayudarla pero no sabía cómo.

– Estar a su disposición. Escuchar. Esperar. Decirle con sinceridad lo que piensa y ve. Pero si Maddy quiere sentirse culpable, lo hará. Es muy probable que con el tiempo supere la situación. Por el momento, usted está haciendo todo lo que está en sus manos.

Aunque no se lo dijo, la psicóloga sabía que Bill llamaba a Maddy a diario y que ella valoraba su amistad. No podía evitar preguntarse si había algo más entre ellos, pero Maddy insistía en que eran solo amigos y en que ninguno de los dos tenía intereses románticos. La doctora Flowers no estaba tan segura, fuera como fuese, le gustaba Bill y sentía un profundo respeto por ambos.

– Me preocupa que uno de estos días los malos tratos de Jack dejen de ser sutiles. Tengo miedo de que le haga daño.

– Ya se lo está haciendo -repuso ella con firmeza-. Pero los hombres como él no suelen recurrir a la violencia física. No puedo garantizarle que no lo hará, aunque creo que es demasiado listo para eso. Sin embargo, cuando se sienta a punto de perder a su presa, le pondrá las cosas más difíciles. No la dejará marchar de buen grado.

Charlaron durante un rato más, hasta que Bill se marchó a casa, descorazonado. Solo una vez en su vida había experimentado una impotencia parecida. Se preguntaba si sus temores por la seguridad de Maddy se basarían en la experiencia del secuestro y asesinato de su esposa. Hasta aquel momento no había imaginado siquiera que pudiesen suceder atrocidades semejantes.

La semana siguiente le entregó a Maddy una copia del manuscrito. Ella había leído hasta la mitad, con lágrimas en los ojos, cuando Jack la vio.

– ¿Qué diablos estás leyendo que te hace llorar de esa manera? -preguntó.

Era un fin de semana lluvioso, estaban en Virginia y Maddy se había pasado la tarde tendida en el sola, leyendo y llorando. La descripción de lo que había vivido Bill mientras su esposa estaba en manos de los terroristas era desgarradora.

– Es el libro de Bill Alexander. Está muy bien escrito.

– Por el amor de Dios, ¿por qué lees esa basura? Ese tipo es un fracasado; cuesta creer que haya escrito algo digno de leerse.

Era obvio que Jack despreciaba a Bill. Y le habría caído aún peor, de hecho lo habría odiado, si hubiese sospechado cuánto apoyaba a Maddy. Esta se preguntó si lo intuía.

– Es muy conmovedor.

Jack no volvió a hablar del tema, pero esa noche, cuando Maddy fue a buscar el manuscrito, no lo encontró. Finalmente le preguntó a Jack si lo había visto.

– Sí. Decidí ahorrarte otra noche de lágrimas y lo puse en su sitio: el cubo de la basura.

– ¿Lo tiraste? -preguntó escandalizada.

– Tienes cosas mejores que hacer. Si dedicases más tiempo a investigar para el programa, los índices de audiencia subirían.

– Sabes que dedico mucho tiempo a investigar -dijo ella a la defensiva. Últimamente había estado trabajando en un escándalo relacionado con la CIA y en otro reportaje sobre infracciones a los derechos aduaneros-. Y también sabes que el problema de audiencia no tiene nada que ver con mis reportajes.

– Puede que estés envejeciendo, nena. Al público no le gustan las mujeres mayores de treinta, ¿sabes? -Decía todo lo que podía para desmoralizarla.

– No tenías derecho a tirar el manuscrito a la basura. No había terminado de leerlo y le prometí a Bill que se lo devolvería.

Estaba enfadada, pero a Jack no pareció importarle. Era una nueva muestra de desprecio hacia ella y Bill Alexander. Por suerte, el manuscrito era una copia.

– No pierdas el tiempo, Mad.

Subió a la habitación, y cuando Maddy se metió en la cama, le hizo el amor. Empezaba a tratarla con brusquedad otra vez, como si quisiese castigarla por sus transgresiones. No era lo bastante violento para que ella pudiese quejarse y, si le decía algo, respondía que su presunta brusquedad era producto de la imaginación de Maddy. Trataba de convencerla de que había sido tierno, pero ella sabía que no era verdad.

La semana siguiente, cuando volvieron a Washington, Brad sorprendió a todos resolviendo el principal problema del programa. Antes incluso de ir a ver a Jack, le dijo a Maddy que se había dado cuenta de que no era fácil presentar las noticias, ni siquiera con una compañera tan competente como ella.

– Siempre pensé que el trabajo ante las cámaras se me daba bien, pero presentar un informativo es muy distinto de aparecer durante dos minutos trepando a un árbol o detrás de un tanque. -Sonrió con tristeza-. Creo que esto no es lo mío. Y para serte sincero, tampoco me gusta.

Ya había aceptado un puesto de corresponsal en Asia para otra cadena. Viviría la mayor parte del tiempo en Singapur, y estaba impaciente por marcharse. Aunque Maddy había empezado a tomarle afecto, se alegró de que se fuera. Solo se preguntó cuál sería la reacción de Jack cuando se enterase.

Pero Jack no dijo prácticamente nada al respecto. Al día siguiente recibieron un memorándum diciendo que Brad se iría al cabo de una semana. Tenía un contrato provisional de seis meses, pues desde un principio había dudado de que fuese a gustarle el trabajo. Maddy notó que Jack no estaba contento, pero él no lo admitió ante ella. Lo único que dijo fue que la partida de Brad pondría una carga mayor sobre los hombros de ella, al menos hasta que contratasen a otro presentador.

– Espero que tus índices de audiencia no caigan en picado -dijo con tono de preocupación.

Pronto se demostró que sus temores eran infundados. Lejos de bajar, los índices de audiencia se dispararon en cuanto Brad abandonó el programa, hasta el punto que el productor sugirió a Jack dejar que Maddy siguiera trabajando sola. Pero él respondió que ella no tenía suficiente carisma para llevar el programa sola y que contrataría a otro presentador. Era otra manera de despreciarla. Entretanto, los índices de audiencia alcanzaron sus cotas más altas, y aunque Jack no le reconociese el mérito, Maddy se alegró.

A pesar de este éxito, que supuso un inmenso alivio para ella, Bill seguía notándola deprimida cada vez que la llamaba. Llevaba mucho tiempo trabajando hasta la extenuación. Echaba de menos a Greg y Lizzie. Reconoció ante Bill que se sentía desmoralizada, aunque no sabia a ciencia cierta cuál era el motivo. Su humor mejoró notablemente cuando Bill la llamó para decirle que habían conseguido una plaza para Lizzie en la universidad de Georgetown. Tenía las notas y aptitudes necesarias y había enviado una brillante solicitud. Sin embargo, dado que se trataba de una de las universidades más prestigiosas del país, no había sido fácil encontrar un hueco para ella. Finalmente la habían aceptado gracias a las influencias de Bill y a las referencias de los profesores de Lizzie. Maddy estaba encantada por ella. Le contó a Bill que alquilaría un pequeño apartamento en Georgetown para su hija, así podrían verse cuando les apeteciera. Maddy estaba loca de alegría y profundamente agradecida por la ayuda de Bill.