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Atravesaron rápidamente la sección de la tripulación hacia el comandante. El piloto de Salto estaba sentado en su asiento mullido, conectado a la corona de sus auriculares de control. El uniforme morado de la compañía tenía unos listones llamativos que proclamaban sus rango y especialización. Tenía los ojos cerrados y tarareaba desafiando el ritmo de los latidos de la biorretroalimentación de su nave.

Su sorpresa fue evidente cuando los auriculares se desprendieron y se elevaron, cortando toda comunión con su máquina, cuando Ti tocó el control de desconexión.

—Por Dios, Ti, no hagas estas cosas. Tú sabes…

Su sorpresa fue aún mayor cuando vio a los cuadrúmanos. Tuvo que sofocar, un grito de asombro. Sonrió a Silver, totalmente consternado. Sus ojos recorrieron su anatomía y se volvieron a fijar en su rostro. Silver movió el soldador láser, para llamar su atención.

—Levántese —le ordenó.

El piloto se agachó aún más.

—Mire, señorita…¿Qué es esto?

—Un arma láser. Levántese.

Su mirada la escudriñó, escudriñó a Ti y finalmente al ingeniero. Llevó la mano a los sujetadores de su asiento, no sin dudar. Tenía los músculos tensos.

—Salga lentamente —agregó Silver.

—¿Por qué? —le preguntó.

Por si acaso, pensó Silver.

—Esta gente quiere pediros prestada la nave —explicó Ti.

—¡Secuestradores! —exclamó el ingeniero. Retrocedió y permaneció junto a la puerta. Los soldadores de Jon y de Siggy no dejaban de apuntarlo—. ¡Mutantes!

—Salga —repitió Silver. Su tono de voz subía incontrolablemente.

El rostro del piloto estaba perplejo y pensativo. Soltó las manos de su cinturón en una actitud que simulaba una relajación y las puso sobre sus rodillas.

—¿Qué pasa si no lo hago? —la desafió, con cierta tranquilidad.

Ella imaginó que perdería el control de la situación y que sería el piloto el que la dominaría. Todo por su superioridad y frialdad. Miró a Ti, pero él se sentía a salvo en su papel de victima inocente e indefensa. En una actitud sumisa, según dirían los terrestres.

Sintió palpitar el corazón una y otra vez. El piloto comenzó a relajarse, lo cual se hizo visible en su exhalación y en el brillo de triunfo de sus ojos. La había estudiado. Sabía que no podría disparar. Llevó otra vez la mano a su cinturón y recogió las piernas, como si quisiera accionar el sistema de palancas.

Silver lo había ensayado en su mente muchas veces, pero el hecho real era casi un anticlímax. Tenía una claridad cristalina, como si ella misma la estuviera observando a cierta distancia o desde otro tiempo, pasado o futuro. Se acercaba el momento de elegir el blanco, algo que había elaborado una y otra vez antes, sin llegar a ninguna conclusión. Apuntó el soldador justo debajo de las rodillas del piloto. No había ninguna superficie valiosa que se interpusiera entre ellos.

Apretar el botón fue sorprendentemente fácil. El trabajo de un solo músculo pequeño en su pulgar superior derecho. El rayo fue de un color azul apagado, que ni siquiera la hizo pestañear, aunque una llama amarilla intensa destelló en la tela del uniforme, supuestamente no inflamable. Enseguida se apagó. Podía sentir el olor de la tela quemada, aún más penetrante que el olor de la carne quemada. En un instante, el piloto estaba inclinado hacia adelante gritando de dolor.

—¿Por qué lo has hecho? —gritó Ti, con una gran tensión en la voz—. ¡Todavía estaba atado a su asiento, Silver! —Sus ojos no podían esconder su asombro. El ingeniero, después de un primer movimiento convulsivo, quedó inmovilizado, como una pelota sumisa. Sus ojos iban de un cuadrúmano a otro. Siggy tenía la boca abierta. Jon tenía los labios bien apretados.

Los gritos del piloto la asustaron y le crisparon tanto los nervios que sentía que iba a estallar. Volvió a apuntarlo con el soldador.

—¡Deje de hacer ese ruido! —le ordenó.

Para sorpresa de todos, el piloto dejó de gritar. Suspiró entre sus dientes apretados y la miró con ojos que destilaban dolor. Las quemaduras en las piernas parecían estar cauterizadas. Tenían un color negro ambiguo. Silver sentía una mezcla de repulsión y un deseo curioso de acercarse a ver lo que había hecho. Los bordes de las quemaduras tenían un color rojo intenso. El plasma amarillo seguía saliendo, pero quedaba adherido a la piel. Todavía no había necesidad de utilizar una aspiradora manual. La herida no parecía amenazar su vida. Al menos de inmediato.

—Siggy, suéltalo y sácalo de ese asiento de control —ordenó Silver. Por primera vez, Siggy obedeció sin protestar. Su mirada asustada ni siquiera parecía querer sugerir cómo hacerlo mejor.

Por cierto, el efecto de su acción sobre todos los presentes, no sólo los cautivos, era más que gratificante. Todos se movían rápidamente. Podía llegar a ser adictivo. No había protestas, no había quejas…

Algunas quejas.

—¿Era necesario? —preguntó Ti, mientras los prisioneros iban delante de ellos por el pasillo—. Estaba saliendo de su asiento…

—Intentaba saltar sobre mí.

—No puedes estar segura de eso.

—Pensé que no podría dispararle si se movía.

—Pero no me digas que no tenías otra elección…

Silver se dio la vuelta y lo miró con irritación. Ti se echó atrás.

—Si no logramos capturar esta nave, mil amigos míos van a morir. Tenía una elección. Elegí. Y volvería a elegir. ¿Me has entendido?

Y tú eliges por todos, Silver. Las palabras de Leo resonaban en su memoria.

Ti se rindió de inmediato.

—Sí, señora.

¿Sí, señora? Silver pestañeó y siguió avanzando delante de Ti, para esconder su confusión. Ahora le temblaban las manos. Entró en el compartimento sanitario antes que todos, ostensiblemente para desconectar todos los equipos de comunicación, excepto la alarma de emergencia direccional, y para verificar el equipo de primeros auxilios. Estaba allí, completo. Y también para estar sola durante un momento, lejos de la mirada de sus compañeros.

¿Era éste el placer que Van Atta sentía con su poder, cuando todos se abrían paso ante él? Era obvio lo que su disparo le había producido al piloto desafiante. Pero, ¿qué efecto había producido en ella? Por cada acción, una reacción igual y opuesta. Era una verdad somática, un conocimiento visceral que llevaban todos los cuadrúmanos desde el nacimiento, clara y evidente en cada movimiento.

Salió del compartimento. El piloto emitió un quejido de dolor cuando sus piernas golpearon accidentalmente la escotilla, mientras lo ponían a él y al ingeniero en el compartimento sanitario, lo cerraban y lo despedían de la nave de Salto.

La agitación de Silver dio lugar a una resolución fría en su interior, si bien le seguían temblando las manos por la desesperación que le producía el dolor del piloto. Era así. Los cuadrúmanos no eran diferentes de los terrestres, después de todo. Cualquier mal que ellos pudieran hacer, los cuadrúmanos lo podían hacer también. Si lo deseaban.

Muy bien. Si colocaban los tubos de cultivo en este ángulo, con una rotación de seis horas, podrían arreglárselas con cuatro espectros de luz menos en el módulo de hidroponía y al mismo tiempo tendrían suficientes lúmenes sobre las hojas como para estimular el florecimiento en catorce días. Claire introdujo la orden en el ordenador e hizo pasar, en forma acelerada, todo el ciclo en el modelo analógico, sólo para estar segura. La nueva configuración de crecimiento reduciría el consumo de energía del módulo en un doce por ciento, desde las primeras estimaciones. Bien. Hasta que el Hábitat llegara a destino y pudieran desarrollar los delicados colectores solares otra vez, la energía sería óptima.