– Y una mierda. Lo que ha dicho es basura para contentar a la prensa. Que sepamos, el presidente podría estar clínicamente muerto.
– ¿Qué quieres que haga? ¿Que me cuele en la habitación de Armstrong por el conducto de la ventilación? -Estaba cansada y molesta por las absurdas exigencias de Jack. Todos los periodistas estaban en la misma situación. Tendrían que esperar nuevos informes, y no serviría de nada acosar a los cirujanos.
– No te hagas la graciosa, Mad -replicó Jack, visiblemente irritado-. ¿Quieres que los espectadores se duerman? ¿O es que trabajas para otra cadena?
– Sabes muy bien lo que está pasando aquí. Todos tenemos la misma información -dijo, exasperada.
– A eso me refería. Consigue algo diferente.
Le colgó sin despedirse, y un reportero de otra cadena sonrió y se encogió de hombros en actitud comprensiva.
– Mi jefe de redacción también me está volviendo loco. Si son tan listos, ¿por qué no vienen aquí y lo hacen ellos?
– Recordaré esa sugerencia -respondió Maddy con una sonrisa. Se sentó en una silla, cubierta con su abrigo, a esperar el siguiente informe.
A las tres de la mañana apareció un equipo de médicos, y los periodistas que estaban dormidos se despertaron para escuchar lo que tenían que decirles. Era más o menos lo mismo. El presidente seguía igual. Había recuperado la conciencia, estaba en estado crítico y su esposa se encontraba a su lado.
Fue una noche interminable, y excepto por otro breve informe a las cinco, nadie les dio ninguna noticia relevante hasta las siete de la mañana. Maddy estaba despierta, bebiendo café. Había dormido aproximadamente tres horas, aunque a intervalos, y se sentía entumecida por la postura que había tenido que adoptar en la silla. Era como pasar la noche en un aeropuerto durante una tormenta de nieve.
Pero a las siete recibieron noticias mejores. Los médicos reconocieron que el presidente estaba dolorido e incómodo, pero le había sonreído a su esposa y había expresado su gratitud para con la nación. El equipo de cirujanos estaba muy satisfecho. Hasta se atrevieron a decir que, a menos que surgieran complicaciones inesperadas, Armstrong sobreviviría.
Media hora después, la Casa Blanca reveló la identidad del autor del atentado. Se referían a él como el «sospechoso», aunque medio país lo había visto disparar al presidente. La CIA descartó que se tratase de una conspiración. El hijo del agresor había muerto en acción en Irak el verano anterior, y el hombre culpaba al presidente. Era un individuo sin antecedentes delictivos ni problemas mentales, pero había perdido a su único hijo en una guerra que no entendía ni le importaba y desde entonces sufría una depresión. Se encontraba detenido y bajo estrecha vigilancia. Su familia estaba conmocionada. Al parecer, la esposa había reaccionado a la noticia con histerismo. Hasta el momento de la tragedia, el agresor había sido un respetado miembro de la comunidad y un contable de éxito. Maddy se entristeció al enterarse de aquello.
Le envió una nota a Phyllis Armstrong a través de un miembro de la secretaría de prensa, solo para decirle que estaba allí y rezando por ella. Unas horas después, se quedó estupefacta al recibir contestación: «Gracias, Maddy. Jim está mejor, bendito sea Dios. Con cariño, Phyllis». Le conmovió profundamente que la primera dama se hubiese tomado la molestia de escribirle.
Maddy volvió a salir en antena al mediodía y transmitió el último informe: el presidente estaba descansando, y aunque aún se encontraba en situación crítica, los médicos esperaban que pronto estuviese fuera de peligro.
– Si no me das algo más interesante pronto -dijo Jack por teléfono, inmediatamente después de la emisión-, enviaré a Elliott a reemplazarte.
– Si lo consideras capaz de conseguir algo más que el resto de los periodistas, envíalo -respondió Maddy con tono cansino. Por una vez, estaba demasiado agotada para dejarse intimidar por las acusaciones y amenazas de su mando.
– Me estás matando de aburrimiento -protestó él.
– Solo dispongo de la información que nos dan, Jack. Nadie ha conseguido otra cosa.
Pero eso no impidió que Jack siguiera llamando prácticamente cada hora para quejarse. De manera que fue un alivio para Maddy oír la voz de Bill al otro lado de la línea a la una de la tarde.
– ¿Cuándo comiste por última vez? -pregunte con sincera preocupación.
No se ofreció a ir. Sencillamente apareció veinte minutos después, con un bocadillo, algo de fruta y un par de refrescos. Fue como si llegase la Cruz Roja: se abrió paso entre la multitud de reporteros, y cuando encontró a Maddy la hizo sentarse en una silla y comer.
– No puedo creer que hayas venido -dijo Maddy con una ancha sonrisa-. No me había dado cuenta de que estaba hambrienta. Gracias, Bill.
– Así me siento más útil. -Estaba sorprendido de la cantidad de gente que había en el vestíbulo del hospitaclass="underline" reporteros, cámaras, equipos de sonido y productores. Llegaban hasta la calle, donde había unidades móviles caóticamente aparcadas. Parecía una zona catastrófica, y lo era. Bill se alegró al ver que Maddy se había comido todo el bocadillo-. ¿Cuánto tiempo más tendréis que seguir aquí?
– Hasta que el presidente esté fuera de peligro o hasta que nosotros nos caigamos redondos; lo que ocurra primero. Jack ha amenazado con enviar a Elliott a reemplazarme, porque dice que mis boletines son aburridos. Pero no puedo hacer nada al respecto.
En ese momento el secretario de prensa subió a la tarima y todo el mundo corrió hacia allí. Maddy hizo lo mismo.
El proceso de recuperación sería largo y lento, dijo el secretario de prensa, y sugirió que quizá algunos periodistas querrían marcharse a casa y ser reemplazados por sus colegas. El estado del presidente estaba mejorando. No habían surgido complicaciones, y tenían razones para creer que todo seguiría bien.
– ¿Podemos verlo? -gritó alguien.
– No hasta dentro de unos días -respondió el secretario de prensa.
– ¿Y qué hay de la señora Armstrong? ¿Podemos hablar con ella?
– Todavía no. No se ha separado de su marido en ningún momento y permanecerá aquí hasta que él se recupere. En estos momentos, ambos están durmiendo. Quizá ustedes deberían hacer lo mismo -añadió con su primera sonrisa en veinticuatro horas.
Luego se marchó y prometió volver a informarles unas horas después. Maddy apagó su micrófono y miró a Bill. Estaba tan cansada que se le nublaba la vista.
– ¿Qué harás ahora? -preguntó.
– Daría cualquier cosa por volver a casa y darme una ducha, pero Jack me matará si me marcho.
– ¿No puede enviar a nadie que te reemplace? -le parecía inhumano que la obligase a pasar tantas horas allí.
– Podría, pero dudo que lo haga. Al menos por el momento. Me quiere aquí, aunque no estoy haciendo nada que no pudiera hacer otro. Ya has oído lo que nos han dicho. Todos los informes han sido igual de escuetos. Dicen lo que quieren que sepamos, pero si es la verdad, parece que Jim está mejorando.
– ¿No les crees? -preguntó Bill.
Estaba sorprendido por el escepticismo de Maddy. Sin embargo, el trabajo de periodista consistía en mantenerse escéptico y detectar cualquier incoherencia en una historia. Maddy era una experta en ello, y por eso Jack quería que permaneciese en el hospital.
– Sí, les creo -respondió con sensatez-. Sin embargo, por lo que sabemos, también podría estar muerto. -Aunque sonara terrible, era una posibilidad a tener en cuenta-. No suelen mentir, a menos que esté en juego la seguridad nacional. Pero este caso creo que han sido sinceros. O eso espero.
– Yo también… -dijo Bill con vehemencia.
Le hizo compañía media hora más y luego se marchó. A las tres de la tarde, Jack por fin ordenó a Maddy que regresase a casa, se cambiara de ropa y fuese al estudio para presentar las noticias de las cinco. Tenía el tiempo justo, de manera que ni siquiera podría echar una cabezada. Jack ya le había dicho que la enviaría de vuelta al hospital después del informativo de las siete y media. Se puso un traje de pantalón azul marino, pensando que dormiría un rato en la zona restringida para periodistas del hospital, y cuando entró en la sala de peluquería y maquillaje lo hizo casi tambaleándose. Elliott Noble estaba allí y la miró con admiración.