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Leo se perdió dos veces, mientras intentaba encontrar el camino por el Hábitat hacia Almacén de Tóxicos. Y eso que él mismo había diseñado la remodelación. No le sorprendía haber pasado junto a tantos cuadrúmanos con expresión de asombro por el camino. Todo el mundo parecía estar completamente ocupado.

Almacén de Tóxicos era un módulo frío que no tenía ninguna conexión de ningún tipo con el resto del Hábitat, salvo una compuerta de tres cámaras de acero espeso, que estaba siempre cerrada. Entró y se encontró con uno de los cuadrúmanos de su grupo, de soldadura y ensamble, todavía asignado a la remodelación del Hábitat, que salía en ese mismo momento.

—¿Qué tal, Agba? —preguntó Leo.

—Muy bien. —Agba parecía cansado… Tenía el rostro y la piel bronceados marcados con líneas rojas, pruebas de un uso prolongado y de su traje de trabajo— Esas malditas abrazaderas nos han retrasado bastante, pero estamos a punto de terminar con ellas. ¿Cómo va todo?

—Muy bien, hasta el momento. He venido a preparar el explosivo. Parece mentira, pero ya llegamos a esa etapa. ¿Recuerdas dónde diablos guardamos el explosivo? —Las paredes del módulo estaban abarrotadas de provisiones.

—Estaban por ahí —señaló Agba.

—Bien… —A Leo se le contrajo el estómago repentinamente—. ¿Qué quieres decir con que estaba? Seguramente había querido decir que lo habían cambiado de lugar, Leo se dijo a sí mismo para tranquilizarse.

—Bueno, lo hemos estado utilizando bastante para hacer volar las abrazaderas.

—¿Para hacer volar las abrazaderas? Pensé que las cortabais.

—Sí, pero un día Tabbi pensó en cómo colocar una pequeña carga que las partiera en dos, sobre la línea de fundición. En la mitad de los casos, se pueden reutilizar. El resto no quedan más estropeadas que si las cortáramos. —Agba parecía estar bastante orgulloso de sí mismo.

—¡No habréis utilizado todo el explosivo para eso, me imagino!

—Bueno, gastamos bastante. En el exterior, por supuesto —agregó Agba confundido en respuesta a la expresión horrorizada de Leo. Le mostró un frasco cerrado herméticamente de medio litro para que Leo lo viera—. Éste es el último. Supongo que apenas va a alcanzar para finalizar el trabajo.

—¡Maldición! —Leo agarró la botella entre las manos y la apretó contra el estomago, como un hombre que quiere desactivar una granada—. ¡Lo necesito! ¡Tengo que llevármelo! Necesito diez veces más, dijo su mente en silencio.

—Oh —dijo Agba—. Lo siento. —Su mirada traslucía una clara inocencia—. ¿Tenemos que volver a cortar las abrazaderas?

—Sí —contestó Leo—. Anda —agregó. Sí, antes de que él mismo explotara.

Agba salió por la esclusa, con una sonrisa incierta. La puerta se cerró y Leo quedó solo por un momento para despejarse en paz.

Piensa, hombre, piensa, se dijo a sí mismo. No te desesperes. Había algo, algún factor esquivo, algún factor en el fondo de su mente, que insistía en decirle que éste no era el fin. Pero, en ese momento, no podía recordar… Desgraciadamente, un repaso mental minucioso de sus estimaciones, llevando un registro con los dedos (oh, ¡quién pudiera ser un cuadrúmano!) no hacía más que confirmar su miedo inicial.

La transformación explosiva de la masa de titanio en la forma compleja del espejo vórtice requería, además de una serie de separadores, anillos y abrazaderas, tres elementos principales: una matriz de hielo, la masa de metal y el explosivo para unirlos. Lo que se llamaba soldadura por disparo. ¿Y cuál es el miembro más importante de este taburete de tres patas? El que faltaba, por supuesto. Y él había pensado que el explosivo sería la parte más fácil…

Desesperanzado, comenzó a recorrer sistemáticamente el módulo de Almacén de Tóxicos, revisando su contenido. Tal vez alguien hubiera puesto otra botella de explosivo en alguna parte. En esta ocasión era una lástima que los cuadrúmanos fueran tan concienzudos en su control de inventario. Cada frasco contenía solamente lo que decía su etiqueta, ni más ni menos. Inclusive Agba había actualizado la etiqueta unos momentos antes. «.Contenido: Explosivo Tipo B-2, frascos de medio litro. Cantidad: Cero».

Justo en ese instante, Leo tropezó, literalmente, con un barril de gasolina. No, eran unos seis barriles de ese maldito combustible, que de alguna manera habían ido a parar aquí y que ahora estaban asegurados con firmeza contra la pared. Vaya a saber Dios dónde había ido a parar el resto de las cien toneladas. Leo pensó una y otra vez dónde podrían haber tenido un uso concebible. Con todo gusto intercambiaría las cien toneladas por cuatro aspirinas. Cien toneladas de gasolina, de las cuales…

Leo pestañeó y emitió un ¡Ah! de júbilo.

… De las cuales, un litro aproximadamente, mezclado con tetranitrometano, haría un explosivo aún más poderoso.

Tendría que fijarse para estar seguro. Tendría que fijarse en las proporciones exactas de todas maneras, pero estaba seguro de que las recordaba correctamente. Aprendizaje e inspiración, era la mejor combinación de todas. El tetranitrometano se utilizaba como fuente de oxígeno de emergencia en varios sistemas de habitáis y naves remolcadoras. Proporcionaba más oxígeno por centímetro cúbico que el oxígeno líquido, sin los problemas de temperatura y de presión del almacenamiento, en una versión altamente refinada de las primitivas velas de tetranitrometano que, cuando se las encendía, liberaban oxígeno. Ahora…

¡Oh, Dios! Ojalá nadie hubiera utilizado el tetranitro-metano para hinchar los globos de los cuadrúmanos pequeños o para cualquier otra cosa… Habían estado perdiendo aire durante la remodelación del Hábitat…

Leo se detuvo sólo para volver a poner el frasco en su lugar y para colocar un cartel en los barriles que decía, en letras grandes y coloradas: ESTA GASOLINA PERTENECE A LEO GRAF. SI ALGUIEN MÁS LA TOCA, ÉL LES PARTIRÁ TODOS LOS BRAZOS. Luego salió a toda velocidad del módulo de Almacén de Tóxicos y se alejó en busca de la terminal de ordenador más cercana que lo conectara a una biblioteca.

15

El crepúsculo se dilataba sobre el lecho seco del lago. La luminosidad del cielo se oscurecía gradualmente, pasando de un turquesa profundo a un añil enmarcado de estrellas. Silver distraía su atención constantemente de la imagen del horizonte en él monitor y se concentraba en los colores cambiantes de la atmósfera planetaria que veía por las mirillas de observación. ¡Qué variedad tan sutil podía disfrutar la gente de los planetas! Franjas de púrpura, anaranjado, limón, verde, azul, con vetas de vapor de agua que se esfumaba en el cielo occidental. No fue sin lamentarlo que Silver cambió la pantalla a infrarrojo. Los colores del ordenador le daban claridad a la visión, pero parecían crudos y exagerados después de haber visto las coloraciones reales.

Finalmente apareció la visión que su corazón estaba esperando: un Land Rover que rebotaba en un paso montañoso distante y se deslizaba por las últimas pendientes rocosas, para derrapar en el lecho del lago a una aceleración máxima. La señora Minchenko se apresuró a salir del compartimento del piloto para bajar las escaleras de la escotilla cuando el Land Rover finalmente se detuvo junto a la nave.

Silver juntó todas las manos de felicidad cuando vio a Ti aparecer en la rampa, con Tony en sus brazos, de la misma manera que Leo la había llevado a ella en la Estación de Transferencia. ¡Lo han encontrado! ¡Lo han encontrado! El doctor Minchenko venía inmediatamente detrás de ellos.