Ahora siento lo que no sentí nunca, arrebatos de hostilidad hacia todo, un encono sordo contra el mundo exterior que se resuelve en fantasías de revancha, de coraje físico y orgullo misántropo. Mis héroes ya no son Tom Sawyer o Miguel Strogoff sino el Conde de Montecristo y el capitán Nemo, artífices cada uno de suntuosas venganzas, o Galileo Galilei, que se rebela contra la Iglesia y la verdad establecida y mira por un telescopio la superficie de la Luna y descubre sus cráteres, o Ramón y Cajal, que nació en una familia mucho más pobre que la mía y tuvo la inmensa fuerza de voluntad necesaria para convertirse en un científico de celebridad universal, o el capitán Cook, que dio varias veces la vuelta al mundo en frágiles barcos de vela y descubrió islas tropicales habitadas por hermosas mujeres desnudas y se acercó hasta los acantilados de hielo de la Antártida. Si los curas amenazan con la hoguera a Galileo yo me haré secretamente uno de los suyos. Si pretenden que el hombre fue moldeado en barro por Dios a su imagen y semejanza y que la mujer nació de una costilla de Adán yo me desvelaré queriendo entender la teoría de la Evolución, y si me dicen que habrá una vida eterna después de la muerte y que cada cual irá al infierno o al paraíso yo me convenceré a mí mismo de que la única realidad es la materia y que no hay más vida futura que la descomposición y la nada. Me imagino hereje, excomulgado y perseguido. Me veo erguido delante de un tribunal de sotanas, sobre una tarima polvorienta de tiza como las de las aulas del colegio. Cuando me quedo solo con mi hermana practico con ella mi proselitismo, le digo que ni Dios ni la Virgen existen y que la hostia consagrada no es más que harina y que los seres humanos descienden de los monos y que el Sol alguna vez se extinguirá y la vida se habrá ido acabando poco a poco sobre la Tierra en medio de tinieblas cada vez más oscuras y ella se echa a llorar y se tapa los oídos. Sólo me siento seguro en el refugio quimérico de los libros, sólo experimento una sensación plena de cobijo si me recluyo en mi cuarto al que casi no llegan los ruidos y las voces de la casa y me imagino protegido de todo en el interior de un traje espacial, flotando en una cápsula que viaja hacia la Luna, asomándome por una ventanilla para verla cada vez más cerca, como la vieron por primera vez los astronautas del Apolo Viii que volvieron a la Tierra sin haberse posado en ella. El horizonte próximo y curvado y la negrura absoluta un poco más allá, los cráteres tan abruptos, negros y cóncavos como bocas de túneles, el color que nadie acierta a decir exactamente cómo es y que las fotografías no captan verdaderamente ni los recuerdos pueden revivir del todo: