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Insegura, Natalie juntó las manos, convencida de que, en el momento en que lo tocara, toda su resolución se derrumbaría y caería víctima de sus considerables encantos.

– No me importa cómo se llame. Y no tomo café. Le repito que estoy prometida.

– ¿Un té entonces? Ya sé, estás comprometida. Pero si no bebes algo, acabarás deshidratada.

Natalie sacudió la cabeza, tentada a decir que sí, pero decidida a no permitirse considerar su oferta. ¿Por qué se movía tan lento aquel ascensor? ¿Y por qué aquel tal Chase tenía un efecto tan desconcertante sobre ella? ¡Natalie Hillyard no hablaba con desconocidos! Aunque el desconocido en cuestión fuera el hombre más atractivo que había visto en su vida. No aceptaba invitaciones de improviso y, desde luego, no se tragaba aquel cuento chino del sueño.

– Agua -insistió él-. Podríamos salir y bebernos un buen vaso de agua.

– ¡No!

Para su alivio, el ascensor llegó a su piso. Ella se apresuró a salir mirando por encima del hombro para asegurarse de que no la seguía. Pero él se había quedado quieto, el hombro apoyado contra la puerta y diciéndole adiós con la mano.

– Te caería bien. La gente dice que soy buena persona.

– ¡Y yo estoy prometida!

Chase se echó a reír y el sonido cálido de su risa llenó todo el pasillo. Natalie abrió la puerta de recepción, decidida a poner la máxima distancia posible entre ella y aquel atractivo extraño.

– Ya nos veremos, cariño -dijo él mientras la puerta se cerraba-. Es el destino.

Capítulo 2

– ¡Ya era hora de que llegaras! ¡Se suponía que debías presentarte esta mañana!

Chase metió las manos en los bolsillos de la cazadora. No esperaba que lo recibieran con los brazos abiertos.

– Yo también me alegro de verte, hermanito.

Siento llegar tarde. El ascensor… se ha quedado atascado.

– Nuestros ascensores siempre se encuentran en un perfecto estado operativo -dijo John, y su fanfarronada fue una imitación perfecta de las de su padre-. Tendré que hablar con mantenimiento al respecto.

– Déjalo para después. No es importante.

– Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy -dijo John sabiamente.

– Espera, deja que me apunte eso. Quiero bordarlo en mi almohada.

John lanzó un suspiro de exasperación.

– Y veo que esto va a ser una pérdida de tiempo. No sé por qué te has molestado en venir.

Chase le dio una palmadita en el hombro.

– No desesperes, Johnny. Ya que estoy aquí, me encantaría que me dieras una vuelta por las oficinas. Puedes presentarme a toda esa gente tan simpática.

En realidad, sólo había una persona a la que Chase quería conocer. La chica de sus sueños se encontraba en algún lugar de aquel edificio, la rubia preciosa que lo había dejado plantado en el ascensor un momento antes.

Había sido como un puñetazo en el estómago. Se había quedado sin respiración, con la vista borrosa. Por un instante, había tratado de convencerse de que no le resultaba conocida, que sólo era una chica bonita. Pero el recuerdo de su sueño era tan vivido que cada detalle de aquel rostro y de aquel cuerpo estaba grabado en su memoria. Era ella, la misma de la que le había hablado su abuela. Pero ya no se trataba de un sueño, sino de una mujer de carne y hueso y, si había que creer en las predicciones de Nana, algún día acabaría siendo su esposa.

Aunque el tiempo le había enseñado a creer en las visiones de su abuela, se sentía obligado a encontrar una explicación lógica. Pero no tenía respuestas para el torbellino de preguntas que se arremolinaban en su cabeza. Ella trabajaba en las oficinas de las Donnelly Enterprises. Con un poco de suerte, sería una empleada con una mesa y una placa con su nombre. Si no, el recepcionista tendría que acordarse de ella.

– Sí, supongo que podríamos empezar con una visita a las oficinas -gruñó John-. Podría presentarte a nuestro equipo de dirección, aunque la mayoría estarán comiendo ahora. Si hubieras leído nuestro boletín, sabrías que hemos consolidado varias divisiones bajo…

– Ahórrate los comentarios, hermano. Tú enséñame las oficinas. Ya te haré las preguntas conforme se vayan presentando.

La visita pareció alargarse horas, tediosas e inútiles horas. Cuando por fin entraron en la sección financiera, Chase estaba a punto de darse por vencido y recurrir al recepcionista. Se volvió hacia su hermano, pero entonces un grupo de mujeres apretujadas en un cuarto de conferencias con las paredes de cristal llamó su atención. Se detuvo de golpe cuando vio que una de ellas levantaba un negligé negro.

– ¡Es ella! -murmuró mirando a través del cristal.

– ¿Qué?

– ¿Quién es esa? Esa de ahí, la que tiene un salto de cama en las manos.

John chasqueó la lengua disgustado.

– Jamás habría esperado un comportamiento tan poco profesional de Natalie Hillyard, pero supongo que todas las mujeres pierden un poco de sentido común antes de casarse. Ella lo hace el mes que viene pero, gracias a Dios, no se va de luna de miel. La señorita Hillyard es nuestra directora de finanzas, lleva todo el departamento. Dentro de unos cuantos años más, estará lista para la vicepresidencia, si no decide echar a perder su carrera con niños y una casa en las afueras.

– Es preciosa.

John frunció el ceño y miró en la misma dirección que su hermano.

– ¿Preciosa? ¿Natalie Hillyard?

Chase asintió. Aunque seguramente pasaría desapercibida para la gran mayoría de los hombres, Natalie Hillyard era la encarnación de la belleza sencilla, irradiaba un resplandor interno que parecía iluminar sus rasgos, pelo claro y pómulos altos, grandes ojos verdes y una boca delicada. Seguramente, pocos hombres se fijarían en ella, pero Chase no era un hombre del montón y veía mucho más allá. Percibía una vulnerabilidad que ella se las arreglaba para ocultar tras una expresión desapasionada.

– Ni se te ocurra, Chase. Está prometida y es una empleada muy competente y valiosa. Master de Administración Mercantil por la Universidad de Boston. Llega a trabajar a las siete de la mañana y no se va hasta las siete de la tarde. Desde luego, no es tu tipo.

– ¿Y dices que se llama Natalie Hillyard?

– Los Donnelly no perseguimos a las empleadas de la empresa. Como te acerques a ella, se lo diré a papá.

– Siempre has sido un bocazas, Johnny. Anda, preséntamela.

Chase entró en el cuarto de conferencias, fijándose en los globos y en los adornos y los crespones. Había una tarta sobre una mesa larga. Las charlas festivas se interrumpieron en el momento en que las damas se dieron cuenta de su presencia. Pero Chase sólo tenía ojos para Natalie. Él sonrió e hizo un gesto hacia la prenda de encaje que sostenía entre las manos.

– Muy bonita -dijo. Lo último en moda de ejecutiva, supongo.

El rubor que había provocado en ella la prenda desapareció ante la palidez que se adueñó de su rostro. Natalie parpadeó sorprendida.

– Es usted -murmuró, apretando las manos sobre la prenda.

John se aclaró la garganta y se puso delante de Chase.

– Señoras, quisiera presentarles a mi hermano mayor, Charles Donnelly IV. Chase, estas damas trabajan en nuestra sección financiera.

Chase recorrió la habitación estrechando manos, disfrutando de las presentaciones personales. Unos susurros apagados se suscitaban a su paso, especulando sobre su repentina aparición. Según su padre, Chase era protagonista de un sinfín de chismorreos, aunque rara vez se lo veía por el edificio. Cuando llegó frente a Natalie, volvió a tenderle la mano.

– Señorita Hillyard. Mis mejores deseos para su próxima boda.

Chase se fijó en las cajas abiertas de lencería y pasó la mano sobre un body de color verde claro.

– El verde te sienta muy bien -susurró para que sólo ella pudiera oírlo.

El sonrojo volvió a sus mejillas. Natalie aflojó la mano que él sostenía.