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—¡Nelson! ¡Nelson! —dijo en el receptor—. Nelson, por amor de Dios, llama a los médicos. ¡Pronto!

Son sólo chicos. Le acabo de disparar a un chico. —Le temblaba la voz—. Son sólo chicos deformes.

A Leo se le hizo un nudo en el estómago cuando vio las luces amarillas que se reflejaban en la pared del depósito. El escuadrón médico de la compañía. Sí, allí estaba el camión, con las luces intermitentes encendidas, en medio del amplio pasillo central. Las palabras agitadas del empleado que los fue a recibir a la lanzadera retumbaron en su cerebro… «…encontrados en el almacén… hubo un accidente… herido…». Leo aceleró su marcha.

—Con calma, Leo, me estoy mareando —se quejó Van Atta detrás de él—. No todo el mundo puede irse y volver a las fuerzas de gravedad como tú, sin ningún efecto…

—Han dicho que uno de los chicos estaba herido…

—¿Y qué puedes hacer tú que no puedan hacer los médicos? Yo, personalmente, voy a crucificar a ese idiota del equipo de Seguridad por esto…

—Nos veremos allí —contestó Leo por encima de su hombro y se alejó corriendo.

El pasillo 29 parecía una zona de guerra. Equipos destrozados, material desparramado por todas partes… Leo tropezó con un par de piezas redondas de metal y les dio una patada. Un par de médicos y un guardia de Seguridad estaban agachados sobre una camilla. Una bolsa de suero colgaba de un palo como una bandera.

Camiseta roja. Tony. Era a Tony al que habían herido. Claire estaba acurrucada en el suelo a unos metros, en el mismo pasillo. Estaba abrazada a Andy.

Las lágrimas le caían silenciosamente por el pálido rostro. En la camilla, Tony se retorcía y gemía con un ronco lloriqueo.

—¿No le pueden dar por lo menos algo que le calme el dolor? —preguntó el guardia de Seguridad al médico.

—No sé. —El médico estaba obviamente alterado—. No sé qué le han hecho a sus metabolismos. Un shock es un shock. Con el suero y la sinergina estoy seguro, pero con el resto…

—Comuníquense urgentemente con el doctor Warren Minchenko —les aconsejó Leo, mientras se arrodillaba junto a ellos—. Es el oficial a cargo del servicio médico en el Hábitat Cay y ahora está cumpliendo su mes de licencia aquí en la Tierra. Pídanle que los vea en su enfermería. Allí se ocupará del caso.

El guardia de Seguridad desenganchó inmediatamente su radio y comenzó a marcar los códigos.

—Oh, gracias a Dios —dijo el médico, mirando a Leo—. Al fin alguien sabe qué rayos les están haciendo. ¿Tiene idea de qué le puedo dar para el dolor, señor?

—Mmm… —Leo intentó recordar sus conocimientos de primeros auxilios—. La morfina irá bien, hasta que se comunique con el doctor Minchenko. Pero ajusten la dosis… Estos chicos pesan menos de lo que deberían. Creo que Tony pesa unos cuarenta y dos kilos.

La naturaleza peculiar de las heridas de Tony sorprendió a Leo. Se había imaginado una caída, huesos rotos, tal vez la columna vertebral o algún daño en el cráneo…

—¿Qué ha pasado?

—Una herida de bala —informó rápidamente el médico—. En la parte inferior izquierda del abdomen y… en el fémur… Bueno, en el miembro inferior izquierdo. Ésa es sólo una herida carnal, pero la del abdomen es grave.

—¡Herida de bala! —gritó sorprendido Leo al guardia, que se ruborizó—. ¿Ustedes…? Pensé que llevaban armas con perdigones… ¿Por qué, en el nombre de Dios?

—Cuando llegó esa maldita llamada del Hábitat, en la que nos prevenían sobre la huida de unos monstruos, pensé… pensé… No sé lo que pensé. —El guardia se miró las botas.

—¿No miró antes de disparar?

—Casi le disparo a la niña con el bebé —se estremeció el guardia—. Herí a este muchacho por accidente. Erré la puntería.

Van Atta apareció.

—Mierda. ¡Qué desorden! —Sus ojos se clavaron en el guardia de Seguridad —. Pensé que le había dicho que mantuviera todo esto tranquilo, Bannerji. ¿Qué ha hecho? ¿Hizo estallar una bomba?

—Le ha disparado a Tony —dijo Leo entre dientes.

—¡Idiota! Le dije que los capturara, no que los matara. ¿Qué diablos se supone que debo hacer para ocultar todo esto… —dijo mientras señalaba con el brazo el pasillo 29— debajo de la alfombra? Y de todas maneras, ¿qué diablos estaba haciendo con una pistola?

—Usted dijo… Yo pensé… —comenzó a explicar el guardia.

—Le juro que haré que lo despidan por esto. ¿Pensó que se trataba de un drama pasional? No sé quién es peor, si usted o el estúpido que lo contrató…

El rostro del guardia pasó de rojo a pálido.

—Usted, maldito hijo de puta, me asignó esto…

Era mejor que alguien calmara los ánimos, pensó Leo. Bannerji había retrocedido y guardado su arma no autorizada. Un hecho que aparentemente Van Atta no había percibido… La tentación de disparar al jefe del proyecto no debería llegar a ser demasiado abrumadora.

—Caballeros —intervino Leo—, ¿puedo sugerirles que sería mejor reservar los cargos y las defensas para una investigación formal, en la que todos estarán tranquilos y razonarán un poco más? Mientras tanto, ¿por qué no nos ocupamos de estos chicos heridos y atemorizados?

Bannerji se calló, sin comprender la injusticia. Van Atta manifestó su acuerdo y se contentó con una mirada a Bannerji, en la que le aseguraba al guardia un futuro negro en su carrera. Los dos médicos bajaron las ruedas de la camilla de Tony y la deslizaron por el pasillo, hacia la ambulancia. Claire extendió una de sus manos y la dejó caer, descorazonado.

El gesto llamó la atención de Van Atta. Presa de una furia contenida, descubrió algo en qué descargarla después de todo.

—¡Tú…! —se dirigió a Claire.

La muchacha se acurrucó aún más.

—¿Tienes alguna idea de lo que esta huida le va a costar al Proyecto Cay? De todos los irresponsables… ¿fuiste tú la que indujo a Tony a todo esto?

Ella negó con la cabeza y abrió los ojos.

—Por supuesto que sí. ¿O no es siempre así? El macho asoma la cabeza, la hembra se la corta… —continuó Van Atta.

—Oh, no…

—Y justo en este momento… ¿Intentabais arruinarme deliberadamente? ¿Cómo descubristeis que venía la vicepresidenta de Operaciones? ¿Pensasteis que iba a cubriros sólo porque ella estaba allí? Muy astutos, muy astutos… pero no lo suficiente.

A Leo, la cabeza, los ojos y lo oídos le vibraban con los latidos de la sangre.

—Basta, Bruce. Ya ha tenido suficiente por hoy.

—¿Esta hija de puta casi hace que maten a tu mejor alumno y quieres defenderla? Por favor, Leo.

—Está aterrorizada. Déjala ya.

—Es mejor que lo esté. Cuando la lleve de vuelta al Hábitat… —Van Atta caminó junto a Leo, asió a Claire por un brazo superior y le dio un tirón cruel y doloroso. Ella gritó y casi soltó a Andy. Van Atta la ignoró—. ¿Querías venir a la Tierra? Bueno, ahora es mejor que intentes caminar de vuelta a la nave.

Más tarde, Leo no podía recordar haberse abalanzado sobre Van Atta. Lo único que recordaba era la expresión de sorpresa del hombre.

—Bruce —gritó—, maldita basura. ¡Basta!

El derechazo a la mandíbula de Van Atta que acompañó esta exclamación fue sorprendentemente efectivo, considerando que era la primera vez en su vida que Leo golpeaba con furia a un hombre. Van Atta cayó de espaldas sobre el hormigón.

Leo se lanzó hacia adelante, como si estuviera disfrutando. Reacomodaría la anatomía de Van Atta de una manera tal que el doctor Cay nunca hubiera imaginado.

—Señor Graf —dijo el guardia de Seguridad, mientras lo tocaba dubitativo en el hombro.