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El capitán Poulter había salido a cubierta y se le acercó caminando.

– Bien, muchacho, ¿tiene mucha experiencia en este tipo de barco? -dijo con un inconfundible acento londinense.

– No con un cúter, señor, pero hace poco fui el capitán de presa de una goleta.

– Bien. Espero no apartarlo demasiado tiempo de las empresas del rey, pero nos dirigimos junto con el capitán Calvert a las islas Scilly, para examinar su faro. Puede que un oficial del Rey encuentre esta travesía interesante.

Drinkwater detectó una leve insinuación en la voz de Poulter. Lo reconoció como una triquiñuela que utilizaban el viejo Blackmore y otros capitanes de la marina mercante, a quienes molestaba la superioridad social de la Marina. En honor a la verdad, Drinkwater se sonrojó.

– Para serle sincero, señor, le estoy muy agradecido por haberme librado del buque de guardia. Creía que me moriría de aburrimiento antes de pasar de nuevo a la acción.

– Eso es bueno -dijo Poulter girándose hacia a barlovento y olisqueando el aire-. Maldita sea esta costa. Siempre está lloviendo.

El cúter de la Trinity se hizo a la mar desde Plymouth dos días más tarde. Agosto había dejado paso al mes de septiembre. Tras los días de lluvia, llegaron jornadas dominadas por la neblina y los vientos. Pero todo ello no podía afligir el ánimo del joven guardiamarina. Tras la claustrofóbica atmósfera del buque de guardia, encontró que su cometido en aquel barco era altamente estimulante. Aquí estaba, en una pequeña y hermosa embarcación, comandada con tanta eficacia como un navío de primera categoría, pero sin los azotes y la depravación humana que prevalecían en la Marina de Su Majestad.

El capitán Poulter y su segundo demostraron ser instructores generosos y Drinkwater aprendió con rapidez mucho más sobre los pormenores del aparejo de cuchillo que lo que había aprendido en la Algonquin.

Descubrió que el capitán Anthony Calvert se mostraba dispuesto a conversar con él, e incluso interesado en escuchar cómo afrontaría Drinkwater ciertos problemas de navegación. Una noche, acompañó al Honorable Hermano -Calvert- y a Poulter en la cena. Calvert recibía el mismo trato deferente que Drinkwater había visto ofrecer al almirante Kempenfelt. Era cierto que el capitán navegaba con su propia insignia en el tope del mástil del cúter, aunque se consideraba que sus privilegios y responsabilidades no repercutían sobre el gobierno del cúter. Sin embargo, resultó ser un hombre interesante y atento.

Mientras el cúter luchaba por seguir su rumbo oeste, Drinkwater relató una vez más cómo retomaron la Algonquin. A medianoche, dejó a Poulter y Calvert para relevar al segundo oficial. Seguía soplando un viento muy fuerte y la noche era oscura, húmeda e inhóspita.

El segundo oficial tuvo que gritarle al oído la posición y el curso.

– Manténgalo amurado a estribor durante otra hora. Estamos lejos del saliente de Wolf Rock, pero mantenga los ojos bien abiertos cuando vaya rumbo norte. Deberíamos haberlo dejado ya al oeste, pero la corriente será de mil demonios con este viento que sopla de popa. Extreme las precauciones.

– Entendido -respondió Drinkwater, gritándole a su vez a la silueta negra cuyo chubasquero estaba empapado de lluvia y salpicaduras de mar. Se quedó solo, cavilando sobre los peligros del Wolf, que no constaba en las cartas de navegación. Este saliente, totalmente aislado, era, junto con Eddystone, el peligro más temido por los marinos en la costa sur de Inglaterra. Bañado en todo momento por el oleaje, incluso en los días de mayor calma, habría que esperar hasta 1795 antes de que se intentase, en vano, erigir una señal luminosa en el saliente. La estructura se vino abajo con el primer temporal y hubo de pasar una generación antes de que se asentase una señal permanente sobre aquel formidable peñasco.

Había quien afirmaba que, con ciertas condiciones de la mar, una caverna subterránea producía el sonido de un aullido y que por eso se le había dado al peñasco aquel nombre, Wolf, es decir, «Lobo»; pero, aullase o no, en aquella noche no se oía nada más que el bramido del temporal y el crujido y el estrépito de la embarcación mientras navegaba con rumbo sursudoeste.

Poulter había ordenado tomar cuatro rizos en la enorme vela mayor antes del anochecer. No tenía prisa puesto que pretendía ponerse al pairo de las Scilly para observar la luz del St. Agnes. A este propósito, Calvert se había acercado desde Londres.

Cuando sonaron las dos campanadas, Drinkwater se preparó para virar por babor. Antes, se acercó a la proa para inspeccionar las velas. El contrafoque estaba arrizado pero más adelante, en el largo bauprés, un pequeño foque temperamental le plantaba cara al temporal. Drinkwater había aprendido que para equilibrar la enorme vela mayor, había que mantener un foque lo más cerca posible del extremo del bauprés. Observó el enorme palo golpear contra la cresta de una ola, incluso mientras la ola de proa sobre la que cabeceaba la embarcación caía sobre su predecesora. Bajo Drinkwater, la silueta del león desaparecía bajo los rociones de agua blanca que se deslizaban silbando por la proa del cúter, en su inexorable singladura.

Regresó a popa, llamó a la brigada de guardia a sus puestos, le echó un vistazo a la brújula, luego a la insignia de Calvert que destacaba en el tope del mástil. Contra la enorme rueda se apoyaban dos hombres. Les gritó:

– ¡Abajo el timón! -y ellos le respondieron con gruñidos de esfuerzo.

El barco se enderezó, el velamen se agitaba furioso y crujía como el trueno. El casco arfaba y se hundía al enfrentarse a la mar.

Drinkwater se mordió el labio preocupado. El cúter tardó bastante en virar contra el viento, pero la tripulación conocía bien su oficio. Las órdenes que emitió Drinkwater fueron tanto para su propia satisfacción como para manejar el barco. Mientras, lentamente, se abatía a estribor y el pequeño y agresivo foque recibió el viento de frente. El viento se enredó en el foque y, de pronto, ejerció su influencia al extremo del bauprés. El cúter viró sobre su talón, hinchada la vela mayor, y luego el contrafoque cazó también el viento. Al final, la escota del foque de barlovento cobró vida y la lona crujió como un mosquete antes de que la acallara la escota de sotavento. La embarcación ganó velocidad rumbo noroeste y Drinkwater dio un suspiro de alivio.

En aquellas condiciones, no hubo oportunidad de estudiar la carta de navegación. Las cortinas de agua bañaban la cubierta sin cesar, de manera que los dos botes calzados en el combés parecían flotar por sí mismos.

Pasada una hora, de pronto las velas se agitaron. Al unísono, varios de los hombres percibieron el cambio de dirección del viento.

– ¡Manténganla ceñida! -les gritó Drinkwater a los timoneles, y estos respondieron con cierto tono de reproche:

– Entendido, pero eso es dirección norte, señor.

Drinkwater comprobó este hecho reflexionando que no estaba en un buque del rey y que la respuesta del timonel no era insubordinada, simplemente, informativa.

Norte.

Agitó la cabeza para librarse de la fatiga y el exceso del vino de oporto de Calvert. Con la deriva y la rabiosa pleamar empujándoles hacia el este, podría estar dirigiendo el barco hacia Wolf Rock. Sintió el pánico anudándole el estómago; consiguió controlarse pensando que el área del peñasco era menor que la superficie de la cubierta. Con toda seguridad, no era posible que fueran a chocar contra aquella aislada roca…

A su lado surgió una silueta. Era Poulter.

– He oído la caída de grátil, muchacho. Supongo que le preocupará el Wolf.

Aquello no fue una pregunta, simplemente una afirmación. Drinkwater sintió que se desvanecía la carga que llevaba sobre sus hombros. Aclaró sus ideas y nuevamente fue capaz de pensar.