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– Le pareció adorable, por descontado. -Fiona respondió por John, que le correspondió con una sonrisa.

– No me refería a John. Es lógico que a él Sir Winston le parezca adorable. No creo que fuese a decirte que es un viejo perro apestoso, incluso aunque lo pensase. Lo que te preguntaba era ¿qué opinó Sir Winston de John? ¿Dio su aprobación?

– Me temo que no quedó muy impresionado -replicó John con una sonrisa-. Se ha pasado todo el encuentro durmiendo. ¡Haciendo un ruido espantoso!

– Eso es buena señal -les dijo a ambos Adrian con una sonrisa. Después se encaminaron hacia el jardín. Había cuatro clases distintas de pasta en unos gigantescos cuencos de terracota, tres tipos de ensalada y aromático pan de ajo. Difícilmente podrían hacerse con algún pedazo de ese pan cuando Fiona y John llegasen a la mesa que Jamal había preparado en el jardín. Cuando llegaron, John tomó una de las olorosas gardenias con las que Jamal había decorado la mesa y se la colocó a Fiona en la trenza.

– Gracias por haberme invitado. Estoy encantado de haber venido. -Se sentía como si hubiese penetrado en un mundo mágico esa noche; y, en cierto sentido, así era. El mundo de Fiona. Y ella parecía la princesa mágica en el centro de todo, repartiendo su encanto entre todos los presentes. Podía sentir la esencia de Fiona filtrándose por entre sus poros, despertándolo y dándole fuerza a un tiempo. La cabeza le daba vueltas debido a la emoción que provocaba en su interior, y a pesar de no hacer esfuerzo alguno al respecto, ella estaba empezando a sentir lo mismo por él. No quería sentirlo, pero a esas alturas algo en él la atraía con una fuerza irresistible. Se sentaron juntos en un pequeño banco de hierro para comer, y charlaron tranquilamente mientras Adrian los observaba con sumo interés desde el salón. La conocía muy bien, por lo que pudo apreciar que Fiona, sin lugar a dudas, había quedado prendada de ese hombre, y que John la correspondía. Él parecía totalmente colgado por ella, pero quién no lo estaría, le comentó Adrian a un fotógrafo que también se había dado cuenta, y añadió que formaban una bonita aunque inverosímil pareja. Ambos sabían que Fiona no había mantenido una relación con nadie durante casi dos años, y si eso era lo que quería, se alegrarían por ella. Todavía no le había dicho nada a Adrian, pero sabía que no tardaría en hacerlo si había algo entre ellos. Tenía la sensación de que, a partir de entonces, iba a ver con regularidad a John Anderson, y esperaba por el bien de Fiona, si era lo que ella quería, que durase bastante. Ambos sabían que en los planes de Fiona no entraba el «hasta que las muerte os separe». Pero un año o dos no le irían nada mal.

Adrian siempre pensaba que no era justo que estuviese sola, por mucho que ella afirmase que estaba mejor así. Él nunca había llegado a creerla, y sospechaba que se sentía sola a veces, lo cual explicaría su excesivo apego por aquel ridículo y viejo perro. A decir verdad, Fiona no tenía a nadie más cuando llegaba a casa. A excepción de Jamal. Preparaba unas fiestas estupendas y tenía amigos muy interesantes, algunos de los cuales le rendían auténtica devoción. Pero no tenía a nadie con quien compartir su vida, y Adrian siempre había creído que era un gran desperdicio que una mujer como ella no hubiese encontrado al hombre adecuado. Se descubrió a sí mismo deseando, de un modo melancólico y sentimental, que John fuese ese hombre.

John fue uno de los últimos invitados en marcharse, pero no creyó apropiado ser el último. Era casi la una de la madrugada cuando le dio las gracias a Fiona por la velada y la besó en la mejilla.

– Lo he pasado de maravilla, Fiona. Gracias por haberme invitado. Por favor, preséntale mis respetos a Sir Winston. Subiría a despedirme, pero no quiero molestarle. Despídeme de él y dale las gracias de mi parte por su hospitalidad -dijo mientras le tomaba la mano ligeramente mientras salía. Ella le sonrió. Sentía un cariño especial por él porque comprendía la importancia que el perro tenía para ella. La mayoría de la gente pensaba que se trataba de una bestia estúpida, entre ellos Adrian, pero para ella era algo especial. En un sentido sentimental, Sir Winston era todo lo que ella tenía, por eso significaba tanto en su vida.

– Puedes estar seguro de que se lo diré -afirmó Fiona con solemnidad. John la besó en la mejilla una vez más antes de irse. Pudo oler la gardenia que había prendido en su pelo hacía horas. Su aroma producía un efecto sobre-cogedor al mezclarse con el perfume, pero todo lo que tenía que ver con Fiona parecía producir esa clase de efecto en él, por eso le sabía tan mal tener que irse. Era como irse de Brigadoon, y se preguntó si volvería a verla otra vez si cruzaba el puente que le llevaba de vuelta al mundo real. El único mundo que, a esas alturas, le parecía real era el mundo de Fiona, al menos era el único en el que quería estar.

– Te llamaré mañana -susurró para que nadie pudiese oírle. Ella asintió y sonrió antes de volver con los demás invitados. No dejó de sonreír pensando en él. Pero seguía teniendo sentimientos encontrados respecto a John, pues se sentía atraída y al mismo tiempo tenía miedo. Adrian, como siempre, fue el último en marcharse y no pudo evitar cuchichear con ella sobre John.

– Estás cayendo de pleno, señorita Monaghan. Como una tonelada de ladrillos, diría yo. Pero por una vez, estoy totalmente de acuerdo. Es un hombre respetable, inteligente, responsable, trabajador, amable, guapo, y se nota a la legua que se ha enamorado de ti, o que lo estará bien pronto. En su estilo no está nada mal. -Adrian se alegraba por ella, aprobaba aquella posible unión de todo corazón.

– No, no lo está. Pero no sabemos nada el uno del otro. Nos conocimos la semana pasada. -Intentó que sus palabras sonasen más sensatas de lo que lo eran sus sentimientos, porque no quería que Adrian supiese lo mucho que le gustaba John. ¿ Quién podía saber adonde iría a parar su historia? Posiblemente a ninguna parte, se dijo intentando mantener cierta distancia.

– ¿Desde cuándo esa clase de cosas necesitan más tiempo para producirse? La pareja perfecta aparece sin más. El hombre adecuado entra en tu vida y lo sabes de inmediato, Fiona. Es el hombre equivocado el que uno tarda algo más de tiempo en descubrir. A los buenos los notas como si te pisasen los pies y te diesen una patada en el culo. ¿O no lo has sentido así? En cualquier caso, ese tipo me da buenas vibraciones, Fiona. O sea que no salgas corriendo ni le digas que quieres estar sola. Al menos, dale una oportunidad.

– Ya veremos -dijo Fiona un tanto misteriosa mientras Jamal apagaba las velas y recogía los platos y los vasos de las mesas del jardín. La velada había sido todo un éxito, como de costumbre. Pero para ella había sido algo más. Había resultado sorprendentemente grato, cómodo incluso, tener a John a su lado. Y él se había mostrado inesperadamente expresivo con una amplia gama de invitados. Había sido simpático y agradable con todo el mundo.

– No puedes vivir en esta casa con un hombre, ya lo sabes -añadió con sensatez-. Refleja demasiado tu personalidad. Nunca se sentiría cómodo aquí, si empezase a vivir contigo.

– No se lo he pedido. Y yo nunca viviría en otro sitio. Esta es mi casa. Además, ¿no te estás precipitando un poco? -Se forzó a fruncir el ceño y luego soltó una carcajada-. Sir Winston y yo somos la mar de felices viviendo juntos aquí.

– Chorradas. Estás tan sola como cualquiera. Todos lo estamos. Tal vez seas perfecta, Fiona Monaghan, pero también eres humana. Te haría bien vivir con un hombre. Yo voto por John. A mí me parece alguien capaz de cuidar de ti. -Le asustaba pensarlo, y no quería admitirlo ante Adrian, pero ella también lo creía.

– Sir Winston nunca lo permitiría. Lo consideraría un gesto de infidelidad hacia él. Por otra parte, no podría hacerle sitio en el armario. Nunca he conocido un hombre que mereciese esa clase de esfuerzo -dijo con tozudez, pero ambos sabían que no era cierto. Había estado enamorada del director de orquesta que, finalmente, la había dejado por otra porque había rechazado casarse con él. Y también con el arquitecto que quería dejar a su esposa por ella. El problema con Fiona era que le aterrorizaba el matrimonio y, en gran medida, comprometerse en exceso con un hombre. No quería que la abandonase y sabía que, tarde o temprano, todos lo hacían. O al menos ese era el peor de sus miedos. Tras descubrir que su padre la había abandonado y conocer los malvados padrastros que pasaron por su vida, Fiona había tomado la decisión, hacía ya muchos años, de que nunca confiaría por completo en un hombre. Y Adrian sabía que si no echaba abajo esa clase de muros algún día, acabaría sus días más sola que la una. A ella le parecía un final razonable, pero a él no. Ella lo aceptaba como parte de su destino, de hecho lo había asumido por completo, e insistía en afirmar que era feliz estando sola.