– No te preocupes. Es culpa mía. Lo ofendí cuando lo acusé de salir con otra en Londres.
– Por el amor de Dios: viste una foto de los dos. No fue una suposición descabellada. -Bill estaba convencido de que Jack había mentido al respecto, pero no lo dijo. En cambio, con voz acongojada, hizo una pregunta cargada de intención-: ¿Cuánto tiempo más piensas seguir aguantándolo, Maddy? Ese hombre te trata como a basura. ¿No te das cuenta?
– Sí… pero tiene razones. Le mentí acerca de Lizzie. Lo provoqué. Hasta le mentí sobre ti. A mí tampoco me haría gracia descubrir que habla a diario con otra mujer.
– ¿Quieres que dejemos de hacerlo? -preguntó Bill, asustado.
Pero ella se apresuró a tranquilizarlo.
– No, en absoluto. Pero entiendo cómo se siente Jack.
– Yo creo que no tienes la menor idea de cómo se siente, si es que siente algo. Es tan manipulador y perverso que sabe exactamente cómo hacerte sentir culpable. ¡Es él quien debería sentirse culpable y pedir perdón!
Bill parecía muy enfadado. Continuaron hablando durante un rato, hasta que acordaron que ella lo llamaría cada día y que no saldrían a comer por un tiempo, o lo harían discretamente y muy de vez en cuando en casa de Bill. A la propia Maddy le parecía un plan artero, pero era arriesgado que los viesen en público y no querían dejar de verse. Ella necesitaba al menos un amigo, y aparte de Lizzie, Bill era la única persona con quien podía contar.
La situación en casa de los Hunter permaneció tensa varios días y luego, por esas vueltas del destino, ella y Jack asistieron a una fiesta en la residencia de un congresista y se encontraron con Bill.
El congresista, que había estudiado con Jack, había olvidado decirle a Maddy que Bill también estaría presente.
La reacción de Jack al ver a Bill fue inmediata: se acercó a su mujer y le apretó el brazo con tanta fuerza que le dejó una marca blanca. Maddy captó el mensaje en el acto.
– Si hablas una sola palabra con él, te sacaré a rastras de aquí -le dijo al oído.
– Entendido -respondió ella con otro murmullo.
Eludió las miradas de Bill para hacerle entender que no podía hablar con él, y cada vez que se le acercaba se ponía al lado de Jack para tranquilizarlo. Nerviosa y pálida, se sintió incómoda durante toda la velada y, en cierto momento, cuando Jack fue al lavabo, miró a Bill con ojos suplicantes. Este pasó por delante de ella con cara de preocupación. Había reparado instantáneamente en la tensión que reflejaba la cara de Maddy.
– No puedo hablar contigo… Está furioso…
– ¿Te encuentras bien? -Estaba profundamente inquieto por ella. Consciente de lo que ocurría, se había abstenido de hablarle.
– Estoy bien -respondió ella, apartándose rápidamente.
Pero Jack regresó justo cuando Bill se alejaba y de inmediato se dio cuenta de lo ocurrido. Caminó con determinación hacia Maddy y le siseó con un tono que la asustó:
– Nos vamos. Coge tu abrigo.
Maddy dio educadamente las gracias al anfitrión y unos minutos después se marchó con su marido. Eran los primeros en marcharse, pero dado que la cena había terminado, no suscitaron comentarios. Jack adujo que ambos tenían una reunión a primera hora de la mañana siguiente. Solo Bill se quedó preocupado, pensando que ni siquiera podría llamarla para averiguar cómo estaba. Jack comenzó a hostigarla en cuanto arrancó el coche, y Maddy sintió la tentación de saltar y correr. Estaba inquieta por Bill.
– ¡Joder! ¿Crees que soy imbécil? Te dije que no hablaras con él… Vi cómo lo mirabas… ¿Por qué no te subiste la falda, te quitaste las bragas y se las arrojaste?
– Jack, por favor… Somos amigos, eso es todo. Ya te lo he dicho. Él aún está sufriendo por su esposa y yo estoy casada contigo. Trabajamos juntos en la comisión. No hay nada más. -Habló con toda la serenidad de que era capaz, evitando provocarlo, pero fue inútil. Jack estaba fuera de sí.
– ¡Eso es una mentira podrida, puta! Sabes muy bien lo que haces con él, y yo también. Igual que todo Washington, supongo. ¿Te das cuenta de que me haces pasar por idiota? No estoy ciego, Maddy. Dios, las cosas que tengo que aguantarte. No puedo creerlo.
Ella no volvió a hablar. Cuando llegaron a casa, Jack dio un portazo tras otro, pero no la tocó. Ella pasó toda la noche encogida en la cama, temiendo su reacción, pero no le hizo nada. Al día siguiente, cuando Maddy le sirvió el café, Jack estaba frío como el hielo. Le hizo una única advertencia:
– Si vuelves a hablar con él te mandaré a la puta calle, que es donde deberías estar. ¿Lo has entendido? -Maddy asintió en silencio, conteniendo las lágrimas y aterrorizada ante esa perspectiva-. No pienso tolerar más mentiras. Anoche me humillaste. No le quitabas los ojos de encima y parecías una perra en celo.
Habría querido discutir, defenderse, pero no se atrevió. Se limitó a asentir y fue con él en silencio hasta la cadena. Lo más sensato sería llamar a Bill y decirle que no podía volver a verlo ni hablar con él. Pero era su cuerda de salvamento, el delgado hilo que había entre ella y el abismo al que temía caer. Aunque no sabía qué le ocurría ni por qué, estaba convencida de que su vínculo con Bill era especial, y por mucho que Jack la amenazara, seria incapaz de dejar de verlo. Independientemente del precio. Era consciente de que iba a hacer algo peligroso y se lo advirtió seriamente a sí misma, pero ya no podía detenerse.
Capítulo17
Jack seguía enfadado con Maddy y esta llamaba discretamente a Bill desde su despacho todos los días. Una tarde, mientras hablaba con él, oyó un grito en la sala de redacción. Aguzó el oído y le avisó a Bill que pasaba algo.
– Te llamaré luego -dijo y colgó. Salió del despacho para averiguar la causa del bullicio.
Todos estaban apiñados alrededor de un televisor, de manera que en un principio no pudo ver qué miraban. Pero alguien se apartó y Maddy vio y oyó el boletín que había interrumpido la programación de todas las cadenas. Habían disparado al presidente Armstrong, que se encontraba en estado crítico y en esos momentos era trasladado en helicóptero al Hospital Naval de Bethesda.
– Ay, Dios mío… Dios mío… -murmuró Maddy. Solo podía pensar en la primera dama.
– ¡Coge tu abrigo! -le gritó el productor-. Tenemos un helicóptero esperándote en el National.
El cámara ya estaba preparado, y en cuanto alguien le pasó su abrigo y su bolso, Maddy corrió al ascensor sin detenerse a hablar con nadie. El mismo boletín había informado de que la primera dama estaba con el presidente. Cuando subió al coche que la llevaría al aeropuerto, llamó a la cadena por el teléfono móvil. El productor estaba esperando su llamada.
– ¿Cómo ha sido? -preguntó ella.
– Todavía no lo saben. Un tipo salió de entre la multitud y le disparó. Le dieron también a un agente del servicio secreto, pero aún no hay ningún muerto. -Aún. Esa era la palabra clave.
– ¿Sobrevivirá? -Esperó la respuesta con los ojos cerrados.
– Todavía no lo sabemos. La cosa no pinta bien. En las imágenes que están mostrando ahora hay sangre por todas partes. Acaban de pasar el atentado en cámara lenta. Estaba estrechando manos, despidiéndose de un grupo de personas, y un tipo de aspecto inofensivo le disparó. Lo han detenido, pero aún no han divulgado su nombre.
– Mierda.
– Mantente en contacto. Habla con el mayor número de personas posible: médicos, enfermeras, agentes del servicio secreto y hasta la primera dama, si es que te dejan verla. -Sabía que eran amigas, y en esta profesión no había relaciones sagradas. Esperaban que aprovechara cualquier oportunidad, aunque para ello tuviera que pecar de grosera-. Enviaremos un equipo en coche por si necesitas ayuda. Pero quiero que tú cubras la noticia.
– Lo sé, lo sé.
– Y no ocupes la línea. Es posible que tengamos que llamarte.