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Sólo mi padre cena en silencio, ensimismado en su plato, ajeno por igual a las noticias de la televisión y al relato de la visita de mi madre y mi abuela a casa del agonizante Baltasar.

– Está tan blanco como esa pared -dice mi madre-. Yo creo que ni siquiera nos ha conocido.

– "Tío, mira quiénes han venido a verte", le dice la sobrina, y él parece que quiere hablar y medio abre los ojos, pero lo único que se le oye es como si roncara.

– Ése no llega este año ni a comerse las primeras uvas -mi abuelo habla con una voz de sentencia, su cara larga solemnizada por un gesto como de asentimiento a la fatalidad.

– Y la peste que echa, como si ya hubiera empezado a pudrirse.

– Es la sobrina la que le limpia la mierda. La mujer es muy señora como para ensuciarse las manos.

– Mujer, ¿y tú cómo sabes eso?…}Acercándose en las próximas horas a la órbita lunar, donde se desprenderá poco después el módulo de alunizaje, a una altura de sesenta millas, o sea, algo más de cien kilómetros, sobre la inhóspita superficie de nuestro satélite…} Protesto en vano: -Callaos, que no oigo.

– Te estarás quedando sordo -dice mi hermana.

– ¿A que te dejo yo a ti sorda de un bofetón? Mi hermana rompe a llorar con la boca abierta y llena de comida, y el llanto agudo saca a mi padre de su ensimismamiento.

– Te parecerá bonito, hablarle así a una niña chica.

– No soy tan chica -mi hermana se limpia la boca, sorbiéndose los mocos-, que ya tengo siete años.

– Pues parece que tuvieras tres, hablando con ese pavo.

…}en el que como todos nuestros telespectadores ya saben se registra una ausencia absoluta de atmósfera, razón por la cual…} -Nada -protesto por lo bajo-. Que no hay manera de enterarse.

– ¿Y tú para qué quieres enterarte tanto de esas cosas de la Luna? Alzo la cabeza del plato pero no tengo ocasión de contestar a la pregunta de mi padre, aunque sí advierto su mirada de intriga, casi de alarma.

– ¿Quién era el médico que estaba con él esta tarde? -me pregunta mi abuelo.

– Un cura le hace más falta que un médico -dice mi madre.

– -A ése no hay cura que le perdone los pecados.

– Y si no fuera tan roñoso, por lo menos podría haber pagado una enfermera que lo cuidara y lo limpiara como Dios manda.

– Pensará que se va a llevar al otro mundo el dinero.

– Ya tuvo una, y se le marchó a los dos días, porque el tío asqueroso le metía mano cuando se le acercaba.

– ¿Queréis callaros un momento, que le estoy preguntando a mi nieto?…}Siendo los astronautas Armstrong y Aldrin los que tendrán el privilegio histórico de poner los pies sobre el polvo del Mar de la Tranquilidad en la noche del…} -Y yo qué sé, un médico. No lo había visto nunca.

– ¿Con pajarita, gordo, con el pelo muy peinado hacia atrás? -¿Como si se lo hubiera lamido una vaca?…}hora de la costa Este de Estados Unidos, o lo que es lo mismo, seis horas después en los relojes españoles…} ¿Y por qué no tendrán en América la misma hora que nosotros? -se pregunta mi padre, sin apartar los ojos del plato.

– Porque allí es invierno cuando aquí es verano, y de noche cuando aquí es de día -dice mi hermana, como si recitara en clase una lección.

– Qué sabrás tú de esas cosas.

– Pues lo que tú me explicas -mi hermana me saca la lengua, luego se inclina hacia mi padre, como buscando zalameramente protección contra mí.

– Será el doctor Medina -dice mi madre-. Yo creo que lo vi salir esta tarde de la casa, con su maletín negro.

– Muy mal habrá tenido que verse para llamar a un médico que estuvo con los rojos, siendo él tan falangista.

– Será un rojo, pero dicen que no hay en Mágina otro como él.

– De Izquierda Republicana -explica mi abuelo-. Comandante de un batallón sanitario en el frente del Ebro.

– Llevaba un botón negro en la solapa -digo, recordando de pronto, y me aparto a un lado para ver mejor unas imágenes borrosas que aparecen ahora mismo en la televisión: manchas blancas, figuras humanas hinchadas por los trajes espaciales y moviéndose con lenta ingravidez en un espacio muy estrecho, como si flotaran en el agua.

– Se le murió un gran amigo hace poco -dice mi abuelo, confidencial, entendido, sugiriendo siempre que sabe más de lo que dice, que guarda valiosos secretos-. ¿Y sabéis con quién tuvo también mucha amistad? -Mejor no nos lo cuentas -lo interrumpe mi abuela-. Que te tomas un vaso más de vino y te vas de la lengua.

– Con el hijo de nuestro vecino, el de la casa del rincón…

– ¿El hortelano al que fusilaron al final de la guerra? Yo ya me sé todas las historias: y también sé hasta dónde hablan y en qué momento se quedarán callados, y en qué pasaje de un relato bajarán la voz para decir un nombre o para recordar un crimen que casi siempre tiene el aire de una desgracia súbita y natural, de un golpe absurdo del destino.

– ¿No mataron también al hijo, cuando salió de la cárcel? -Lo mataron en el cortijo de su amigo, el año cuarenta y siete -a mi abuelo le gustan las fechas exactas y las palabras esdrújulas-. En una emboscada de la Benemérita.

– Como si supieras tú lo que quiere decir esa palabra tan rara.

– Mujer ignorante, la Benemérita es otro nombre más fino de la Guardia Civil, como decir "el morlaco" o "el astado" es lo mismo que decir "el toro bravo".

– ¿Mataban entonces a la gente, como en las películas? -dice mi hermana.

– Hay que ver qué conversaciones -mi padre se ha puesto muy serio-.

Delante de una niña.

– Si a mí no me da miedo. Yo ya no sueño por las noches.

…}En una hazaña sólo comparable a la del Descubrimiento de América, gloria de la España de los Reyes Católicos, restaurada por nuestro invicto Caudillo después de una postración de siglos…} -Un sabio, el doctor Medina -mi abuelo cavila en voz alta, disfrutando de su afición a celebrar el talento-.

Habría sido un segundo doctor Marañón, un Ramón y Cajal, si no lo hubieran represaliado después de la guerra.

– ¿No estuvo en la cárcel? -¿Es que había matado a alguien? -Niña, tú te callas.

– El que va a la cárcel es porque ha matado a alguien.

Qué falta hará, sacar siempre estas conversaciones. -Pues al abuelo lo metieron preso y no había matado a nadie.

– Como que no iba a salir el asunto de siempre.

– La culpa la tienes tú -mi abuela se encara con su marido-. Por hablar tanto.

– … La conciencia limpia y la frente muy alta -mi abuelo se yergue, digno y herido, deja la cuchara junto al plato-. Sin más delito que servir a un gobierno legítimo.

– ¿Queréis hablar más bajo, que está la ventana abierta?…}Surcando el espacio en la nave Apolo igual que los marineros de Colón surcaron el océano ignoto en las tres carabelas…} -La Santa María, la Pinta y la Niña -salmodia mi hermana con falsete escolar.

– Cállate, que pareces un loro.

– Cállate tú, que pareces un mono, con tantos pelos en las piernas y en los sobacos.

Ni siquiera he levantado la mano y mi hermana ya chilla buscando protección en el regazo de mi padre.

– Comed y callad los dos o me quito la correa y os pongo el culo colorado.