—Yo podría hacer volar este cacharro, si fuera necesario —dijo Ti, en un tono no forzado, mientras le echaba una mirada al tablero de controles—. Todo es manual.
—No se trata de eso —dijo Leo—. No podemos irnos sin ella. Se supone que los cuadrúmanos no tienen que estar aquí para nada. Si la atrapan las autoridades de la estación y comienzan a hacerle preguntas… Siempre suponiendo que no la hayan atrapado por algo peor…
—¿Qué cosa peor?
—No lo sé, ése es el problema.
Mientras tanto, Silver se había bajado del sillón de aceleración. Después de un momento de experimentación pensativa, se lanzó hacia adelante con las cuatro manos y pasó junto a las rodillas de Leo. Los pantalones le arrastraban.
—¿Dónde vas?
—Voy tras Zara.
—Silver, quédate en la nave. No necesitamos que sean dos de vosotras las que estéis perdidas, por el amor de Dios —le ordenó Leo, con firmeza—. Ti. y yo podemos movernos mucho más rápido. Nosotros la encontraremos.
—No creo —murmuró Silver, ausente. Llegó al tubo flexible y miró el pasillo, que giraba a izquierda y derecha—. Venid, no creo que haya llegado muy lejos.
—Si subió al elevador, ahora podría estar prácticamente en cualquier lugar de la estación —dijo Ti.
Silver se apoyó sobre sus brazos inferiores, levantó los superiores por sobré la cabeza y echó un vistazo dentro del elevador a su izquierda.
—A un cuadrúmano le costaría mucho trabajo llegar a los controles. Por otra parte, Zara sabe que tendría muchas más posibilidades de cruzarse con un extraño. Creo que se fue hacia este lado. —Levantó el mentón y se alejó a toda velocidad hacia la derecha, con las cuatro manos. Después de un momento, alcanzó mayor velocidad cuando logró un andar similar al de una gacela. Leo y Ti se vieron obligados a lanzarse tras ella. Leo se sentía absurdo. Parecía un hombre corriendo desesperadamente detrás de su cachorro. Era la ilusión óptica que le producía la locomoción de Silver. Los cuadrúmanos parecían más humanos en caída libre.
Un ruido extraño, un ruido sordo, provenía de la curva del pasillo. Silver gritó y se apoyó rápidamente contra la pared externa.
—Lo siento —gritó Zara, que. pasaba junto a ellos, con el mentón levantado y el torso apoyado en una tabla con ruedas. Las cuatro manos parecían ruedas que la ayudaban a deslizarse por la cubierta. Frenar le resultaba más difícil que cobrar velocidad y Zara se detuvo finalmente cuando se estrelló junto a Silver.
Leo, horrorizado, se acercó a ellas, pero Zara ya se estaba incorporando y sentándose. La tabla con ruedas estaba intacta.
—Mira, Silver —dijo Zara, cuando dio la vuelta a la tabla—. ¡Ruedas! Me pregunto cómo aguantarán la fricción, dentro de esas cubiertas. Toca, ni siquiera están calientes.
—Zara —gritó Leo—, ¿por qué has abandonado la nave?
—Quería ver cómo era un baño en los planetas —dijo Zara—. Pero no he encontrado ninguno en este nivel. Lo único que he visto es un armario lleno de artículos de limpieza y esas cosas —dijo, mientras tocaba la tabla—. ¿Puedo desarmar las ruedas y ver qué hay adentro?
—¡No! —exclamó Leo.
Parecía desorientada.
—Pero quiero saberlo.
—Tráetela —sugirió Silver—, y la desarmas más? tarde. —Silver miró hacia un lado y otro del pasillo. Leo se sentía reconfortado al ver que por lo menos un cuadrúmano compartía su sentido de la urgencia.
—Sí, más tarde —acordó Leo, con tal de terminar con este tema—. Ahora, en marcha.
Leo cogió la tabla con ruedas debajo de su brazo para evitar todo tipo de nueva experimentación. Había llegado a la conclusión de que los cuadrúmanos parecían no tener una idea muy clara sobre la propiedad privada. Tal vez, se debía a que habían pasado toda la vida en un Hábitat espacial comunal, con una ecología ajustada. Los planetas eran comunales de la misma manera, excepto que en algunos casos, esa igualdad estaba verdaderamente disimulada.
Por cierto, se trataba de hábitos de pensamiento. Aquí estaba preocupado por el robo de una tabla con ruedas, al mismo tiempo que estaba planeando el robo espacial más grande de la historia humana. Ti casi echó chispas cuando se enteró del resto de la misión que habían planeado para él. Leo, con prudencia, no completó estos detalles sino cuando la nave ya había salido de la Estación de Transferencia y estaba a mitad de camino entre la estación y el Hábitat.
—¿Pretendéis que sea yo quien robe la nave? —exclamó Ti.
—No, no —Leo le tranquilizó—. Solamente vas a ir como asesor. Los cuadrúmanos tomarán la nave.
—Pero mi culo va a depender de si pueden o no…
—Entonces sugiero que les aconsejes bien.
—Ya lo creo.
—Tu problema —Leo lo aleccionó con amabilidad—, es que careces de experiencia en la enseñanza. Si la tuvieras, tendrías fe en que la gente que uno menos puede imaginar aprende las cosas más sorprendentes. Después de todo, no naciste sabiendo cómo pilotar una nave de Salto. Y sin embargo, muchas vidas dependían de que lo hicieras bien la primera vez y todas las siguientes. Ahora podrás darte cuenta de cómo se sentían tus instructores. Eso es todo.
—¿Cómo se sentían los instructores?
Leo bajó el tono de voz y sonrió.
—Aterrados. Absolutamente aterrados.
Una segunda nave remolcadora, llena de combustible y suministros para su larga excursión, esperaba en lía entrada próxima a la de ellos, cuando llegaron al «Hábitat. Leo tuvo que reprimir la intensa necesidad de llevar a Ti a un lado y llenarle los oídos de consejos y sugerencias para su misión. Desafortunadamente, sus experiencias en el robo criminal no eran mucho mejores. Cero igual a cero, sin tener en cuenta el número desigual de años por los que se multiplicara.
Flotaron a través de la escotilla, dentro del módulo desembarque, y se encontraron con varios cuadrúmanos que les esperaban con ansiedad.
—Ya he modificado más soldadores, Leo —comenzó a decir Pramod sin necesidad, ya que con tres «manos sujetaba todo el arsenal improvisado contra su cuerpo—. Hay soldadores para cinco personas.
Claire, que se asomaba por detrás de su hombro, y miraba las armas con una extraña fascinación.
—Bien. Dáselas a Silver. Ella se hará cargo hasta la nave ya esté lejos —dijo Leo.
Siguieron avanzando, tomándose de los distintos pasamanos, hasta la próxima escotilla. Zara se introdujo allí para comenzar a realizar sus comprobaciones previas al viaje.
Ti se asomó detrás de ella. Parecía nervio.
—¿Vamos a partir de inmediato?
—El tiempo es crítico —dijo Leo—. No tenemos mas de cuatro horas antes de que comiencen a buscarte en la Estación de Transferencia.
—¿No tendría que haber… instrucciones o algo por el estilo?
Leo apreció que también Ti estaba teniendo problemas para comprometerse con la liberación. Bien era él el que empujaba o lo empujaban a él. Después del impulso inicial, no habría prácticamente ninguna diferencia.
—Con un impulso a un g hasta el punto medio si luego vais volando y frenando el resto del camino tendréis casi veinticuatro horas para trabajar en el plan de ataque. Silver dependerá de tu conocimiento de las naves de Salto. Ya discutimos varios métodos para lograr un efecto sorpresa. Ella te informará —Oh, ¿Silver también va? —Silver está al mando —informó Leo El rostro de Ti dejó traslucir una serie de expresiones hasta llegar a la consternación.