– Me cuesta imaginarlo. Mis hijos son lo único que me hace pensar que la vida merece la pena -reconoció-. A veces creo que he estado más pendiente de ellos que Margaret. Ella era más despreocupada. Yo me he preocupado más por ellos, incluso he sido un poco sobreprotector.
Maddy lo entendía. Ella se preocupaba constantemente por Lizzie, temiendo que le ocurriese algo y que la mayor bendición de su vida se desvaneciera de repente. Como si fuese un regalo demasiado bueno para ella y en cualquier momento fuesen a castigarla, arrebatándosela.
– Siempre me sentí culpable por haber dado a mi hija en adopción. Es un milagro que sea tan buena chica. En algunos aspectos es mucho más equilibrada que yo -dijo Maddy con admiración.
Bill le sirvió un bol de mousse de chocolate. Estaba deliciosa, como el resto de la comida.
– No ha sufrido tantos golpes como tú, Maddy. Tu entereza es sorprendente. Aunque estoy seguro de que Lizzie debió de pasar momentos difíciles en las casas de acogida y los orfanatos. Tampoco ella tuvo las cosas fáciles. Es una suerte que ahora os tengáis la una a la otra. -Entonces le hizo una pregunta extraña-: Ahora que sabes lo que significa ser madre, ¿querrías tener más hijos?
– Me encantaría, pero no será posible -respondió con una sonrisa triste-. No abandoné a ningún otro niño y no puedo concebir… La única manera sería adoptar uno, pero Jack no me lo permitirá.
A Bill le entristeció comprobar que Jack seguía desempeñando un papel importante en la vida de Maddy. Ya no hablaba de dejarlo. Aunque no se sentía cómoda con su situación, tampoco había reunido el valor necesario para separarse. Y todavía pensaba que estaba en deuda con Jack, sobre todo después del sufrimiento que le había causado al mentirle sobre Lizzie.
– ¿Y si Jack no existiese? ¿Adoptarías un niño?
Era una pregunta absurda, pero Bill sentía curiosidad. Saltaba a la vista que a Maddy le gustaban los niños y que disfrutaba de su nueva relación con su hija. A pesar de su inexperiencia, era una madre excelente.
– Probablemente -respondió, sorprendiéndose a sí misma-. No lo había pensado, quizá porque nunca me había planteado dejar a Jack. Incluso ahora, ni sé si alguna vez tendré el valor de hacerlo.
– ¿Es lo que quieres? Me refiero a dejar a Jack.
Bill a veces lo dudaba. Ese aspecto de la vida de Maddy estaba lleno de culpa, confusión y conflictos. En opinión de él, la relación que mantenían no era lo que debía ser un matrimonio. Simplemente, ella era una víctima.
– Me gustaría dejar atrás la angustia, el miedo y la culpa que siento cuando estoy con él… Supongo que lo que desearía es tenerlo a él sin todas esas cosas, pero dudo que sea posible. Sin embargo, cuando me planteo la posibilidad de abandonarlo, pienso que voy a renunciar al hombre que esperaba que fuese, al hombre que fue al principio de la relación y ha seguido siendo en ocasiones. Y cuando me planteo la posibilidad de quedarme a su lado, pienso que me quedaré con el cabrón que puede llegar a ser y que es muy a menudo. Es difícil conciliar esas dos cosas. No estoy segura de quién es él, de quién soy yo ni de quién seré si me marcho. -Era la explicación más razonable que podía darle, y Bill empezó a entenderla un poco mejor.
– Es posible que todos hagamos algo parecido, aunque en menor medida.
En cierto modo, las dudas paralizaban a Maddy porque creía que las dos facetas de Jack pesaban lo mismo; para Bill, en cambio, los malos tratos deberían haber inclinado la balanza. Pero él no había vivido la infancia traumática que predisponía a Maddy a aguantar los desplantes de Jack, por cruel que fuese. Había tardado casi nueve años, siete de ellos casada con él, para darse cuenta de que sus dos maridos tenían muchas cosas en común. La única diferencia era que las agresiones de Jack eran más sutiles.
– Incluso en mi caso -prosiguió Bill-. He olvidado algunos de los rasgos de Margaret que solían irritarme. Cuando miro atrás y rememoro los años que pasamos juntos, todo me parece perfecto. Pero tuvimos nuestras diferencias, como la mayoría de las parejas, y un par de crisis importantes. Cuando acepté mi primer cargo diplomático y decidí irme de Cambridge, ella amenazó con dejarme. No quería ir a ninguna parte y pensaba que yo estaba loco. La vida me demostró que tenía razón. -Miró a Maddy con tristeza-. Si no nos hubiésemos ido, ella seguiría viva, ¿no?
– No digas eso -susurró Maddy y extendió el brazo para tocarle la mano-. Lo que ocurre es obra del destino. Podría haber muerto en un accidente de avión o de coche, asesinada en la calle, de cáncer… Tú no podías prever lo que iba a pasar. Y sin duda pensaste que hacías lo mejor.
– Así es. Nunca pensé que Colombia fuese un país peligroso ni que correríamos un riesgo importante. Si lo hubiese sabido no habría aceptado el cargo.
– Lo sé. -La mano de Maddy seguía sobre la de Bill, que la tomó en la suya y la apretó. Era reconfortante estar con ella-. Estoy segura de que tu mujer también lo sabía. No puedes negarte a subir a un avión únicamente porque a veces se estrellan. Hay que vivir la vida de la mejor manera posible y correr riesgos razonables. La mayoría de las veces vale la pena. No debes atormentarte por lo que pasó. No es justo. Mereces algo mejor.
– Y tú también -dijo Bill sin soltarle la mano y mirándola a los ojos-. Ojalá me creyeses.
– Procuro creerlo -respondió ella en voz baja-. Durante años la gente me dijo que no merecía nada bueno. Es difícil hacer oídos sordos a esa clase de comentarios.
– Desearía poder borrar todo eso, Maddy. Mereces una vida mucho mejor que la que has tenido. Ojalá pudiese protegerte y ayudarte.
– Lo haces; más de lo que piensas. Sin ti estaría perdida.
Le contaba todo: sus esperanzas, temores y problemas. No le ocultaba nada, y Bill sabía mucho más de ella que Jack. Se sentía profundamente agradecida por su lealtad.
Bill sirvió dos tazas de calé y fueron a sentarse al jardín. La noche estaba fresca pero agradable, y cuando se sentaron en un banco, Bill le rodeó los hombros con un brazo. Había sido una velada perfecta y un fin de semana precioso.
– Si puedes, repetiremos este encuentro -musitó Bill. Había sido una suerte que Jack estuviese en Las Vegas.
– No creo que Jack lo entendiese -repuso Maddy con sinceridad.
Ni siquiera ella terminaba de entenderlo. Sabía que Jack se enfadaría si se enteraba de que había cenado con Bill Alexander, pero ya había decidido que no se lo diría. Últimamente le ocultaba muchas cosas.
– Puedes contar conmigo siempre que me necesites, Maddy. Espero que lo sepas.
Se volvió a mirarla a la luz procedente del salón y de la luna.
– Lo sé, Bill. Gracias.
Se miraron largamente; luego él la atrajo hacia sí y permanecieron un rato sentados en silencio, cómodos y en paz con su mutua compañía, como buenos amigos.
Capítulo16
Octubre fue un mes más ajetreado de lo habitual para todos. La actividad social estaba en su apogeo. En el mundo de la política había más tensiones que de costumbre. Los conflictos en Irak continuaban cobrándose víctimas, lo que causaba un malestar general en la ciudadanía. De improviso, Jack contrató un nuevo compañero para Maddy. Aunque hacía su trabajo mejor que Brad, era conflictivo, envidioso y hostil hacia Maddy. Se llamaba Elliott Noble. Tenía experiencia como presentador de informativos y, a pesar de su notable frialdad, era brillante. Al menos esta vez los índices de audiencia no bajaron; incluso subieron ligeramente, pero a diferencia de Greg, e incluso de Brad, era insoportable como compañero de trabajo.
Una semana después de que Elliott ocupase su puesto, Jack le anunció a Maddy que se iban a Europa. Debía asistir a unas reuniones en Londres durante tres días y quería que ella lo acompañase. A ella no le pareció conveniente dejar solo a Elliott tan pronto: temía que el público pensara que estaba allí para reemplazarla. Pero Jack respondió que nadie pensaría una cosa semejante y se mostró inflexible. Finalmente Maddy aceptó acompañarlo, pero a última hora pilló un resfriado y una infección de oído y tuvo que quedarse. Jack se marchó solo y tan molesto que decidió quedarse toda la semana en Inglaterra y visitar a unos amigos de Hampshire durante el fin de semana. Maddy se alegró, ya que eso le permitió ver a Lizzie e incluso buscar apartamento con ella. Lo pasaron bien, pero no encontraron ningún piso que les gustara. Sin embargo, tenían mucho tiempo. No necesitaban un sitio hasta diciembre.