– Lo único que quiere es molestarte, Mad -dijo Greg con sensatez.
Era feliz en Nueva York, e incluso hablaba de casarse con su nueva novia, aunque Maddy le había aconsejado que lo pensase un poco más. Últimamente recelaba del matrimonio y pensaba que Greg debía ser prudente.
Ese jueves por la tarde, sentada en la cocina de Bill, se sentía tremendamente cansada y desilusionada. No estaba ilusionada con las fiestas y trataba de figurarse cómo ir a Memphis, o llevar a Lizzie a Washington, sin que Jack se enterase. El fin de semana anterior, finalmente, había alquilado un pequeño apartamento para ella. Era alegre y luminoso, y Maddy se proponía hacerlo pintar. Había abonado el depósito con un talón y confiaba en poder pagar el alquiler sin que Jack se diera cuenta.
– Detesto mentirle -dijo mientras comía con Bill. Él había comprado caviar, y estaban disfrutando de uno de sus escasos aunque agradables ratos juntos-. Pero es la única manera de hacer lo que deseo y necesito. Jack ha adoptado una actitud muy poco razonable ante Lizzie y me ha prohibido verla.
¿Acaso su actitud era razonable alguna vez?, pensó Bill, pero no dijo nada. Estaba más reservado que de costumbre, y Maddy se preguntó si le pasaría algo. Sabía que las fiestas navideñas serían difíciles de sobrellevar para él. Para colmo, esa misma semana era el cumpleaños de Margaret.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó mientras le preparaba una tostada con caviar aderezada con unas gotas de zumo de limón.
– No lo sé. En esta época del año siempre me pongo nostálgico. Y ahora más que nunca. A veces es difícil no mirar atrás y centrarse en el futuro.
Sin embargo, Maddy pensaba que en los últimos tiempos estaba mejor. Todavía hablaba mucho de su esposa, pero parecía atormentarse menos por lo sucedido. En sus frecuentes conversaciones sobre el tema, ella le insistía en que se perdonase, pero resultaba más sencillo decirlo que hacerlo. Creía que escribir el libro le había ayudado a superar el trance. No obstante, era obvio que Bill seguía llorando la pérdida de Margaret.
– Estas fiestas pueden ser tristes -convino Maddy-, pero al menos estarás con tus hijos.
Se reunirían otra vez en Vermont, mientras que Maddy y Jack irían a Virginia, donde sin duda no se lo pasarían tan bien como Bill. Este y sus hijos habían planeado una Navidad tradicional. Jack detestaba las fiestas navideñas y las celebraba sin el más mínimo entusiasmo, aunque solía hacerle caros regalos a su esposa. De niño, cada Navidad había supuesto una desilusión para él; de adulto, por lo tanto, se negaba a hacer grandes festejos.
Bill sorprendió a Maddy con lo que dijo a continuación:
– Ojalá pudieses pasar las fiestas con nosotros. -Esbozó una sonrisa triste. Era un sueño bonito pero imposible-. A mis hijos les encantaría.
– Y también a Lizzie -respondió con tono de resignación.
Había comprado regalos maravillosos para ella y pequeños detalles para Bill. A cada paso encontraba chucherías que le recordaban a éclass="underline" discos compactos, una bufanda que parecía de su estilo y libros antiguos que seguramente le entusiasmarían. No eran objetos importantes ni caros, pero sí personales, muestras de una amistad que ambos atesoraban. Se los reservaba para dárselos el día anterior a la partida de Bill. Esperaba que tuviesen ocasión de comer juntos otra vez antes de despedirse hasta después de Año Nuevo.
Maddy le sonrió mientras comían el resto del caviar. Bill también había comprado paté, queso, pan francés y una botella de vino tinto. Había organizado para ella un almuerzo elegante, un refugio donde podía olvidar las tensiones de su vida.
– A veces me pregunto por qué me aguantas. Lo único que hago es lloriquear y quejarme de Jack, y seguro que piensas que no hago nada por cambiar las cosas. Ha de resultarte difícil observarme y permanecer al margen. ¿Cómo lo soportas?
– Es una pregunta fácil de responder -respondió Bill con una sonrisa. Y le robó el aliento con lo que dijo a continuación, sin titubeos-: Porque te quiero.
Hubo una pausa mientras Maddy asimilaba esas palabras y comprendía su significado. Bill la quería como ella a Lizzie, como protector y amigo, no como un hombre a una mujer. Al menos así lo entendió ella.
– Yo también te quiero, Bill -repuso en voz baja-. Eres un mejor amigo. -El vínculo que los unía era más fuerte incluso que el que la había unido a Greg, que ahora estaba más pendiente de su propia vida-. Eres como de mi familia, igual que un hermano mayor.
Pero Bill no estaba dispuesto a echarse atrás. Se acercó y le puso una mano en el hombro.
– No lo he dicho en ese sentido, Maddy -aclaró-. Me refiero a un amor más profundo. El de un hombre por una mujer. Te quiero -repitió.
Ella lo miró fijamente, sin saber qué responder. Bill trató de tranquilizarla, pero se alegraba de habérselo dicho. Deseaba hacerlo desde hacía tiempo. Habían compartido seis meses de gran intimidad en todos los aspectos importantes. Ya formaba parte de la vida cotidiana de Maddy, pero quería estar aún más involucrado en ella.
– No tienes que responder si no quieres. No te pido nada. Durante los últimos seis meses he estado aguardando a que cambiaras tu vida e hicieras algo con respecto a Jack. Pero entiendo que es muy difícil para ti. Ni siquiera sé si lo conseguirás algún día. Y lo acepto. Sin embargo, no quería esperar a que abandonaras a Jack para decirle lo que siento. La vida es corta, y el amor es un sentimiento muy especial.
Maddy estaba estupefacta.
– Tú también eres muy especial -murmuró y se inclinó para besarlo en la mejilla. Pero él giró ligeramente la cara y de repente, sin que ella supiese cuál de los dos había empezado, estaban besándose en la boca con afecto y pasión. Cuando pararon, ella lo miró con asombro-: ¿Cómo ha ocurrido?
– Creo que hacía tiempo que se veía venir -respondió él y la estrechó entre sus brazos, temiendo haberla asustado-. ¿Estás bien?
Ella asintió y apoyó la cara contra su pecho. Bill era bastante más alto, y en sus brazos ella se sintió más segura y feliz que nunca. Era una sensación nueva, maravillosa e inquietante a la vez.
– Creo que sí -dijo, alzando la vista para mirarlo mientras trataba de dilucidar sus propios sentimientos.
Entonces él la besó otra vez, y Maddy no hizo nada por impedírselo. Por el contrario, comprendió que era lo único que deseaba. Pero esto corroboraba lo que Jack decía de ella. Aunque nunca lo había engañado, ni siquiera había mirado a otro hombre, ahora sabía que estaba enamorada de Bill. Y no tenía idea de lo que iba a hacer al respecto.
Se sentaron a la mesa de la cocina, cogidos de la mano, y se miraron a los ojos. Súbitamente, el mundo era nuevo para ambos. Bill había abierto una puerta que estaba muy cerca de los dos, y Maddy jamás había soñado que la vista sería tan maravillosa desde allí.
– Es todo un regalo de Navidad -dijo ella con una tímida sonrisa.
Él sonrió de oreja a oreja.
– Lo es, ¿verdad, Maddy? Pero no quiero que te sientas presionada. No había planeado lo que acaba de ocurrir. Me ha sorprendido tanto como a ti. Y no quiero que te sientas culpable. -Ahora la conocía bien. A veces Maddy se sentía culpable por el solo hecho de respirar. Y esto era algo más que respirar. Era vivir.
– ¿Cómo quieres que me sienta? Estoy casada, Bill. Acabo de demostrar que las acusaciones de Jack están justificadas. No lo estaban, pero ahora lo que dice es verdad… o podría serlo.
– Todo depende de cómo afrontemos la situación, y yo sugiero que nos movamos muy despacio. -Aunque ahora sabía que deseaba avanzar rápidamente, no podía hacerlo por respeto a Maddy-. Quiero hacerte feliz; no fastidiarte la vida.