—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Silver, cuando terminó.
—No mucho. Como máximo, unas semanas. Me quedas seis días antes de que me vea obligado a tomarme mi permiso de gravedad. Tengo que encontrar una manera de escapar a ese permiso. Me temo que si me voy, no me permitirán volver aquí. Nosotros. … vosotros los cuadrúmanos tenéis que elegir ahora. Yo no puedo hacerlo por vosotros. Yo sólo puedo colaborar en algunas cosas. Si no podéis salvaros a vosotros mismos, estaréis perdidos. Os lo garantizo.
Silver suspiró con un silbido silencioso. Se veía bastante perturbada.
—Pensaba… cuando veía a Tony y a Claire, que estaban haciendo las cosas de la manera equivocada. Tony hablaba de encontrar trabajo, pero no pensó en llevarse un traje de trabajo consigo. Yo no quería cometer los mismos errores. No estamos hechos para viajar solos, Leo. Tal vez sea algo que nos pusieron adentro.
—¿Puedes traer a los otros? —le preguntó Leo con ansiedad—. ¿En secreto? Déjame que te diga algo. Si hay algo que terminaría rápido con esta pequeña revolución sería que algún cuadrúmano tuviera miedo y hablara, tratando de colaborar. Ésta es una verdadera conspiración. Todas las reglas quedan excluidas. Yo sacrifico mi empleo, me arriesgo a un proceso legal, pero vosotros arriesgáis mucho más.
—Hay algunos a los que habría que decírselo en el último momento —dijo Silver, pensativa—. Pero puedo convencer a los más importantes. Tenemos nuestras propias maneras para que los de los planetas no se enteren de nuestros secretos.
Leo observó la habitación, más tranquilizado.
—Leo… —lo miró fijamente, con esos ojos azules—, ¿cómo vamos a deshacernos de la gente de los planetas?
—Bueno, no podremos meterlos en una nave y enviarlos a Rodeo. Seguro que no. Desde el momento en que esto se sepa, puedes estar segura de que no enviarán más suministros al Hábitat. —Sitiados era la palabra que la mente de Leo había sugerido, pero que evitó cuidadosamente—. Lo que he pensado es que los podemos llevar a todos a un módulo, introducir oxígeno de emergencia, desprender ese módulo del Hábitat y utilizar los propulsores para llevarlo en órbita hasta la Estación de Transferencia. A esa altura, pasarán a ser problema de Galac-Tech, no nuestro.
—Con suerte, eso también revolucionará las cosas en la Estación de Transferencia y nos dará un poco más de tiempo.
—¿Cómo planea llevarlos a todos a un módulo?
Leo se movió, incómodo.
—Bueno, ése es el punto donde no hay retorno, Silver. Hay muchas armas a nuestro alrededor aquí, sólo que no las reconocemos porque las llamamos herramientas. Un soldador láser sin el pestillo de seguridad es tan efectivo como un arma. Hay varias docenas en los talleres. Habría que apuntarlos y decirles «Moveos»… y se moverán.
—¿Qué pasa si no lo hacen?
—Entonces disparáis. O elegís no hacerlo y os llevarán abajo, a una muerte lenta y estéril. Y elegís por todos, no sólo por vosotros mismos.
Silver sacudió la cabeza.
—No creo que sea un buena idea, Leo. ¿Qué pasa si alguien tiene miedo y dispara de verdad? Alguien resultaría gravemente herido.
—Bueno… sí. Ésa es la idea.
Su rostro traslucía desesperación.
—Si tengo que dispararle a Mama Nula, prefiero que me lleven abajo y morir.
Mama Nilla era una de las encargadas de la guardería preferida de los cuadrúmanos. Leo la recordaba vagamente. Una mujer un tanto mayor… No había tenido oportunidad de conocerla bien, porque sus clases no incluían a los cuadrúmanos más pequeños.
—Yo pensaba más en términos de dispararle a Bruce —confesó Leo.
—Tampoco estoy segura de poder hacerle eso al señor Van Atta —dijo Silver —. ¿Alguna vez ha visto una quemadura de láser, Leo?
—Sí.
—Yo también.
Hubo un breve silencio.
—No podemos desobedecer a nuestros maestros —dijo Silver finalmente—. Todo lo que tendría que decir Mama Nilla sería «Dame eso, Siggy», con esa voz que tiene, y él se lo daría. No es… no es una buena idea, Leo.
Leo juntó las manos, con desesperación.
—Pero tenemos que sacar a esta gente de los planetas del Hábitat o no podremos hacer nada. Y si no hacemos nada, volverán a tomarlo y estaréis mucho peor que cuando comenzasteis.
—¡Muy bien, muy bien! Tenemos que deshacernos de ellos. Pero ésa no es la manera. —Hizo una pausa y lo miró—. ¿Sería capaz de dispararle a Mama Nilla? ¿Piensa que… Pramod podría dispararle a usted?
Leo suspiró.
—Probablemente no. No a sangre fría. Incluso los soldados en batalla tienen que llegar a un estado especial de excitación mental para disparar a personas completamente extrañas.
Silver parecía aliviada.
—Muy bien. Entonces, ¿qué otra cosa tendríamos que hacer? Suponiendo que tomáramos el Hábitat.
—Se puede remodelar el Hábitat con herramientas y suministros que ya están a bordo, aunque todo tendrá que ser racionado cuidadosamente. Tendremos que defender el Hábitat de cualquier intento por parte de Galac-Tech de recapturarlo mientras todo esto sigue su curso. Los soldadores láser de alta densidad y energía podrían ser efectivos para disuadir a las naves que intenten abordarnos… si alguien se animara a dispararnos —agregó Leo en un tono seco—. Afortunadamente el inventario de la compañía no incluye naves de ataque armadas. Una verdadera fuerza militar pondría un rápido fin a esta pequeña revolución. —Su imaginación seguía proporcionando detalles—. Nuestra única defensa real es irnos antes de que Galac-Tech produzca una. Esta operación requerirá de un piloto de Salto.
Leo la estudió nuevamente.
—Ahí es donde entras tú en juego, Silver. Conozco un piloto que pasará por la Estación de Transferencia muy pronto, que podría ser secuestrado con mayor facilidad que la mayoría. Especialmente, si tú aplicas tu persuasión personal.
—Ti.
—Ti —confirmó Leo.
—Puede ser.
Leo sentía náuseas. Ti y Silver mantenían una relación desde antes de su llegada. En realidad, no estaba utilizando a Silver. La lógica lo dictaba. De repente se dio cuenta de que lo que en realidad quería era alejarla lo más posible del piloto de Salto. ¿Para qué? ¿Para conservarla para él? Ponte serio, pensó. Eres demasiado viejo para ella. Ti tenía… ¿veinticinco años, tal vez? Quizá fuera violentamente celoso. Ella debía preferirlo a él. Leo intentó sentirse viejo. No le costó mucho. La mayoría de los cuadrúmanos le hacían sentir de ochenta años. Volvió a concentrarse en la tarea por delante.
—La tercera cosa que tendremos que hacer —Leo eligió las palabras y llegó a la conclusión de que no había muchas maneras de decirlo, porque se trataba de algo demasiado preciso— es conseguir una nave de Salto de carga. Si esperamos a poder llevar el Hábitat hasta el agujero de gusano, Galac-Tech tendrá tiempo de sobra para pensar en cómo defenderse. Eso significa —reflexionó sobre el próximo paso a seguir con cierta angustia— que tenemos que enviar una fuerza para secuestrar una nave. Y yo no puedo ir allí y a la vez quedarme aquí para defender y remodelar el Hábitat… Tendrá que ser una fuerza de cuadrúmanos. No sé… —Leo prosiguió—, tal vez ésta no sea una gran idea, después de todo.
—Envía a Ti con ellos —sugirió Silver—. Él sabe más de esas naves de carga que nosotros.
—Uhmm —dijo Leo, con cierto optimismo. Si iba a prestar atención a todas las contrariedades de esta huida, era mejor que abandonara todo ahora y así evitaría todos esos inconvenientes. Al diablo con las contrariedades. Confiaría en Ti. Si fuera necesario, creería en duendes, en ángeles y hasta en hadas. —Eso significa que sobornar a Ti es el paso número uno en los planes —razonó Leo en voz alta—. Desde el momento en que él falte, nuestro plan estará al descubierto, en una carrera contra reloj. Eso significa que es mejor que hagamos los planes del traslado del Hábitat con anticipación. Y… ¡Oh, Dios! —los ojos de Leo se iluminaron. —¿Qué sucede?