Maddy se esforzó por parecer despreocupada, negándose a permitir que Jack la pusiera nerviosa. Estaba practicando lo que le habían enseñado esa noche.
– De hecho, fue bastante aburrido -dijo con astucia-, pero le prometí a Phyllis que iría.
Jack la miró con desconfianza y asintió, al parecer satisfecho con la respuesta. Para variar, había sido la correcta.
Esa noche, por primera vez en bastante tiempo, Jack le hizo el amor. Nuevamente la trató con brusquedad, como para recordarle quién mandaba allí. Con independencia de lo que Maddy hubiese oído, él seguía dominándola y siempre lo haría. Después, Maddy se metió en el cuarto de baño y se duchó, pero no había bastante agua ni jabón en el mundo para lavar el terror que le inspiraba Jack. Regresó a la cama en silencio y sintió un inmenso alivio al oír los ronquidos de su mando.
Al día siguiente se levantó temprano y estaba ya en la cocina cuando él bajó. Aunque todo parecía seguir igual entre ellos, Maddy se sentía como una prisionera martillando un muro, cavando silenciosamente un túnel para huir de allí, sin importarle lo que tardase.
– ¿Qué diablos te pasa? -preguntó Jack cuando ella le sirvió café-. Estás rara.
Maddy rezó para que no le leyese la mente. Estaba casi convencida de que era capaz de hacerlo, pero no se permitiría creerlo. Al oír a Jack, sin embargo, comprendió que estaba cambiando y que ese solo hecho la ponía en peligro.
– Creo que me estoy engripando.
– Toma vitamina C. No quiero tener que buscarte un sustituto. Es un coñazo.
Ni siquiera habría tenido que buscar el sustituto personalmente. Al menos Maddy le había hecho creer que no se encontraba bien. Pero al oír su tono, se dio cuenta de lo grosero que era con ella en los últimos tiempos.
– Estaré bien. Podré seguir trabajando.
Jack asintió y cogió el periódico. Maddy fingió leer el Wall Street Journal. Lo único que podía hacer era rezar para que Jack no adivinase sus pensamientos. Con un poco de suerte, no lo conseguiría. Sabia que debía urdir un plan y escapar antes de que él la destruyera. Porque ahora estaba convencida de que Jack la odiaba, tal como ella había sospechado, y su odio era mucho peor de lo que ella temía.
Capítulo19
Diciembre fue un mes tan ajetreado como de costumbre. Fiestas, reuniones y planes para las vacaciones de Navidad. Todas las embajadas ofrecían una cena, un cóctel o un baile, a ser posible siguiendo las tradiciones nacionales. Era parte de la diversión de vivir en Washington, y Maddy siempre había disfrutado de estos festejos. Durante sus primeros años de casada le había encantado asistir a fiestas con Jack, pero en los últimos meses las relaciones entre ambos se habían vuelto tan tensas que detestaba salir con él. Permanentemente celoso, la vigilaba cuando hablaba con otros hombres y más tarde la acusaba de faltas imaginarias o de conducta inapropiada. Resultaba agotador para Maddy, que este año no esperaba las Navidades con ilusión.
Lo que de verdad le habría gustado era celebrar las fiestas con Lizzie, pero sería imposible, pues Jack le había prohibido verla. O bien se enfrentaba a él y provocaba una batalla campal, o renunciaba a la idea. Con Jack no había posibilidades de negociar. Las cosas eran como él quería, o no eran. Sorprendentemente, hasta el momento no había reparado en este hecho, como tampoco en la forma en que él restaba importancia a sus ideas y necesidades y la hacía sentirse tonta o culpable por ellas. Durante años había aceptado de buen grado esa situación. No sabía cómo se había operado el cambio, pero en los últimos meses, a medida que tomaba conciencia de lo desconsiderado que era Jack con ella, sentía la imperiosa necesidad de luchar contra su creciente agobio. Pero por muy incómoda que se sintiese a su lado, en lo más profundo de su corazón seguía queriéndolo. Y eso era aterrador, pues la dejaba en una posición vulnerable.
Ahora comprendía que no podía esperar a que ese amor se desvaneciera. Aunque quisiera y necesitara a Jack, tenía que abandonarlo. Cada día que permanecía a su lado suponía un peligro para ella. Y tenía que recordárselo constantemente. También sabía que nadie a quien intentara explicarle esto la entendería, a menos que se tratase de una persona que hubiera pasado por el mismo proceso. Cualquier otro pensaría que sus emociones encontradas y su sentimiento de culpa eran una auténtica locura. Ni siquiera Bill la entendía, pese a lo mucho que se preocupaba por ella. Pero le ayudaba todo lo que estaba aprendiendo en la comisión sobre las formas sutiles y no tan sutiles de violencia doméstica. Si bien a primera vista parecía desacertado calificar de «violencia» lo que hacía Jack, la suya era la conducta típica del hombre que maltrata a su mujer. En apariencia le pagaba bien: la había rescatado y le proporcionaba seguridad, un hogar agradable, una casa de campo, un avión privado que podía usar a su antojo, ropa elegante, joyas, pieles y vacaciones en Francia. ¿Quién, en su sano juicio, lo acusaría de maltrato? Pero Maddy y quienes conocían la relación sabían que detrás de esa fachada se escondía algo perverso. Todos los gérmenes de la enfermedad estaban presentes, cuidadosamente ocultos bajo el boato. Minuto a minuto, hora a hora, día a día, Maddy sentía que el veneno de Jack la devoraba. Estaba permanentemente asustada.
De vez en cuando tenía la sensación de que Bill estaba molesto con ella. Aunque Maddy no alcanzaba a entender sus motivaciones, sabia lo que él deseaba de ella: que se marchara de casa y se pusiera a salvo. Y le irritaba observarla tropezar y caer, avanzar y retroceder, ver con claridad y de inmediato dejarse consumir por la culpa hasta que esta la paralizaba y la cegaba. Todavía hablaban por teléfono todos los días y se encontraban para comer de vez en cuando, aunque tomando precauciones. Corrían el riesgo de que alguien la viese entrando en casa de Bill y sacara conclusiones que, además de incorrectas, serían desastrosas para ella. Se comportaban siempre con decoro, incluso cuando estaban solos. Lo último que deseaba Bill era crearle más problemas a Maddy. En su opinión, tenía ya demasiados.
El presidente había regresado al Despacho Oval. Trabajaba media jornada y decía que se cansaba fácilmente, pero cuando Maddy lo vio durante una merienda en la Casa Blanca, tuvo la impresión de que estaba recuperado y mucho más fuerte. Phyllis parecía haber luchado en una guerra, pero su cara se iluminaba cada vez que miraba a su mando. Maddy la envidiaba. No podía imaginar siquiera lo que era una relación así. Estaba tan acostumbrada a las tensiones en su matrimonio que le costaba concebir una vida sin ellas. Había llegado a pensar que el desgaste y el dolor eran normales. Sobre todo últimamente.
Jack estaba más hostil que nunca: saltaba ante cualquier comentario inofensivo y criticaba constantemente su conducta. Era como si día y noche, en el trabajo o en casa, estuviera esperando el momento de lanzarse sobre ella, como un puma acechando a su presa, y Maddy sabía lo peligroso que podía llegar a ser. Las cosas que le decía eran devastadoras. Su tono, peor aún. Sin embargo, aún había momentos en que admiraba su encanto, su inteligencia y su atractivo físico. Por encima de todo, deseaba dejar de temerlo y empezar a odiarlo. Gracias al grupo de mujeres maltratadas, Maddy era más consciente de sus motivaciones y de sus actos. Ahora sabía que, de manera sutil e inconsciente, era una adicta a Jack.
Se lo dijo a Bill un día de mediados de diciembre. La fiesta de Navidad de la cadena se celebraría al día siguiente, y Maddy no tenía ganas de asistir. Jack había empezado por sugerir que ella flirteaba con Elliott ante las cámaras para acabar acusándola de que se acostaba con él. Maddy estaba convencida de que en realidad no lo creía y lo decía únicamente para disgustarla. Hasta había hecho un comentario al respecto con el productor, de manera que ella se preguntaba si los días de Elliott en la cadena estarían contados. Consideró la posibilidad de advertir a su compañero, pero cuando se lo contó a Greg por teléfono, este le aconsejó que no lo hiciera. Solo conseguiría buscarse más problemas y eso era, probablemente, lo que deseaba Jack.