—¿Se refiere a pasar por encima de él? —preguntó Silver, pensativa—. ¿Tal vez hablarle a esa vicepresidente que estuvo aquí la semana pasada?
Leo hizo una pausa.
—Bueno… Tal vez no a Apmad. Pero he estado pensando… Durante tres días, no he pensado en otra cosa que en cómo hacer explotar toda esta maldita organización. Pero tenéis que esperar, hasta que tenga tiempo de trabajar… Claire, ¿podrás aguantar? ¿Puedes hacerlo? —Le sujetó las manos con más firmeza.
Ella meneó la cabeza, como si dudara.
—Duele tanto…
—Tienes que hacerlo. Mira, escucha. No hay nada que pueda hacer aquí en Rodeo, en esta burbuja con reglamentaciones tan particulares. Si fuera un gobierno planetario regular, juro que me empeñaría hasta las pestañas y os compraría a cada uno de vosotros un billete para salir de aquí. Pero si se tratara de un gobierno regular, eso no sería necesario. Galac-Tech tiene el monopolio sobre las plazas en las naves de Salto, se viaje en una nave de la compañía o no. De manera que tendremos que esperar una oportunidad.
»Pero dentro de poco tiempo, apenas unos meses, los primeros cuadrúmanos saldrán de Rodeo en la primera asignación real de trabajo. Trabajarán y pasarán por jurisdicciones verdaderamente planetarias. Gobiernos demasiado grandes y poderosos, con los que ni compañías como Galac-Tech se meterían. Estoy seguro… muy seguro de que si tomo los caminos apropiados —no el planeta de Apmad, por supuesto, pero digamos la Tierra—. La Tierra, de lejos, es la mejor opción. Yo allí soy un ciudadano. Podría iniciar una acción legal y declararos personas legales. Probablemente pierda mi empleo y los costos van a consumirme, pero es posible. No es exactamente el trabajo que tenía en mente… pero, con el transcurso del tiempo, podréis liberaros de Galac-Tech.
—Es demasiado tiempo… —suspiró Claire.
—No, no, el retraso es nuestro aliado. Los pequeños crecen día a día. Para cuando comience el proceso legal, todos estaréis listos. Iréis como un grupo, encontraréis un empleo… Incluso Galac-Tech no sería un patrón tan malo, si fuerais ciudadanos y empleados regulares, con todas las protecciones legales. Tal vez, incluso el Sindicato Espacial os adoptaría, aunque eso restringiría… Bueno, no estoy seguro. Si no creen que representáis una amenaza, se puede pensar en algo. Pero tenéis que esperar. Ser pacientes. ¿Me lo prometéis?
Silver volvió a respirar cuando Claire asintió. Llevó a Claire hasta el botiquín de primeros auxilios fijado en la pared, para aplicar antisépticos y vendajes plásticos en los dedos cortados y sacarla sangre de su rostro lastimado.
—Muy bien, muy bien. Así está mejor.
Mientras tanto, Leo volvió a colocar el control en su posición original y luego se acercó a las dos muchachas.
—¿Ahora te sientes mejor? —Se dirigió a Silver—. ¿Estará bien?
Silver no pudo evitar fruncir el ceño.
—Estará bien como todos nosotros… ¡No es justo! —exclamó—. Éste es mi hogar, pero empiezo a sentir que es una botella de oxígeno a punto de estallar. Todo el mundo está alterado, todos los cuadrúmanos, por lo que les sucedió a Claire y a Tony. Nunca había vuelto a pasar nada desde que Jamie murió en ese accidente terrible de una de las naves de propulsión. Pero esto… esto ha sido deliberado. Si fueron capaces de hacerle eso a Tony, que es tan bueno, ¿qué pasa… conmigo, por ejemplo? ¿Con cualquiera de nosotros? ¿Qué es lo que va a pasar ahora?
—No lo sé —dijo Leo, apesadumbrado—. Pero estoy seguro que el idilio ha terminado. Esto es sólo el comienzo.
—Pero, ¿qué haremos? ¿Qué podemos hacer?
—Bueno… en principio no tener miedo. Y no desesperarse. Sobre todo eso, no desesperarse…
Las puertas en el otro extremo del módulo se abrieron y se oyó la voz del supervisor de Hidroponía.
—¿Chicas? Por fin recibimos la remesa de semillas. ¿Está ya listo ese tubo de cultivo?
Leo se dio media vuelta por última vez antes de escabullirse a toda velocidad. Le estrechó la mano a cada una de las muchachas.
—Es un dicho muy antiguo, pero sé que es cierto, a partir de mi experiencia personal. La suerte favorece a las mentes preparadas. Así que sed fuertes… ya hablaremos…
Pasó junto al supervisor de Hidroponía, con un elaborado bostezo que parecía casual, como si sólo se hubiera detenido un momento para ver el trabajo que se estaba realizando.
A Silver se le contrajo el estómago cuando miró a Claire. Claire lloriqueó y se puso a trabajar de inmediato en el tubo de cultivo, escondiendo su rostro del supervisor. Silver se estremeció de alivio. Por ahora todo andaba bien.
Esa tensión fue lentamente reemplazada por algo que no era familiar, que quemaba, que la llenaba de miedo. ¿Cómo se atreven a hacerle esto a Claire, a ella, a todos nosotros"? No tienen derecho. Ningún derecho. Ninguno.
La furia le hacía estallar la cabeza, pero eso era mejor que el miedo creciente. Había casi una especie de regocijo en esa furia. Silver inclinó la cabeza para esconder su expresión ceñuda del supervisor.
La asistente de alimentación, una chica cuadrúmana de unos trece años, entregó a Leo la bandeja del almuerzo a través de la ventana de servicio, sin su sonrisa de costumbre. Cuando Leo sonrió y dijo «Gracias», la muchacha respondió con un gesto mecánico y se alejó rápidamente. Leo se preguntaba de qué manera distorsionada habría llegado a sus oídos la historia del desastre de Tony y Claire de la semana anterior. No era porque los hechos reales no fueran penosos de por sí. Todo el Hábitat parecía estar sumergido en una atmósfera de desesperación.
Leo se sentía un poco hastiado de los cuadrúmanos y de sus eternos problemas. Se alejó de un grupo de alumnos, que estaban almorzando cerca de la ventana, aunque ellos le hicieran señas para que se acercara. En cambio, flotó por el módulo hasta que vio un espacio vacío y puso su bandeja junto a las piernas de alguien. Cuando Leo se dio cuenta de que esas piernas pertenecían al capitán de k nave, Durrance, era demasiado tarde para retirarse.
Pero el saludo de Durrance no tuvo ninguna animosidad. Evidentemente, a diferencia de muchos otros que Leo podía nombrar, no consideraba que el ingeniero fuera el responsable del fiasco espectacular de su alumno Tony. Leo enganchó los pies en las trabas y así le quedaron las manos libres para atacar la comida. Le devolvió el saludo y bebió el café caliente. No había café suficiente en todo el universo que pudiera solucionar sus dilemas.
Durrance, aparentemente, estaba de humor para una conversación amable.
—¿Va a tomar pronto su permiso?
—Pronto… —En una semana, aproximadamente, pensó Leo. El tiempo se le iba de las manos, como todas las cosas que lo circundaban allí.
—¿Cómo es Rodeo?
—Pesado. —Durrance se metió en la boca una especie de pastel de verdura.
—Ah. —Leo miró a su alrededor—. ¿Ti está con usted?
Durrance soltó una carcajada.
—No es probable. Está abajo, en el hielo. Está apelando. —Hizo un gesto y levantó las cejas, como para que el segundo sentido de su frase fuera evidente—. No es lo correcto, desde mi punto de vista. Yo tuve una sanción en mi registro por culpa de ese maldito estúpido. Si hubiera sido la primera vez que se metía en problemas, tal vez podría haber evitado ser sancionado. Pero ahora no creo que tenga posibilidades. Su Van Atta quiere cubrir las puertas del Hábitat con su pellejo.
—En primer lugar, no es mi Van Atta protestó Leo vigorosamente—. Si lo fuera, lo cambiaría por un perro…
—… Y mataría al perro —concluyó Durrance. Su boca esbozó una sonrisa—. Van Atta. Eso estaría bien. Si el rumor que oí es cierto, tal vez no le quede mucho tiempo para pavonearse.