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—El pentotal fuerte sólo es legal en los departamentos de policía, señor Van Atta.

—¿No necesitan una orden judicial para usarlo? —preguntó Leo, sin dejar de mirar la hoja que tenía entre los dedos.

—Con los ciudadanos, Leo. Ella no es una ciudadana —dijo Van Atta señalando a Silver—. ¿Qué me dice, doctora?

—Para responder a su pregunta, señor Van Atta, no. Nuestra enfermería no almacena drogas ilegales.

—Yo no dije que fuera pentotal. Dije algo parecido —dijo Van Atta irritado—. Una especie de anestésico o algo así, para una emergencia.

—¿Estamos en una emergencia? —preguntó Leo, siempre con la hoja en la mano—. Pramod reemplazará a Tony y seguramente una de esas otras chicas con bebés puede tomar el lugar de Claire. ¿Por qué la vicepresidenta de Operaciones tendría que notar la diferencia?

—Si llegamos a tener que sacar a dos de nuestros trabajadores del pavimento terrestre… —Silver se estremeció ante este eco de su imagen aterradora — …o encontrarlos congelados, flotando en alguna parte ahí arriba, será extremadamente difícil esconder la realidad. No conoces a esa mujer, Leo. Tiene el mismo olfato especial de una comadreja para descubrir problemas.

—Entiendo —dijo Leo.

Van Atta volvió a dirigirse a Yei.

—¿Qué me dice, doctora? ¿O prefiere esperar hasta que alguien nos llame preguntándonos qué hacen con los cuerpos?

—La Thalacina-5 es bastante parecida al pentotal —murmuró la doctora Yei, a desgana—, en determinadas dosis. Sin embargo, la hará sentirse mal durante uno o dos días.

—Ésa es su elección. —Se dio vuelta hacia Silver—. Tu última posibilidad, Silver. Ya basta. Odio la deslealtad. ¿A dónde fueron? Dímelo o te espera la aguja, ahora mismo.

Su silencio había pasado a ser un sentimiento más humano. Valentía humana, activa y dolorosa.

—Si me hace eso —Silver murmuró con una dignidad desesperada—, hemos terminado.

Van Atta retrocedió, con una furia incontrolable.

—¿Terminado? ¿Tú y tus amiguitos conspirando para sabotear mi carrera al frente de la compañía y ahora me dices que hemos terminado? Maldición, sí que hemos terminado.

—Seguridad de la Compañía, Estación de Lanzaderas número Tres. Habla el capitán Bannerji —recitó George Bannerji en su micrófono—. ¿Puedo ayudarle en algo?

—¿Está usted a cargo aquí? —preguntó el hombre bien vestido que había aparecido en la pantalla. Era obvio que estaba trabajando bajo una fuerte emoción, porque respiraba entrecortadamente. Se le notaban los músculos de la mandíbula.

Bannerji sacó los pies del escritorio y se inclinó hacia adelante.

—¿Sí, señor?

—Mi nombre es Bruce van Atta, director del Proyecto en el Hábitat. Verifique la impresión de mi voz o cualquier otra cosa que necesite hacer.

Bannerji se sentó erguido y marcó el código de verificación. Por un instante, apareció la palabra «correcto» sobre el rostro de Van Atta. Bannerji se sentó aún más erguido.

—Sí, señor, adelante.

Van Atta hizo una pausa, como si estuviera eligiendo las palabras, y habló lentamente, aunque la urgencia de pensamiento se veía reflejada en su rostro tenso.

—Tenemos un pequeño problema, capitán.

Luces de alarma y sirenas estallaron en la cabeza de Bannerji. Podía reconocer cuándo un comentario ocultaba algo.

—¿Ah, sí?

—Tres de nuestros sujetos experimentales escaparon del Hábitat. Interrogamos a su cómplice y creemos que escaparon en el vuelo B119 y ahora están por algún lugar en la Estación número Tres. Es de suma urgencia que sean capturados y devueltos lo antes posible.

Bannerji puso los ojos como platos. Por cuestiones de seguridad de la compañía, se ocultaba cualquier información sobre el Hábitat. Sin embargo, nadie que trabajara en Rodeo durante algún tiempo dejaba de enterarse que allí se llevaban a cabo ciertos experimentos genéticos. En general, a los nuevos empleados les llevaba más tiempo descubrir que todas esas historias de monstruos exóticos que contaban los más experimentados no eran más que una exageración, para burlarse de su credulidad. Hacía apenas un mes que Bannerji había sido transferido a Rodeo.

Las palabras del jefe del proyecto retumbaban en la cabeza de Bannerji. Escaparon. Capturados. Los criminales escapaban. Los animales peligrosos del zoológico escapaban, cuando sus cuidadores se descuidaban, y entonces un pobre policía tenía que salir a capturarlos. Ocasionalmente, ciertas armas biológicas escapaban. ¿Con qué tipo de cosas se enfrentaría?

—¿Cómo los reconoceremos, señor? ¿Se parecen a los seres humanos? — preguntó.

—No. —Van Atta alcanzó a percibir la sorpresa en el rostro de Bannerji, porque le contestó en forma irónica—. No tendrá ningún problema para reconocerlos, se lo aseguro, capitán. Y cuando los encuentre, llámeme de inmediato a mi línea privada. No quiero que esto se divulgue por todos los canales. Por amor de Dios, que todo se haga con la mayor calma. ¿Entiende?

Bannerji llegó a imaginar el pánico público.

—Sí, señor, entiendo perfectamente.

Su propio pánico era otra cosa. No cobraría el enorme salario que recibía si trabajar en Seguridad sólo consistiera en esos largos recreos y esas caminatas agradables por una propiedad completamente desierta. Siempre había sabido que llegaría el día en que tendría que ganarse su sueldo.

Van Atta asintió. Bannerji llamó por teléfono a su subordinado e hizo localizar a los hombres que tenía libres. Un jefe de Seguridad, que acababa de ser promovido, no podía jugar con algo que, aparentemente, estaba haciendo sudar a un ejecutivo.

Abrió el armario de las armas y sacó pistoleras para él y sus hombres. Puso una de las pistolas en la palma de la mano. Era algo tan pequeño. Parecía un juguete. Con disparos de este tipo de armas Galac-Tech no se estaba arriesgando a ninguna demanda legal.

Bannerji se detuvo un momento y luego volvió a su escritorio. Abrió un cajón. La pistola no registrada estaba dentro de su caja cerrada, con la pistolera de hombro enroscada a su alrededor, como una serpiente dormida. Una vez que Bannerji se la hubo ajustado y se puso encima el uniforme, se sintió mucho mejor. Se dio la vuelta, decidido, para saludar a sus oficiales, que se presentaban a trabajar. 54

5

Leo se detuvo fuera de las puertas de la enfermería del Hábitat para reunir valor. Se había sentido más tranquilo internamente cuando una llamada de Pramod lo había alejado del interrogatorio penoso al que estaban sometiendo a Silver. Pero ese alivio interno le hacía sentirse avergonzado. El problema de Pramod —las fluctuaciones de los niveles de potencia en su soldador indicaban la contaminación. gaseosa del cátodo emisor de electrones— lo había mantenido ocupado durante un tiempo, pero una vez que terminó la demostración de soldadura, la vergüenza lo había hecho regresar.

¿Qué es lo que vas a hacer por ella a estas horas? su conciencia se burlaba de él. ¿Tranquilizarla brindándole tu apoyo moral, siempre que no te comprometa en nada inconveniente o desagradable? ¡Qué cómodo!

Sacudió la cabeza y oprimió el control de la puerta.

Flotó silenciosamente junto a la estación de control sin registrarse. Silver estaba en un cubículo privado, en la enfermería, en el extremo opuesto del módulo. La distancia había servido para atenuar los gritos y los llantos.

Se asomó a la ventana de observación. Silver estaba sola. Flotaba, en un área cerrada, contra la pared. Con la luz fluorescente, tenía el rostro verdoso, pálido y húmedo. Sus ojos parecían haber perdido ese color azul intenso. Con una de las manos superiores apretaba una bolsita arrugada, todavía sin usar, útil en caso de malestar espacial.