Los ogás entonaron los últimos cantos del Xiré, en honor de Oxalá, dando así fin a la ceremonia. Sin decir una palabra, el rey Obá se levantó y ordenó que los visitantes le acompañasen al peji, una salita apartada, donde, sobre una mesa cubierta por un mantel de encaje blanco, se veía el juego de conchas. El babalorixá les hizo seña de que se sentasen en torno a la mesa y se puso a distribuir las conchas delante de éclass="underline"
– Primero tengo que ver cuál es tu orixá de cabeza, hijo mío -explicó refiriéndose a los santos que, según la religión yoruba, rigen y protegen la vida de cada uno.
Cogió las conchas y, haciendo un amplio ademán, se las llevó a la frente, revelando a Sherlock:
– Tú eres hijo de Xangó.
Luego cogió un amuleto de colores con cuentas marrones y blancas y se lo puso en el cuello a Holmes:
– Lleva siempre este amuleto, hijo mío, no lo olvides nunca: Xangó es tu padre, Xangó es tu protector.
El babalorixá recogió las conchas para comenzar la consulta. Mezcló de nuevo conchas, piedras y monedas, y las piezas del oráculo cayeron en desorden, incapaces de juntarse. Preocupado, el rey Obá declaró:
– No entiendo. Los orixás te han llamado aquí, pero no se quieren manifestar. Lo siento mucho, hijo mío, me da la impresión de que hay una corriente que impide el juego.
Watson, que no entendía lo que estaba ocurriendo, se levantó indignado:
– ¡Mukumbe, haga usted el favor de decirle a este señor que no tengo la menor intención de cooperar en estas brujerías! Se volvió para salir, pero no consiguió llegar a la puerta,
porque su cuerpo comenzó a temblar, y, de pronto, el impasible doctor Watson, ex cirujano del quinto regimiento de fusileros de Northumberland, se encorvó como un anciano y se puso a dar vueltas por la sala en la postura tradicional de Omolu. Dio así tres vueltas y cayó al suelo, inmóvil.
– ¿Qué es lo que pasa? -se asustó Sherlock Holmes.
– Nada grave. El doctor Watson tropezó con el santo -explicó Mukumbe.
– Ahora va a haber que frotarle bien -sentenció Obá Shité.
Holmes procuró recobrar la calma.
– Sé muy bien que tiene usted las mejores intenciones, pero le puedo asegurar que no tenemos tiempo para meternos ahora en ninguna ceremonia de iniciación.
El detective, dicho esto, se puso a sacudir violentamente a su amigo.
– ¡Watson! ¡Watson! ¡Hale, hombre, levántate!
Mukumbe trató de tranquilizar al detective:
– Calma, calma, señor Holmes, esto es señal de que el doctor Watson es un hombre muy sensible, porque ha captado los fluidos del ilé. Como no está iniciado, cualquier influencia le puede tumbar. Menos mal que fue su orixá de cabeza, porque pudo haber sido mucho peor. Pudo haber sido…
Interrumpió a Mukumbe una carcajada ronca que salía de la garganta de Watson:
– …una paloma-gira -terminó Mukumbe su frase, muy asustado.
– ¿Y eso qué es? -preguntó Holmes, más asustado que él.
El babalorixá Obá Shité se lo explicó, tomando las riendas de la situación:
– Una orixá, un demonio en forma de puta. Habitualmente sólo desciende sobre las mujeres, o también… ¿es adé este señor?
– ¿Qué quiere decir eso?
– Afeminado -tradujo, algo violento, Mukumbe.
– No, es inglés.
– Pues será que la paloma-gira se confundió -concluyó Obá Shité, encogiéndose de hombros.
Watson, levantándose, se acercó a Holmes con las manos seductoramente apoyadas en las caderas:
– Qué Oibó más olorundidun… -suspiró, husmeando a su amigo en la nuca.
Saltaba a la vista que Holmes no sabía cómo reaccionar. Mukumbe le echó una mano:
– Lo que quiere decir es que usted es un hombre blanco muy fragante.
Watson se puso a gritar como una mujerzuela:
– ¡A ver, qué pasa! ¡Quiero otí! ¡Quiero itaba, so mierdas! ¡Y a ver si me encienden las inas de una puñetera vez! -exigió, mezclando portugués y yoruba sin el menor acento en ambas lenguas.
Holmes seguía espantado:
– ¡Pero esto es increíble! ¡Si Watson jamás habló ninguno de esos idiomas!
– No es él, es la paloma-gira, que pide aguardiente, un puro y velas -explicó Mukumbe.
El babalorixá satisfizo rápidamente las exigencias de Watson, que se bebió de un trago la botella de aguardiente barato y dio varias chupadas seguidas al puro:
– ¿Qué dize que suncé que sabe quién es el zirikili?
Holmes descifró este galimatías:
– Justo, que lo que necesitamos saber es quién es el serial killer.
Watson, el paloma-gira, soltó otra carcajada procaz:
– Ja, ja, ja! ¡Pero si suncé le conoce al zirikili! ¡Si hasta ha salido con él! ¡Si anduvo juntito con sunce! ¡Si suncé no da con él es porque ha fumado demasiada itabojira en su pipa!
Sherlock no tuvo necesidad para deducir que el orixá se refería al cannabis.
– De no ser por la itabojira suncé ya habría descubierto por qué razón el zirikili deja la cuerda y se lleva la zoreja, ¡ja, ja, ja! -Watson, el paloma-gira, volvió a reír, y prosiguió-: El zirikili es un okorin de owó odara, y todavía va kufá otra obirin con la obété.
Mukumbe hizo nuevamente de intérprete:
– Lo que dice la orixá es que el serial killer es un hombre de mucho dinero y que todavía va a matar a otra mujer con su cuchillo.
– ¿Y por qué lo hace?
Watson apuró otra botella de aguardiente y volvió a echarse a reír.
– ¿Que por qué?, pues porque el ziríkili está kolorí… -afirmó, y a Holmes no le hizo falta que nadie le explicara que kolorí quería decir «loco».
Watson, el paloma-gira, volvió a llevarse las manos a las caderas, y gritó:
– ¡Bueno, a ver qué pasa! ¡Que quiero menga! ¡Que quiero ejé! ¡Y, si no, pues nada, que no subo!
– ¿Qué le pasa ahora?
– Pide sangre. Quiere el sacrificio de un ave para desencarnarse.
– ¡No puede ser! ¡Watson siempre fue vegetariano!
Mukumbe trató nuevamente de explicar el fenómeno mientras el babalorixá buscaba lo necesario:
– Señor Holmes, no ha sido el doctor Watson, sino la paloma-gira la que ha hecho el encargo. Su amigo no es otra cosa que el caballo, el instrumento de la orixá.
– ¿Y no podría preguntar yo ahora el nombre del asesino?
– De nada serviría. Cuando ella pide desencarnarse es que no quiere decir nada más. Ahora, si me lo permite usted, como ogá axogum que soy, mi deber es hacer la ofrenda.
Mukumbe cogió el cuchillo y la gallina de manos de Obá Shité y la degolló sobre la cabeza del médico.
A Watson, el paloma-gira, la sangre del ave le ensució entero. Se frotaba la cara haciendo una mueca espantosa, y diciendo, enloquecido:
– ¡Oluparun!, ¡oluparun! -lo que, en lengua yoruba, significa «el Destructor».
La orixá abandonó a Watson tan rápidamente como le había poseído: Watson cayó al suelo como una prenda vieja que se tira. Se levantó, sin apenas otra huella de lo ocurrido que un pequeño aturdimiento: