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Le ayudó a ponerse de pie, como si fuera un anciano. A él no le importó. —Gracias, gaínba —le dijo.

—No soy una reina —dijo ella con una risa.

—Lo serás —le respondió el Maestro de las Formas.

Era la marea fuerte de la luna llena, y el Delfín tenía que esperar a pasar entre los Promontorios Fortificados antes de lanzarse a toda velocidad. Tenar no desembarcó en el Puerto de Gont sino hasta después de media mañana, y luego tuvo que hacer la larga caminata cuesta arriba. Ya era casi el atardecer cuando atravesó Re Albi y cogió el sendero del acantilado que llevaba hasta la casa.

Ged estaba regando los repollos, que para entonces ya estaban bastante crecidos.

Se puso de pie y vio que ella se acercaba hacia él, con aquella mirada de halcón, el ceño fruncido. —Ah —dijo.

—Oh, querido —dijo ella. Se apresuró los últimos pasos mientras él se acercaba hacia ella.

Estaba cansada. Estaba muy contenta de poder sentarse con él con un vaso del buen vino tinto de Chispa y observar cómo el atardecer otoñal se teñía de dorado sobre todo el mar occidental.

—¿Cómo puedo hacer para contártelo todo? —preguntó ella.

—Cuéntalo de atrás para delante —respondió él.

—Está bien. Así lo haré. Querían que me quedara, pero yo dije que quería regresar a casa. Pero había una reunión del Consejo, el Consejo del Rey, ¿sabes?, para el compromiso. Habrá una gran boda y todo eso, por supuesto, pero no creo que yo tenga que ir. Porque fue entonces cuando realmente se casaron. Con el Anillo de Elfarran. Nuestro anillo.

El la miró y sonrió, la amplia y dulce sonrisa que, pensó ella, tal vez equivocadamente, tal vez con razón, nunca nadie excepto ella había visto dibujarse en su rostro.

—¿Y entonces? —preguntó él.

—Lebannen vino y se detuvo aquí, ¿ves?, a mi izquierda, y luego Seserakh vino y se detuvo aquí, a mi derecha. Delante del trono de Morred. Y yo alcé el Anillo. Como lo hice cuando lo llevamos a Havnor, ¿recuerdas?, ¿en Miralejos, a la luz del sol? Lebannen lo cogió, lo besó y me lo devolvió. Y yo lo coloqué en el brazo de ella, y el Anillo se deslizó hasta su mano, Seserakh no es una mujer pequeña. ¡Oh, tendrías que verla, Ged! ¡Qué bella es, qué leona! Lebannen ha encontrado a su media naranja. Y todos gritaban. Y hubo fiestas y ese tipo de cosas. Y entonces pude escabullirme.

—Sigue.

—¿De atrás para delante?

—De atrás para delante.

—Bueno. Antes de eso fue lo de Roke.

—Roke nunca es algo sencillo.

—No.

Bebieron el vino tinto en silencio.

—Hablame del Maestro de las Formas.

Ella sonrió. —Seserakh le llama el Guerrero. Dice que solamente un guerrero se enamoraría de un dragón.

—¿Quién lo siguió a la tierra seca… aquella noche?

—El siguió a Aliso.

—Ah —dijo Ged, con sorpresa y con cierta satisfacción.

—Al igual que otros de los Maestros. Y también Lebannen, Irían…

—Y Tehanu.

Silencio.

—Ella había salido de la casa, y cuando yo salí ya se había ido. —Un largo silencio—. Azver la vio. Al amanecer. En el otro viento.

Silencio.

—Todos se han ido. Ya no quedan dragones en Havnor ni en las islas del Poniente. Ónix dijo: tal como ese lugar de sombras y todas las sombras en él se unieron al mundo de la luz, del mismo modo ellos recuperaron su verdadero reino.

—Nosotros rompimos el mundo para hacerlo un todo —dijo Ged.

Después de un largo rato en silencio, Tenar dijo con una voz suave y fina: —El Maestro de las Formas cree que Irian acudirá al Bosquecillo si él la llama.

Ged no dijo nada, hasta que, después de un rato, exclamó: —Mira allí, Tenar.

Ella miró adonde él estaba mirando, el sombrío abismo de aire sobre el mar occidental.

—Si ella viene, vendrá por allí —dijo—. Y si no viene, está allí.

Tenar asintió con la cabeza.

—Lo sé. —Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Lebannen me cantó una canción, en el barco, cuando viajábamos de regreso a Havnor. —No podía cantar; susurró las palabras—: Oh, mi alegría, ser libre…

El miró hacia otro lado, hacia los bosques, en la montaña, las alturas que se iban oscureciendo cada vez más.

—Cuéntame —dijo ella—, cuéntame lo que has hecho tú mientras yo no estaba.

—Cuidar de la casa.

—¿Has caminado por el bosque?

—Todavía no —respondió él.