Sin embargo, iba a complicársela. Ahora se vería obligada a analizar su relación con Jack desde una perspectiva que había estado evitando. Su situación había cambiado por completo desde el momento en que Bill la había besado.
– ¿Qué voy a hacer? -le preguntó a Bill, aunque también se lo preguntaba a sí misma.
Pese a estar casada con un hombre que la trataba de una forma espantosa, pensaba que le debía lealtad. Al menos así lo llamaba ella.
– Harás lo que sea mejor para ti. Ya soy mayor. Podré soportarlo. Pero decidas lo que decidas con respecto a mí, o a nosotros, tendrás que hacer algo con Jack. No puedes eludir el problema eternamente, Maddy.
Bill esperaba que su amor -ahora que ella sabía que la amaba- le diese la fuerza que necesitaba para escapar de Jack. En cierto modo, aunque ella no lo viese de esa manera, Bill era su pasaporte a la libertad. Sin embargo, Maddy no pretendía usarlo. Intuía que, si ella lo deseaba, él estaría en su futuro. Bill Alexander no era un hombre a quien pudiese tomar a la ligera.
Continuaron hablando mientras comían queso y bebían vino, y Bill incluso bromeó sobre la situación en que se encontraban. Aunque no se había dado cuenta, dijo, se había enamorado de ella casi a primera vista.
– Creo que a mí me pasó lo mismo -respondió ella-, pero tenía miedo de afrontarlo. -Aún lo tenía, pero ahora el amor era más fuerte que ella. Más fuerte que los dos-. Jack jamás me perdonará, ¿sabes? -añadió con tristeza-. Pensará que hemos mantenido una relación clandestina desde el principio. Le dirá a todo el mundo que lo he engañado.
– Lo dirá de todas maneras si lo dejas. -Bill rezaba para que así lo hiciese. Se sentía como si una delicada mariposa se hubiera posado en su mano: temía tocarla o atraparla. Solo deseaba admirarla y quererla-. Creo que dirá cosas muy desagradables cuando te marches, Maddy, aunque no te vayas conmigo. -Era la primera vez que decía «cuando» en lugar de «si», y ambos repararon en ese detalle-. Lo cierto es que él te necesita más que tú a él. Tú lo necesitabas para tus fantasías de seguridad y matrimonio. Pero él te necesita para alimentar su enfermedad, para satisfacer su sed de sangre, si lo prefieres. Un verdugo necesita una víctima.
Maddy no respondió, pero pensó en ello durante unos instantes y finalmente asintió. Eran más de las tres cuando se marchó. Habría querido quedarse con Bill y se despidió de él con un largo beso. Ahora la relación tenía un cariz nuevo: habían abierto una puerta que no podían volver a cerrar, aunque ninguno de los dos deseaba hacerlo.
– Se prudente -murmuró él-. Cuídate.
– Lo haré. -Maddy sonrió entre sus brazos-. Te quiero… Y gracias por el caviar… y por los besos.
– Ha sido un placer. -Bill le devolvió la sonrisa, salió a la puerta y la saludó con la mano mientras ella se alejaba en su coche.
Ambos tenían mucho en que pensar. Sobre todo Maddy.
Se puso nerviosa cuando la secretaria le avisó que Jack la había llamado dos veces en la última hora. Se sentó al escritorio, respiró hondo y marcó el número de la extensión de Jack. De repente tuvo miedo de que alguien la hubiese visto salir de casa de Bill. Sus manos temblaban cuando él respondió.
– ¿Dónde diablos has estado?
– Haciendo compras de Navidad -se apresuró a responder.
La respuesta se le ocurrió tan fácilmente que se escandalizó de su propia capacidad para mentir. Claro que no podía decirle dónde había estado ni qué había hecho. Durante el trayecto a la cadena se había preguntado si lo más correcto era contarle que se sentía desdichada con él y que estaba enamorada de otro. Pero sabía que seria como invitarlo a torturarla. A menos que pudiese marcharse de inmediato, y sabía que no estaba preparada. En este caso, la sinceridad no era la respuesta.
– Te he llamado para decirte que esta noche tengo una reunión con el presidente Armstrong.
Maddy se sorprendió, ya que el presidente aún no parecía en condiciones de participar en reuniones nocturnas. Pero no dijo nada. Era más sencillo callar. Además, llegó a la rápida conclusión de que sus recelos eran fruto de la mala conciencia. Con independencia de sus sentimientos hacia Jack, y por muy deteriorado que estuviera su matrimonio, sabía que una mujer casada no debía mantener la clase de relación que ella mantenía con Bill.
– De acuerdo -respondió-. Yo tengo que recoger algunas cosas de camino a casa. -Quería comprar papel de regalo y algunas chucherías para rellenar los calcetines que entregaría a su secretaria y su asistente de investigación en la fiesta de Navidad. Ya les había comprado sendos relojes Cartier-. ¿Necesitas algo? -preguntó, esforzándose por ser agradable y compensar sus transgresiones.
– ¿Por qué estás de tan buen humor? -preguntó él con desconfianza.
Ella lo atribuyó a las fiestas.
Jack le dijo que no lo esperase levantada, pues la reunión sería larga. Eso despertó nuevas sospechas en Maddy, pero no dijo nada.
Esa tarde presentó los dos informativos como si estuviera en las nubes y llamó a Bill dos veces, antes y después de las emisiones.
– Me has dado una gran alegría. -Y un gran susto, habría querido añadir.
En lugar de hablar de lo que iban a hacer, saborearon la dulzura de su nueva situación. Ella le dijo que iría a un centro comercial cercano después del trabajo. Él le dijo que la llamaría a casa por la noche, aprovechando la ausencia de Jack. Bill tampoco creía que fuese a reunirse con el presidente. Unos días antes, durante una reunión, Phyllis les había contado que Jim estaba agotado y que todos los días se dormía a eso de las siete de la tarde.
– Puede que Jack se acueste con él -bromeó Maddy, que estaba de un humor insólitamente bueno.
– Eso daría un giro diferente a las cosas -rió Bill, y quedaron en llamarse más tarde.
Maddy se marchó del trabajo en uno de los coches de la cadena, pues Jack se había llevado el suyo y al chófer. Se alegró de estar sola. Así tendría ocasión de pensar en Bill y fantasear con él. Tras estacionar en el aparcamiento del centro comercial, entró en una tienda para comprar papel de regalo, lazos y celo.
El local estaba a tope: mujeres con niños llorosos, hombres indecisos sobre lo que debían comprar y los compradores que solían llenar los centros comerciales en los días previos a las fiestas. No era de extrañar que hubiera más gente que nunca. En la puerta de la juguetería adyacente había una cola que llegaba hasta el aparcamiento, pues en el interior tenían un Papá Noel. Ese solo hecho animó a Maddy. Era el espíritu navideño, que había llegado a ella súbitamente, gracias a Bill.
Tenía una docena de rollos de papel rojo en los brazos y un carro lleno de perfumes, lazos, pequeños Papá Noel de chocolate y adornos navideños, cuando oyó un extraño sonido procedente de arriba. Fue tan fuerte que Maddy se estremeció y, al mirar a su alrededor, comprobó que los demás clientes también estaban perplejos. Al ensordecedor bum, siguió un sonido semejante al de una catarata o un torrente de agua. Maddy no podía oír a nadie. La música se detuvo, sonaron gritos, las luces de todo el centro comercial se apagaron, y antes de que tuviera tiempo de asustarse o abrir la boca, vio que el techo se hundía y caía sobre ella. El mundo se fundió instantáneamente con la oscuridad, y todo lo que la rodeaba desapareció.
Capítulo 20
Al despertar, Maddy sintió como si todo el edificio se hubiera desplomado sobre su pecho. Abrió los ojos y los notó doloridos y llenos de arena. No veía nada, pero percibió un extraño olor a polvo y fuego. Tenía calor y una sensación de pesadez en todo el cuerpo. Entonces cayó en la cuenta de que le había caído algo encima. Trató de moverse, y al principio pensó que estaba paralizada. Podía mover los pies, pero algo le inmovilizaba las piernas y la parte superior del cuerpo. Luchó para liberarse y finalmente consiguió apartar los pesos que habían caído sobre ella. Aunque no lo supiera, había tardado más de una hora en sentarse en el pequeño espacio en el que estaba confinada. Lo que sí advirtió era que alrededor reinaba un silencio absoluto. Al cabo de unos instantes comenzó a oír gemidos y gritos de personas que se llamaban unas a otras. Incluso oyó a un bebé en alguna parte. No sabía qué había pasado ni dónde estaba.