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—Los más pequeños están junto a la puerta C —dijo la muchacha—. Te he esperado…

Después de echar una ojeada a su alrededor para asegurarse de que su trayectoria de vuelo no se cruzara violentamente con la de otro que intentara tomar el mismo atajo, su compañera de dormitorio la ayudó a lanzarse en la dirección elegida por la ruta más directa, atravesando el diámetro de la cámara.

La figura rolliza de ropa rosada que buscaba Claire estaba sumergida entre un enjambre de pequeños de cinco años, todos excitados y asustados. Claire sintió un poco de culpa por haber juzgado que era demasiado peligroso para su plan secreto advertir a los cuadrúmanos más jóvenes con anticipación sobre los cambios a los que iban a enfrentarse. Los más pequeños tampoco tienen voto, pensó.

Mama Nula sostenía a Andy, que lloraba inconsolablemente. Hacía esfuerzos denodados por calmarlo con una botella de fórmula en una mano, mientras que con la otra ponía un paño en la frente herida de otro niño de cinco años. Otros dos y tres se colgaban de sus piernas, mientras Mama Nula intentaba dirigir verbalmente los esfuerzos de un sexto que ayudaba a un séptimo a abrir un paquete de proteínas, que accidentalmente se habían desparramado por el aire. Durante esos instantes, su tono familiar tranquilo era apenas más tenso que lo habitual, hasta que vio que Claire se acercaba.

—Querida —dijo, en un tono débil.

—¡Andy! —gritó Claire.

Andy giró la cabeza hacia ella y se separó de Mama Nula, con unos movimientos frenéticos. Extendió la correa que lo sujetaba lo más posible, pero rebotó y volvió a manos de Mama Nula. Entonces comenzó a gritar con desesperación. Como por resonancia, el niño que estaba sangrando se puso a gritar aún más fuerte.

Claire se detuvo junto a la pared y los abrazó.

—Claire, cariño, lo siento —dijo Mama Nula, mientras con un gesto de la boca señalaba a Andy—, pero no puedo permitir que te lo lleves. El señor Van Atta me dijo que me despediría de inmediato, sin importarle si tenía veinte años o no y Dios sabe a quién traerían entonces. Son muy pocas las que tienen la cabeza puesta en su lugar… —Andy la interrumpió cuando decidió volver a lanzarse hacia Claire. Le sacó violentamente la botella que tenía en la mano y la arrojó. Unas gotas de fórmula se agregaron a la polución del medio ambiente general. Claire extendió las manos para cogerlo.

—No puedo… De verdad, no puedo… ¡Oh, mierda! Tómalo…—Era la primera vez que Claire oía una expresión así de boca de Mama Nula. Desenganchó la correa y, una vez liberada, se dedicó a atender instantáneamente a los otros niños que estaban esperando.

Los gritos de Andy se transformaron de inmediato en un sollozo. Se aferraba a su madre con desesperación. Claire lo abrazó con los cuatro brazos, con no menos desesperación. El bebé empezó a tocarle la camiseta. Inútil, pensó Claire. Ella se contentaba con sólo abrazarlo, pero no era algo recíproco. Le tocó el cabello y disfrutaba de su olor a bebé, de sus ojos tiernos, su piel traslúcida, sus pestañas, cada parte de su cuerpo. Le sonó la nariz con el borde de la camiseta azul.

—Es Claire —oyó decir que uno de los niños de cinco años le explicaba a otro —. Es una mamá de verdad. —Claire levantó la vista y los pescó inspeccionándola. Los niños se rieron. Ella les devolvió la sonrisa. Un niño de unos siete años había recuperado la botella y miraba a Andy con interés.

Una vez que la herida en la frente del niño dejó de sangrar, Mama Nula pudo, por fin, mantener una conversación.

—¿No tienes idea de dónde está el señor Van Atta? —le preguntó a Claire, preocupada.

—Se ha ido —dijo Claire, con una cierta satisfacción—. ¡Se fue para siempre! Nosotros somos la autoridad ahora.

Mama Nula pestañeó.

—Claire, no te permitirán…

—Tenemos ayuda. —Hizo un gesto hacia el otro lado del gimnasio, donde estaba Leo, que acababa de llegar. Junto a él estaba otra figura con piernas, de uniforme blanco. ¿Qué estaba haciendo el doctor Minchenko todavía aquí? De pronto, sintió temor. ¿Habían fracasado en su intento de sacar a todos los terrestres del Hábitat, después de todo? Por primera vez, se le ocurrió preguntarse por qué Mama Nula estaba aquí.

—¿Por qué no fue a su zona de seguridad? —le preguntó Claire.

—No seas tonta, querida. ¡Oh, doctor Minchenko! —Mama Nula le hizo un gesto con la mano—. ¡Por aquí!

Los dos hombres terrestres, que no tenían la misma experiencia que los cuadrúmanos para desplazarse por el aire, atravesaron la cámara con ayuda de una cuerda que colgaba de un arco y se acercaron al grupo de Mama Nula.

—Aquí tengo a uno que necesita pegamento biótico —le dijo Mama Nula al doctor Minchenko, mientras abrazaba al niño herido, cuando el doctor estuvo lo suficientemente cerca como para oírla—. ¿Qué sucede? ¿Estamos a salvo como para llevarlos de vuelta a los módulos de la guardería?

—Estamos a salvo —contestó Leo—, pero usted tendrá que venir conmigo, señorita Villanova.

—No abandonaré a mis chicos si antes no llega mi sustituía —replicó Mama Nula, en un tono áspero—, y parece que la mayor parte de los integrantes de mi departamento se han evaporado, inclusive mi director.

Leo frunció el ceño.

—¿La doctora Yei todavía no la ha informado?

—No…

—Guardaron lo mejor para el último momento —dijo el doctor Minchenko seriamente— por razones obvias. —Se dirigió a Mama Nula—. Galac-Tech acaba de poner fin al Proyecto Cay, Liz. ¡Y ni siquiera me consultaron a mí! —En pocas palabras, le describió la situación actual—. Yo estaba preparando una queja por escrito, pero Graf me puso al tanto de todo. Y sospecho que es mucho más efectivo. Los internos han tomado el manicomio. Graf cree que puede convertir el Hábitat en una nave colonia. Pienso… Prefiero creer que lo hará.

—¿Quiere decir que usted es el responsable de todo este desorden? —Mama Nula miró a Leo y observó a su alrededor. Parecía estar verdaderamente sorprendida—. Pensé que Claire estaba delirando… —Las otras dos mujeres terrestres que se ocupaban de los niños se acercaron durante la explicación y estaban allí, en el aire, no menos perplejas—. Galac-Tech no les da el Hábitat, ¿no es verdad? —Mama Nilla preguntó a Leo.

—No, señorita Villanova —respondió Leo con paciencia—. Lo estamos robando. Ahora, no me gustaría involucrarla en algo que usted no quisiera, de manera que si quiere acompañarme a la cápsula de salvamento…

Mama Nilla echó un vistazo al gimnasio. Unos pocos grupos de jóvenes ya estaban saliendo, con la ayuda de otros cuadrúmanos un poco mayores.

—¡Pero estos chicos no pueden hacerse cargo de todos los niños!

—Tendrán que hacerlo —dijo Leo.

—No, no… Creo que usted no tiene ni la menor idea del intenso trabajo que lleva a cabo este departamento.

—No la tiene —confirmó el doctor Minchenko, mientras se tocaba los labios con un dedo.

No hay otra alternativa —dijo Leo, entre dientes—. Ahora chicos, soltad a la señorita Villano va —se dirigió a los pequeños aferrados a ella—. Tiene que irse.

—¡No! —gritó el que la sujetaba de la rodilla izquierda—. Tiene que leernos los cuentos después del almuerzo. Lo prometió.

El que estaba herido comenzó a gritar nuevamente. Otro tiraba de su manga izquierda y suplicaba:

—¡Mama Nula! ¡Tengo que ir al baño!

Leo se pasó las manos por el cabello. Su esfuerzo por calmarse era evidente.

—Necesito vestirme y estar afuera en este preciso instante, señora. No tengo tiempo para discutir. Todas ustedes… —su mirada abarcó a las otras dos cuidadoras—. ¡Muévanse!

Los ojos de Mama Nilla brillaban con furia. Extendió el brazo izquierdo, detrás del que se escondía un niño que, con sus ojos azules, miraba a Leo, asustado.