¡No! Leo negó en silencio. El universo era tan enorme. Tenía que haber un lugar. Un lugar que les fuera propio, lejos, lejos de las trampas de la llamada civilización humana. Las historias de otros experimentos sociales utópicos anteriores no eran alentadoras, pero lo cuadrúmanos eran excepcionales, en todo sentido.
En una fracción de segundo, tuvo una idea. No surgió como una cadena de razonamiento, más palabras, palabras, palabras, sino como una imagen, completa desde el primer momento, inherente, coherente, holística, gestaltiana, inspirada. Todas las horas de vida que le quedaban serían una exploración lineal de su plenitud.
Un sistema estelar con una estrella M, G o K, suave, estable. A su alrededor, un gigante gaseoso joviano con un anillo de metano e hielo, de donde extraer oxígeno, agua, nitrógeno e hidrógeno. Y, lo más importante de todo, un cinturón de asteroides.
Y otras tantas carencias igualmente importantes. Ningún planeta similar a la Tierra orbitando allí, que atrajera la competencia. Ninguna ruta de naves de importancia estratégica para cualquier conquistador potencial. La humanidad pasó por cientos de sistemas similares, en la incesante búsqueda de nuevas Tierras. Desaparecieron, junto con sus mapas.
Una cultura cuadrúmana que se expandiera por el cinturón desde su base inicial. Una sociedad de cuadrúmanos, por los cuadrúmanos, para los cuadrúmanos. Se harían excavaciones en la roca, para protegerse de la radiación y para encerrar el precioso aire. Excavaciones que se expandirían, a salto de rana, de una roca a la otra, en donde se construirían nuevos hogares. Habría minerales alrededor, muchos más de los que llegarían a necesitar. Todas las granjas de Hidroponía para Silver. Un nuevo mundo a construir. Un mundo espacial que hiciera que la Estación Morita pareciera un juguete.
—¡Bien! —los ojos de Leo se abrieron de placer—. Después de todo, es un problema de ingeniería.
Quedó suspendido en el aire, pensativo. Afortunadamente, no había nadie en el pasillo en ese momento. Si no habrían pensado que estaba loco o drogado.
La solución había estado ante sus ojos todo el tiempo, invisible, hasta que él había cambiado. Se rió con demencia, poseído. Se entregó a su proyecto sin reservas. Por completo. No había límites para lo que podía hacer un hombre, si se entregaba por completo y no cedía en nada.
No retroceder, no mirar hacia atrás, ya que no habría manera de volver atrás. Desde un punto de vista literal y médico, ésa era la clave de la cuestión. Los hombres se adaptaban a la caída libre. Era justamente volver hacia atrás lo que los convertía en lisiados.
—Yo soy un cuadrúmano —murmuró Leo, con sorpresa. Se miró las manos. Apretó y aflojó los dedos—. No soy más que un cuadrúmano con piernas.
No iba a retroceder.
En cuanto a la base inicial, ya estaba volando en ella en ese preciso instante. Sólo era necesaria una reconfiguración. La cadena de pensamientos se abocó a las posibilidades, con demasiada velocidad como para analizarlas. No necesitaba secuestrar una nave espacial. Ya estaba en una. Todo lo que necesitaba era un poco de energía.
Y la energía estaba al alcance de la mano en la órbita de Rodeo. En este momento la estaban desperdiciando gratuitamente para sacar productos petroquímicos de la órbita. ¿Qué podía representar una masa petroquímica, comparada con una parte del Hábitat Cay? Leo no lo sabía, pero sí podía averiguarlo. Los números estarían de su parte, de todos modos, más allá de cuales fueran las magnitudes precisas.
Los propulsores de carga podrían trasladar el Hábitat, si fuera reconfigurado apropiadamente, y cualquier cosa que pudieran trasladar los propulsores también podría trasladar una de las monstruosas naves de Salto. Todo estaba allí. Todo lo necesario para la conquista.
Para la conquista… 84
8
Leo tuvo que merodear durante una hora por el Hábitat hasta que pudo ver que Silver estaba sola, en una pantalla de monitor, en un pasillo que venía del gimnasio de caída libre.
—¿Hay algún lugar en el que podamos hablar en privado? —le preguntó—. Quiero decir, con absoluta intimidad.
Su mirada cautelosa a su alrededor confirmó que le había comprendido perfectamente. Sin embargo, parecía dudar.
—¿Es muy importante?
—Vital. Una cuestión de vida o muerte para los cuadrúmanos. Así de importante.
—Bien… Espere uno o dos minutos y luego sígame.
La siguió lenta y disimuladamente por el Hábitat. En una u otra esquina, se dejaba llevar por un destello de cabello brillante y camiseta azul. De repente, en un pasillo, la perdió.
—¿Silver?
—¡Shhh! —le dijo al oído. Había un recoveco en la pared y una de sus manos fuertes tiró de él, como un pez en el sedal.
El espacio estuvo oscuro sólo por un momento, hasta que, con un silbido, se abrieron unas compuertas y entraron en una cámara de forma extraña, de unos tres metros de ancho. Flotaron hacia ella.
—¿Qué es esto? —preguntó Leo, sorprendido.
—El Clubhouse. Bueno, nosotros lo llamamos así. Lo construimos en este lugar escondido. No se puede ver desde fuera, a menos que uno mire desde el ángulo correcto. Tony y Pramod construyeron las paredes externas. Siggy hizo el trabajo de las tuberías; otros, el de los cables… Construimos las puertas con repuestos.
—¿Y no faltaron en los inventarios?
Su sonrisa no era en absoluto inocente.
—Los cuadrúmanos también hacemos la entrada a los registros del ordenador. Los repuestos dejaron de existir en los inventarios. Éramos un grupo grande trabajando en esto. Lo terminamos hace apenas dos meses. Siempre pensé que la doctora Yei y el señor Van Atta habían averiguado lo de este sitio cuando me interrogaron —su sonrisa desapareció al recordar—, pero nunca me hicieron ninguna pregunta. Ahora los únicos vídeos que tenemos son los que estaban guardados aquí y Darla todavía no ha terminado el sistema de proyección.
Leo miró hacia una consola de holovídeo vacía, obviamente en proceso de reparación, adosada a la pared. Había otras comodidades: iluminación, un gabinete en la pared, lleno de botellitas pequeñas de aumentos disecados extraídos de Nutrición, uvas, cacahuetes y cosas por el estilo. Leo recorrió lentamente la habitación, mientras examinaba minuciosamente el trabajo de mano de obra. Era muy bueno.
—¿Este lugar fue idea tuya?
—Algo así. No podría haberlo hecho yo sola. Ya me entiende, está estrictamente prohibido que yo lo haya traído aquí —agregó Silver—. Así que es mejor que lo que me tiene que decir sea importante.
—Silver —dijo Leo—, es tu respeto tan pragmático de las reglas lo que te convierte en la cuadrúmana más valiosa de todo el Hábitat en este momento. Te necesito. Necesito tu valentía y todas esas otras cualidades que la doctora Yei llamaría antisociales. Tengo que hacer un trabajo que tampoco puedo hacer yo solo. —Respiró profundamente—. ¿Cómo verían los cuadrúmanos la idea de tener su propio asteroide?
—¿Qué? —exclamó Silver, con los ojos bien abiertos.
—Brucie-Baby intenta que esto sea un secreto, pero se ha programado la finalización del Proyecto Cay. Y quiero que entiendas el sentido más siniestro de la palabra finalización.
Le contó en detalle el rumor de la antigravedad y todo lo que ya había oído. Inclusive, los planes secretos de Van Atta para la eliminación de los cuadrúmanos. Con creciente pasión, describió su visión de la huida. No fue necesario que repitiera nada.