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– Eres la primera mujer que he traído a mi barco, a excepción de mi abuela.

Natalie se volvió y le sonrió mientras se apartaba el pelo de la cara.

– Según los rumores que corren por la oficina, eres la clase de hombre que siempre tiene una mujer entre sus brazos.

– Pero jamás en mi barco. Cuando navego, me gusta estar solo.

Natalie empezó a regresar hacia la escotilla, agarrándose a las lonas para mantener el equilibrio.

– ¿Y por qué me traes a mí?

– Porque éste es tu sitio. Ya has estado aquí antes.

Natalie le lanzó una mirada escéptica.

– Parece que este barco significa mucho para ti.

Chase le puso una copa de vino y ella se sentó.

– A la mayoría de hombres les da por algún coche, pero a mí no. Cuando era niño, empecé a ahorrar para comprarme un barco. Lo conseguí cuando tenía dieciséis años. Era una bañera que apenas se mantenía a flote. El verano que me licencié en la universidad, navegué con él hasta las dos Carolinas. Había prometido volver y aceptar un trabajo en la empresa de mi familia, pero continué navegando durante tres años.

– ¿Y de qué vivías?

– Pues de trabajos que iban saliendo aquí y allá.

– O sea, que huiste de tu vida, de tus responsabilidades, ¿no?

– No, acepté la vida con todas sus posibilidades.

Natalie contempló el almacén y suspiró.

Cuando yo era más joven, después de que mis padres murieran, soñaba en escaparme algún día, dejar todos mis problemas atrás y empezar una vida nueva como si fuera otra persona.

– ¿Y qué te detiene ahora?

– Que he madurado. Tengo compromisos, una carrera, una relación, una nueva familia. Estabilidad y seguridad. Eso es lo que deseo y eso es lo que voy a lograr.

– ¿Todas esas cosas te hacen feliz?

– Creo que sí. No estoy segura. Nunca las he tenido antes.

– Creo que estás vendiendo tu vida muy barato, Natalie. A mí me pareces una mujer que podría disfrutar con un poco de aventura, con un poco de peligro.

– Sólo ves lo que quieres ver. No me conoces en absoluto.

Chase la miró tratando de evaluar la verdad que había en sus palabras. Por mucho que ella pudiera engañarse a sí misma, a él no podía engañarlo. Natalie Hillyard no era lo que parecía. Chase presentía que había una mujer muy distinta tras aquella fachada de orden y decoro. Una mujer fascinante y sin límites que él estaba decidido a descubrir.

El día había pasado tan deprisa que Natalie se sorprendió al ver que el sol se hundía en el horizonte. La comida y el vino le habían proporcionado una sensación de calor y bienestar tan agradables que no tenía ganas de irse. Pero le había concedido a Chase un solo día y ya estaba acabando.

Había contado con sentir alivio, satisfacción, cuando él saliera definitivamente de su vida. Pero lo único que notaba era una sensación de pesar, una punzada de duda y el miedo de no volver disfrutar de tanta paz.

Chase era divertido, reía y bromeaba y hacía que se sintiera especial. Le contaba historias absurdas y se deleitaba con sus reacciones. Muchas veces lo había descubierto observándola, absorbiendo cada detalle de su rostro, como si tratara de grabárselos en la memoria.

Pero ella no quería que las horas que habían pasado juntos fueran sólo una recuerdo, necesitaba aferrase a ellas como si fueran un salvavidas, conservar algo que saborear si la felicidad la esquivaba.

¿Cómo era posible que dudara? Ella había tomado su decisión y su elección era Edward. Sin embargo, el hombre que conocía apenas dos días había sumido su vida en un caos total. ¿Amaba a Edward? ¿O simplemente se estaba conformando con lo que creía creer, como Chase decía?

Chase Donnelly no era en absoluto como ella esperaba. Los comadreos de la oficina pintaban el retrato distorsionado de un playboy degenerado que vivía para la seducción. Chase parecía divertirse mucho con esos chismorreos, y la espoleaba constantemente hasta que Natalie ya no estaba segura de si estaba probándola o sólo era una broma. Pero al final, Chase bajó la guardia y se reveló como un hombre tierno y considerado.

Pero, ¿y si lo que ella quería era precisamente él? Se preguntaba si su pasión por ella sería tan fuerte como para hacerle olvidar que era una mujer prometida. Nunca se había considerado capaz de inspirar tales sentimientos en un hombre, pero tampoco había conocido nunca a un hombre como Chase.

– ¿Lista para irnos?

Natalie le sonrió. Chase tenía el pelo revuelto. Se lo echó hacia atrás y le ofreció una mano.

– Para ser la primera vez que estás en un barco, yo diría que lo has hecho muy bien. La próxima tendremos que probar con el barco en el agua.

«Pero no habrá próxima vez».

– Sí, volvamos. Se está haciendo tarde.

Chase la ayudó a bajar, con cuidado de tocarla sólo lo imprescindible, pero ella no podía ignorar el contacto de sus manos en el hueco de la espalda, sus dedos cálidos parecían grabarse sobre su piel a través de la ropa.

Chase puso la capota para el viaje de vuelta. Sin el rugido del viento que los distrajera, el trayecto estuvo presidido por un silencio incómodo. Natalie se sentía presa de un temblor frío que se acentuaba con cada milla que recorrían.

Se dijo que estaba tomando la decisión correcta. ¿Cómo era posible que renunciara al matrimonio que le brindaba una vida estable por un navegante cuya abuela había tenido una premonición? Tendría que estar loca. Además, ¿qué sabía en realidad sobre Chase, más allá de los chismes que circulaban por la oficina?

Eran polos opuestos. Él prefería vivir sin un plan predeterminado, zarpando hacia lo desconocido a su capricho. Ella prefería la comodidad de la rutina. Chase creía en el destino, en un sueño bobo que su abuela había pronosticado. Y ella creía en lo pragmático. No podía haber dos personas más distintas en temperamento y modo de ver la vida que Chase y Natalie.

– Me lo he pasado muy bien -dijo ella mirándolo.

Chase sonrió, pero no apartó los ojos de la carretera.

– Yo también. Me alegro de que tuviéramos la oportunidad de conocernos un poco mejor.

– Y la comida ha sido magnífica.

– «Sólo lo mejor», es el nombre de mi empresa. Importamos comida para gourmets, muchos vinos franceses y quesos. El negocio perfecto para alguien a quien le gusta la buena comida.

– Edward es banquero.

– Suena bastante aburrido.

– Sí, pero le gusta el dinero, de modo que también es el trabajo perfecto. Su padre es banquero, una tradición familiar. A toda la familia le gusta el dinero.

– ¿Pero tú lo quieres a él o al dinero?

– La verdad es que nunca he tenido demasiado dinero hasta hace poco. Edward y yo somos perfectos el uno para el otro.

– ¿Estás segura de eso?

– Mira, Chase. No quiero acabar este día con una discusión.

Hicieron el resto del viaje en silencio. Casi se sintió aliviada cuando detuvo el coche frente a la casa de Birch Street. Habría preferido bajar del coche sola, pero él se apresuró a abrirle la puerta. La acompañó hasta la puerta, deteniéndose bajo las sombras del porche mientras ella buscaba las llaves.

– Supongo que éste es el adiós -dijo él con una sonrisa.

– Gracias por este día. Espero que encuentres a la mujer que estás buscando.

– Ya la he encontrado -susurró él en la oscuridad.

Natalie quiso echarse a correr y cerrar la puerta, pero no podía despedirse de él así.

– Yo no puedo ser esa mujer. Lo siento. Confío en que lo entiendas.

Chase levantó una mano y ella retrocedió. Sin embargo, lentamente, él siguió adelante hasta pasarle la mano cerca de la mejilla, tan cerca que ella pudo sentir el calor que irradiaba. Con todo, no la tocó.