Después de cenar en la cocina, Bill la miró con una sonrisa llena de ternura y admiración.
– ¿Y qué vas a hacer ahora para entretenerte?
No disparaban al presidente todos los días y, después de una cosa así, todas las noticias se le antojarían anodinas.
– Ya se me ocurrirá algo. Tengo que encontrar un apartamento para Lizzie. -Estaban a principios de noviembre-. Aunque todavía me queda un mes.
– Si quieres, puedo ayudarte.
Ahora que había terminado el libro, Bill disponía de tiempo libre. Estaba pensando en volver a la enseñanza, pues había recibido ofertas de Yale y Harvard. Maddy se alegraba por él, aunque sabía que se entristecería si Bill se marchaba de Washington. Era su único amigo allí.
– No me iré hasta septiembre -la tranquilizó él-. Puede que a comienzos de año empiece otro libro. Esta vez será una novela.
A Maddy le entusiasmó la idea. Sin embargo, la noticia le recordó que ella no estaba haciendo nada para cambiar su vida. Era cada vez más consciente de lo mal que la trataba Jack, pero se dejaba llevar por la corriente. Sin embargo, Bill no la presionaba. La doctora Flowers había dicho que haría algo al respecto cuando estuviese preparada y que era posible que tardara años en plantarle cara a Jack. Bill estaba casi resignado, aunque seguía preocupado por ella. Al menos el atentado presidencial la había mantenido lejos de Jack durante dos semanas, por mucho que él le gritase por teléfono. Bill detectaba la angustia en la voz de Maddy cada vez que hablaban. Todo era culpa de ella. Era una situación idéntica a la de Luz de gas.
– ¿Qué vas a hacer el día de Acción de Gracias? -preguntó Bill cuando terminaron de cenar.
– Nada. Casi siempre vamos a Virginia y pasamos el día solos. Ninguno de los dos tiene familia. A veces comemos en casa de los vecinos. ¿Y tú, Bill?
– Nosotros nos reunimos en Vermont todos los años.
Ella sabía que este año Bill lo pasaría mal. Sería la primera celebración de Acción de Gracias sin su esposa y Bill le había contado que temía que llegara ese día.
– Me encantaría invitar a Lizzie, pero no puedo. Ella lo celebrará con sus padres de acogida favoritos. No parece disgustada con la idea.
A Maddy, en cambio, le entristecía no poder estar con su hija en Acción de Gracias. Pero no tenía alternativa.
– ¿Y tú? ¿Estarás bien? -preguntó Bill.
– Creo que sí -respondió ella, aunque no estaba muy segura.
La doctora Flowers le había rogado que empezara a asistir a las reuniones de un grupo de mujeres maltratadas, y Maddy le había prometido que lo haría. Comenzaría después de Acción de Gracias.
Maddy volvió a ver a Bill el día anterior a que ambos se marcharan. Los dos estaban tristes: él, a causa de su esposa; ella, porque tendría que viajar con Jack, y la relación con él era muy tensa. Parecía cargada de electricidad. Y Jack la vigilaba constantemente, pues ya no confiaba en ella. No había vuelto a pillarla con Bill, y este prácticamente había dejado de telefonearle. Solo la llamaba al móvil, aunque la mayoría de las veces esperaba que lo hiciese ella. Lo último que deseaba era crearle más problemas.
El día anterior al de Acción de Gracias se encontraron en casa de Bill. Maddy llevó una caja de galletas, él preparó té, y se sentaron a charlar en la acogedora cocina. Bill le contó que en Vermont estaba nevando y que él, sus nietos y sus hijos pensaban ir a esquiar.
Maddy se quedó con él todo el tiempo que pudo, pero finalmente le dijo que debía regresar a la cadena.
– Cuídate, Maddy -murmuró Bill con ternura y los ojos llenos de emociones que no podía expresar de otra manera.
Ambos sabían que hacían mal en verse. Nunca habían hecho nada de lo que pudiesen arrepentirse, ya que se respetaban mutuamente. Si sentían algo el uno por el otro, jamás habían hablado de ello. Maddy solo se atrevía a cuestionar sus sentimientos por Bill delante de la doctora Flowers. Mantenían una relación extraña pero necesaria para ambos. Eran como dos supervivientes de un naufragio que se habían encontrado en aguas turbulentas. Ahora, antes de marcharse, Maddy lo abrazó, y Bill la estrechó como un padre, con brazos fuertes y el corazón lleno de afecto, sin exigirle nada.
– Te echaré de menos -dijo él.
Sabían que no podrían hablar por teléfono durante el fin de semana. Si Bill llamaba al móvil, despertaría las sospechas de Jack. Y ella no se atrevería a telefonearle a él.
– Si sale a cabalgar o a cualquier otra cosa, te llamaré. Procura no estar demasiado triste -dijo Maddy, preocupada por Bill. Sabía que le dolería celebrar esta fiesta sin Margaret.
Pero él no estaba pensando en su esposa, sino en Maddy.
– Será duro, pero me alegro de poder estar con mis hijos.
Entonces, sin pensarlo, Bill la besó en la frente y la abrazó nuevamente. Cuando se separaron, ambos estaban tensos por lo que habían tenido y perdido para siempre. Mientras se alejaba, Maddy pensó que al menos se tenían el uno al otro. Y dio gracias a Dios por Bill.
Capítulo18
Los ratos que Maddy y Jack pasaron juntos en Virginia fueron incómodos y tensos. Él estaba de mal humor y se encerraba frecuentemente en su estudio para hacer llamadas. Maddy sabía que no hablaba con el presidente, pues este seguía convaleciente y había dejado el gobierno en manos del vicepresidente, con quien Jack no tenía relación alguna. Su único contacto en la Casa Blanca era Jim Armstrong.
En cierto momento, cuando Maddy descolgó el auricular para llamar a Bill, pensando que Jack había salido, lo oyó hablar con una mujer. Colgó de inmediato, sin escuchar lo que decían. Sin embargo, el incidente despertó sus sospechas. Aunque Jack se había apresurado a explicar la foto en la que aparecía saliendo de Annabel's con otra mujer, en el último mes se había mostrado muy distante, y prácticamente no habían hecho el amor. En parte, Maddy se alegraba, pero también estaba intrigada. Durante toda su vida de casados, el apetito sexual de Jack había sido insaciable. Sin embargo, ahora no demostraba interés alguno por ella, salvo cuando se quejaba o la acusaba de algo.
Se las arregló para llamar a Lizzie en Acción de Gracias y a Bill la noche siguiente, cuando Jack fue a hablar de los caballos con un vecino. Bill le contó que la celebración había sido triste, pero que al menos se habían divertido esquiando. Él y sus hijos habían cocinado pavo. Maddy y Jack habían comido el suyo en medio de un silencio glacial, pero cuando ella intentó hablar de la tensión que había entre ambos, Jack le dijo que eran imaginaciones suyas. Maddy nunca se había sentido tan desgraciada, excepto en las épocas en que Bobby Joe la maltrataba. En cierto sentido, la situación era idéntica. Aunque el maltrato fuese más sutil, resultaba igualmente doloroso y triste.
Fue un alivio para ella subir al avión y regresar a casa. Jack lo notó y preguntó con un dejo de desconfianza:
– ¿Hay algún motivo en particular para que te alegres tanto de volver a casa?
– No; simplemente estoy impaciente por volver al trabajo -mintió. No quería discutir con Jack, y él parecía ansioso por empezar una pelea.
– ¿Te espera alguien en Washington, Mad? -preguntó con malicia.
Hila lo miró con desesperación.
– No me espera nadie, Jack. Espero que lo sepas.
– Ya no sé nada sobre ti. Aunque si quisiera, podría enterarme.
Maddy no respondió. La prudencia era la madre de la sabiduría. El silencio, la única alternativa.
Al día siguiente, después del trabajo, fue a la reunión del grupo de mujeres maltratadas, como había prometido a la doctora Flowers. Lo hizo a regañadientes, pues la perspectiva se le antojaba deprimente. Le había dicho a Jack que iba a trabajar con la comisión de la primera dama. No sabía si él le había creído, pero, para variar, no había puesto objeciones. Tenía sus propios planes: según dijo, debía ver a unas personas por cuestiones de negocios.