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– Es… un placer conocerlo, señor Donnelly.

– Chase, por favor. Al fin y al cabo, somos viejos amigos, ¿no?

Natalie musitó su nombre una vez más antes de ponerse a recoger torpemente las cajas de lencería. Chase se quedó mirándola un rato y volvió a dirigirse a su hermano.

– Nana me ha dicho que tengo un despacho aquí, ¿por qué no me lo enseñas? Puedo dedicarme a contar los clips mientras tú vuelves a tu trabajo.

John suspiró exasperado, pero fue a la puerta. Chase le echó una última mirada a Natalie y sonrió para sí mismo. Al infierno con las buenas maneras de la empresa; un hombre no soñaba con la chica con la que iba a casarse y la dejaba sin cruzar una palabra.

– Señoras, ha sido un placer.

El clamor estalló en el momento en que cerró la puerta. Si Natalie no se había enterado de su reputación, ahora la pondrían al día. Chase hizo una mueca para sus adentros. Por primera vez deseó que su reputación no lo precediera.

– Estupendo -dijo cuando vio su despacho y hubo probado el sillón-. ¿Tengo secretaria?

Careciendo de sentido del humor, John no encontró nada divertida su pregunta. Cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó una mirada admonitoria a su hermano.

– Chase, no molestes a las empleadas y no pongas conferencias con los teléfonos de la empresa. Si tienes alguna pregunta, mi número es el 8674 por el intercomunicador.

– ¿Funciona el ordenador? -preguntó Chase mientras giraba en el sillón.

– Tienes acceso a todo lo que no sea confidencial, incluso a la información reservada para ejecutivos. Hay una lista de comandos en tu cajón. Utiliza los últimos seis dígitos del número de tu seguridad social como clave de acceso.

Chase esperó a que su hermano se marchara para encender el ordenador.

– Natalie Hillyard -murmuró al tiempo que escribía-. Vamos a conocernos un poquito mejor.

A los pocos minutos, disponía de un perfil personal, una especie de resumen que informaba de su curriculum y de su historial con la empresa. La dirección y el número de teléfono no presentaron dificultad. Chase los apuntó en un trozo de papel y se lo guardó en el bolsillo. Entonces tropezó con algo inesperado, mejor que todo lo demás. La dulce Natalie también guardaba su horario personal en el ordenador.

– City Florists a las cinco treinta y siete de hoy -leyó Chase con una sonrisa satisfecha.

Imprimió todo su horario y programa de citas. No estaba seguro de que hubieran nacido el uno para el otro, pero no podía negar que sentía curiosidad. ¿Resultaría ser la misma mujer extraordinaria con la que había hecho el amor en sueños? ¿O acabaría siendo la fantasía mucho más excitante que la realidad?

Chase había conocido demasiadas mujeres maravillosas, que entraban y salían de su vida tan regularmente como la marea. Ni una sola de ellas había captado su atención como Natalie. Ella era un misterio, una fachada de frialdad impenetrable en el primer contacto. Pero allí había mucho más de lo que se apreciaba a simple vista. ¿Por que lo fascinaba tanto la idea de explorar sus profundidades?

Siempre que se veía como un hombre casado y con familia, se imaginaba una mujer como Natalie a su lado, una mujer alta, esbelta, de rostro dulce, segura e inteligente. Una mujer con quien pudiera emplear toda su vida en conocerla, una mujer más compleja que una cara bonita y un cuerpo sexy.

Pero, ¿qué estaba haciendo? No había cruzado con ella sino un par de frases y ya se la estaba imaginando como algo permanente en su vida. ¿Es que había perdido la cabeza por completo?

Estaba comprometida, algo que había dejado claro más de una vez. Lo más probable era que ir tras ella fuera perder el tiempo. Si embargo, la visión de Nana tenía que significar algo. Necesitaba probar por lo menos que Natalie no era la mujer de sus sueños, de lo contrario, tendría que casarse con ella.

Era empleada de las Donnelly Enterprises y, según John, se tomaba su trabajo muy en serio. Pondría toda clase de reparos a salir con un Donnelly. Era lo primero que debía solventar. Después se encargaría de su prometido. ¿Qué había dicho John? Que se casaba al mes siguiente. Consultó el esquema que había impreso, el cuatro de abril. Maldijo en voz baja. Tenía el presentimiento de que hubiera sido más fácil olvidarla.

Pero Chase Donnelly se había pasado la vida haciendo realidad todos sus sueños y no estaba dispuesto a tirar éste por la borda.

Una lluvia fría de primavera mojaba a los peatones de la hora punta cuando Natalie llegó a la floristería un minuto antes de la hora a la que había quedado con su hermana. La cita no era hasta las seis menos cuarto, pero Lydia siempre llegaba unos ocho minutos tarde en promedio. Natalie tenía en cuenta el retraso de su hermana.

Había comenzado a visitar la floristería tres meses antes, pero necesitaba estar segura de que las violetas combinaban a la perfección con su esquema de colores. La señora Jennings no toleraría la menor imperfección.

Si hubiera podido elegir, ella se habría conformado con una sencilla ceremonia civil. En realidad, la boda no era sino una fiesta para Edward; su familia y sus numerosos amigos y socios. Pero una no entraba a formar parte de los Jennings sin una ceremonia de recepción de lo más formal y correcta.

Natalie entró y dejó el paraguas. Sólo había otro cliente, de espaldas a ella, hablando con la empleada del mostrador. Le pareció notar algo familiar en él, el pelo negro que le llegaba hasta el cuello de la cazadora de cuero, los vaqueros que se amoldaban a sus…

Natalie se quedó helada. ¿Qué hacía «él» allí? Ahogando una maldición, se escondió detrás de una palmera y espió al hombre que había invadido sus pensamientos durante toda la tarde. Chase se dio la vuelta para contemplar un ramo de narcisos y Natalie se quedó extasiada con su perfil. No recordaba haber experimentado una sensación tan excitante y perturbadora en toda su vida, ni siquiera con Edward. Pero Chase era distinto a todos los hombres que ella había conocido.

– Es peligroso -musitó para sí misma.

– ¿Quién es peligroso?

Sobresaltada, Natalie se giró para ver a Lydia, que estaba junto a ella y también espiaba a Chase. Tomó a su hermana del brazo y la metió a la fuerza tras el tiesto enorme de la palmera mientras le ponía la mano en la boca.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -dijo en un susurro.

– Tú me has pedido que viniera -dijo Lydia, tratando de librarse de la mordaza de sus dedos.

– Llegas antes de lo previsto.

Lydia le dio un azote en la mano.

– ¿Pero qué haces? ¿Y por qué estamos cuchicheando?

– Él está aquí. Ahí, ése que mira los narcisos.

– ¿Quién es?

– Chase Donnelly. Lo he conocido en el ascensor. Bueno, en realidad, no lo he conocido. Nosotros…

– ¿Donnelly de Donnelly Enterprises? -preguntó Lydia frunciendo el ceño-. ¿Por qué te escondes de él?

– Yo no me escondo.

– ¿Es tu jefe?

– Técnicamente, no trabaja en la empresa. Pero forma parte de la junta directiva, de modo que podría haberme despedido si hubiera querido. Primero lo del ascensor, luego la fiesta de las empleadas y yo…

– ¿Qué ascensor? Nat, estás desvariando y tú nunca desvarías.

– ¿Crees que me habrá seguido? No, imposible -se contestó ella misma-. Estaba aquí cuando yo he llegado. Sólo es una… coincidencia. El destino -murmuró-. El destino -repitió recordando sus palabras.

– ¿Por qué te escondes tras los tiestos? Seguramente no te reconocerá.

– ¡Sí que me reconocerá! Dice que tengo que casarme con él, que me ha visto en sus sueños. No sé, tenía algo que ver con la tarta de cumpleaños de su abuela. La verdad es que no acabo de entenderlo. Es un poco… agobiante.

– ¿Bromeas? ¿Tu jefe te ha dicho que tienes que casarte con él? ¿Es que está loco?

– Lo más seguro. Pero no es mi jefe, sólo un pariente. Quizá por eso nunca vaya a la oficina, quizá la familia lo tiene ingresado en una institución mental. ¿De verdad un tipo tan guapo puede estar loco? Tiene unos ojos de lo más amables y un hoyuelo en la barbilla y…