– ¿Te hemos puesto a ti peores notas por no ser alumno de pago? El padre Peter se pone de pie y por un momento temo que va a darme una bofetada y me pica la cara y el cogote, como cuando estoy cerca del Padre Director. Se asoma a la ventana, que da a los vastos patios casi desiertos en verano, donde sólo hay algún interno que juega aburridamente al baloncesto. En la claridad de la ventana los cristales de las gafas se oscurecen de nuevo. De pie junto a mí el padre Peter me pone una mano en el hombro.
– Ese inconformismo, esa ira que sientes -suspira- son impulsos nobles, que debes aprender a encauzar. Quieres algo, y lo quieres mucho, con todas tus fuerzas, y no sabes qué es.
Buscas algo, y no sabes que es Dios quien te inspira esa búsqueda.
– ¿Y si Dios no existe? -Admitamos la hipótesis -el padre Peter se ha sentado de nuevo frente a mí, las manos enlazadas, los codos sobre la mesa, en una actitud alerta, echado hacia delante, como en una de las partidas de ping-pong o de futbolín a las que a veces desafía a sus alumnos-. ¿Cuál sería entonces el sentido del Universo? -Pues a lo mejor ninguno.
– ¿Y la posición del Hombre sobre la Tierra? -Una especie, como cualquier otra, que se ha impuesto por selección natural.
– Ya entiendo -dice sombríamente el padre Peter, las manos juntas delante de la boca, como meditando, o rezando-. La lucha por la vida. La supervivencia del más fuerte. ¿Qué esperanza deja eso para los débiles, para los pobres o los enfermos? ¿Tendremos que adorar al Superhombre de Nietzsche? Lo único que yo sé de Nietzsche es que parece que dijo que Dios había muerto, o que si Dios había muerto todo estaba permitido, y que se volvió loco y le hablaba a un caballo, y que murió de sífilis.
– O bien aceptar sin más las palabras del Calígula de Camus: que los hombres mueren y no son felices…
Mientras escucho al padre Peter me esfuerzo por encontrar la conexión entre Calígula y Nietzsche, que tiene que ver con los caballos. ¿Se volvió loco también Calígula, por impío y por perseguidor de los cristianos, y acabó también hablándole a su caballo, o lo que hizo fue nombrarlo senador? ¿Era tan depravado que se acostó con su hermana? ¿O el que se acostó con su hermana y le pegó la sífilis era Nietzsche? ¿O la sífilis se adquiere de hacerse pajas sin descanso? El padre Peter se quita despacio las gafas: tiene los ojos muy claros, y los lacrimales enrojecidos. Demasiada sensibilidad a la luz. En algún momento muy primitivo de la evolución, hace miles de millones de años, algunos organismos empezaron a desarrollar células que percibían la luz dentro de unas ciertas longitudes de onda. Células que poco a poco se fueron organizando hasta adquirir la asombrosa complejidad de los ojos, no más simples ni menos sofisticados en una mosca o en un pulpo que en el ser humano.
?Dios, el maestro relojero, también tuvo que hacerse oculista? -Fe y Razón -dice el padre Peter-. Lees superficialmente el relato bíblico y te parece que son contradictorias. Darwin contra el Génesis: el Hombre creado en una mañana, en el sexto día, o el resultado de millones y millones de años de evolución, desde la ameba hasta esos seres que ahora mismo viajan por el espacio hacia la Luna.
Ha vuelto ha ponerse las gafas y mira por la ventana, no hacia el patio, sino por encima de los tejados y de la torre vigía del colegio, como si buscara en el cielo un rastro de la nave Apolo.
– La vida empezó en el agua, según los científicos. Al cabo de muchos millones de años algunos de aquellos seres marítimos abandonaron torpemente el agua y empezaron a ocupar la tierra. Y ahora, quizás, estos mismos días, la vida emprende un salto mucho mayor, de la tierra al espacio. ¿Y no hay un porqué para ese esfuerzo inmenso, un motivo para esos saltos formidables, nada más que la lucha por la vida, que la supervivencia y la reproducción? El simio, para alcanzar la posición erecta, ¿no está apartando sus ojos de la superficie de la tierra, no lo hace por el deseo de mirar al cielo? El proceso de hominización es en el fondo el resultado de un anhelo de trascendencia. Te hablé del padre Teilhard de Chardin y quizás ha llegado el momento de que te acerques a su obra, mucho antes de lo que yo esperaba. La mente juvenil quema etapas que para el adulto equivalen a largos períodos de aprendizaje. Es natural, tú desconfías de tus superiores, de estos hombres con sotana que te obligamos a rezar de memoria y te decimos que si no crees que Dios creó el mundo en seis días y que la mujer procede de una costilla del hombre te vas a condenar…
– Eso dice el Padre Director.
Que todo lo que dice la Biblia es dogma de fe.
– ¿Y que Josué le mandó al Sol que se parara en el cielo y el Sol obedeció? ¿Y que un carro de fuego arrebató al profeta Elías? -A lo mejor era una nave extraterrestre, como dicen que era la estrella de Belén.
– El mensaje bíblico no es fácil -el padre Peter tiene ahora una sonrisa de conmiseración hacia mí-. Mentes de primera categoría, desde los padres de la Iglesia, se han esforzado en comprenderlo durante diecinueve siglos. Sabios, historiadores, eruditos, expertos en lenguas orientales, en jeroglíficos, en escritura cuneiforme. ¿Y vamos nosotros a pensar que lo entendemos todo, en una simple lectura, como se entiende una noticia del periódico? El padre Teilhard de Chardin no fue un sacerdote cualquiera, un simple teólogo. Fue un científico, y uno de los grandes del siglo Xx. Un paleontólogo de primera categoría, descubridor de fósiles como el}Homo pekinensis}. Pero para él la evolución no era un proceso ciego, guiado por la casualidad o por la ley terrible, la ley injusta de la supervivencia de los fuertes. La evolución tiene un sentido, un impulso ascensional, que está en toda la naturaleza, en la semilla y en el árbol que crecen desde el interior de la tierra, en el simio que alza sus manos y su cabeza de ella para mirar al horizonte, para caminar erguido. En el astronauta que rompe la fuerza de la gravedad levantado hacia el cielo por la fuerza inmensa del cohete Saturno. Detrás de la evolución está el diseño de Dios, que es a lo que los cristianos hemos llamado siempre la Providencia…
– ¿Y si hay otros seres más inteligentes y más evolucionados que el hombre en planetas de otras galaxias? -Daría lo mismo -dice el padre Peter, después de unos segundos de vacilación-. La acción salvadora de Cristo reviste dimensiones cósmicas.
– ¿Y los dinosaurios? -¿Qué pasa con los dinosaurios? -al padre Peter se le está acabando la paciencia.
– Se extinguieron hace sesenta y cinco millones de años, por culpa del impacto de un meteorito gigante sobre la Tierra.
– Es sólo una hipótesis, como sabes.
– Gracias a la extinción de los dinosaurios pudieron prosperar otras especies, como los primeros mamíferos…
– Seguimos en el terreno de la hipótesis -el padre Peter pone cara de intensa meditación, las manos juntas y rectas delante de la boca, como si rezara, las uñas a la altura de la nariz-. ¿Adónde quieres llegar? -Si no desaparecen los dinosaurios no hay mamíferos que progresen en la Tierra -tomo aliento, nervioso, embriagado de mi propia temeridad, de mi palabrería-. Y si no hay mamíferos no hay simios, ni homínidos, y por lo tanto no hay seres humanos. ¿Fue Dios, o la Divina Providencia, quien envió aquel meteorito gigante a chocar contra la Tierra, para que se extinguieran los dinosaurios? El padre Peter observa mi excitación, mi nerviosismo: adopta una expresión voluntaria de paciencia, una actitud entre de ironía y de afectuosa mansedumbre.
– Así que, según tú, no hay lugar para Dios en el orden del Universo.
?Eres ateo? -Soy agnóstico, padre -trago saliva al decir esa palabra, que aprendí no hace mucho de él.
El padre Peter mueve la cabeza pensativamente, mira la hoja en la que ha estado dibujando flechas, esquemas, diagramas, líneas que se entrecruzan.
Se pone en pie y yo aprovecho para levantarme, suponiendo con alivio que da por terminada la entrevista. Se me acerca, ahora menos alto que yo, y me pasa una mano por el hombro, confidencial, sin rendirse, lleno de serena paciencia.
– Comprendo tus inquietudes -dice, en voz baja, y puedo oler su aliento cercano-. Sé que sigues buscando, y que el camino no es precisamente fácil. ¿Quieres que te confiese? -No tengo tiempo -miento de nuevo, y me desprendo de él-. Tengo que irme al campo a ayudar a mi padre.
10
Vivo escondiéndome, refugiado en los libros, y en las noticias sobre el viaje del Apolo Xi. Aguardo con impaciencia los boletines horarios de la radio y los telediarios en los que se ven imágenes borrosas de los astronautas flotando en el interior de la nave, moviéndose entre cables y paneles de control. Audaces y a la vez muy protegidos, abrigados en un interior translúcido como el que habitan dentro de sus capullos los gusanos de seda.
Separados del espacio exterior por unos pocos milímetros de aluminio y de plástico, avanzando en un silencio absoluto y en una perfecta curva matemática en medio del vacío que separa la órbita de la Tierra de la de la Luna, lentos e ingrávidos y a la vez moviéndose a treinta mil kilómetros por hora, la nave girando cada cuatro minutos en una rotación que le permite no ser incendiada por los rayos solares, no sucumbir al frío antártico en el que cae instantáneamente el lado que se queda en la sombra. Cada cuatro minutos la Tierra aparece en una de las ventanas circulares, un globo azul, cada vez más lejano, con manchas pardas y verdosas y espirales blancas, un lugar solitario, tan frágil como una esfera de cristal transparente.