Se oyó un golpe especial a la puerta, que significaba "No escondan la plancha, soy de la casa". Muza se levantó y rengueó hasta la puerta — le dolía la rodilla por reumatismo precoz. Levantó el picaporte, y Dasha entró apurada. Era una muchacha sólida, con una boca grande y ligeramente torcida.
—Chicas — dijo riendo, sin olvidar de trancar la puerta tras de sí —. Acabo de zafarme de un admirador. ¡Adivinen quién!
—¿Tienes tantos seguidores? — preguntó Lyuda sorprendida, mientras buscaba algo en su valija.
(Ciertamente, la Universidad se recuperaba de la guerra como de un desmayo. Los hombres en los cursos de graduados eran muy pocos y no todos, parecían verdaderos).
—¡Un minuto! — gritó Olenka, entrando en el ambiente del juego y levantando una mano. Miró inquisitivamente a Dasha y dejó la plancha parada. ¿Fue "Mandíbulas"?
("Mandíbulas" era un estudiante que había fracasado en dialéctica y materialismo histórico tres veces en un turno y había sido expulsado de la escuela de graduados como un idiota sin remedio).
—El Camarero — exclamó Dasha, quitándose la gorra con orejeras de su cabello espeso y oscuro y colgándola en un gancho —. No se sacó el tapado con cuello de cordero, comprado tres años atrás en un cupón en el centro de distribución de la Universidad y se quedó parada junto a la puerta.
—Yo iba en el tranvía y él subió, rió Dasha: Me reconoció en seguida y me preguntó cuál era mi parada. Bueno, después de todo, no había dónde esconderse. Bajamos juntos: "Usted no trabaja más en ese baño, ¿no? He ido allí muchas veces y nunca estaba".
—Entonces debías haber dicho — La risa de Dasha era contagiosa y envolvió a Olenka como una llama" —. ¡Debías haber dicho... debías haber dicho... Pero no podía decir lo que quería y, riéndose, se sentó en el catre.
—¿Qué camarero? ¿Cuál baño? — preguntó Erzhika.
—Debías haber dicho — dijo súbitamente Olenka, pero nuevos accesos de risa la sacudieron. Gesticuló con las manos tratando de comunicar con sus dedos lo que no podía expresar con palabras.
Lyuda reía también, y asimismo Erzhika, que todavía no entendía nada. Hasta la cara severa y rústica de Muza se abrió en una sonrisa. Se quitó los anteojos y los limpió.
—¿Adonde va usted? — había dicho él—. "¿A quién conoce en la residencia estudiantil?" Dasha se ahogaba de risa. "Le dije, conozco a una portera allí, y ella me está tejiendo unos mitones"
—¿Mitones?
—¿Tejiendo?
—¡Pero díganme, quiero saber! ¿Cuál camarero, imploraba Erzhika.
Palmearon en la espalda a Olenka. Esta última reía con mucha facilidad, pero su risa era algo más que una expresión de vitalidad juvenil; también creía que la risa es buena, tanto para la persona que ríe como para quien la oye, y que sólo aquellos que son capaces de reír de todo corazón tienen una capacidad real para vivir.
Se calmaron. La plancha estaba lista y Olenka empezó en seguida a rociar su chaqueta con agua y hábilmente la cubrió con un lienzo blanco.
Dasha se quitó el tapado. Vestida con un sweater gris ajustado y una pollera lisa con cinturón ceñido, se podía ver cómo era de flexible y bien formada, cómo podía trabajar todo el día sin cansancio físico. Retirando la colcha de colores, se sentó cuidadosamente en el borde de la cama, que había sido hecha con religioso cuidado las almohadas ahuecadas, con fundas —de encaje y servilletas bordadas aplicadas en la pared.
Le dijo a Erzhika: Ocurrió en el último otoño, en un período templado, antes de que llegaras tú. Después de todo, ¿dónde se pueden encontrar admiradores? ¿Cómo se pueden hacer amistades? Lyuda me aconsejó caminar por el Parque Sokolniki, pero sola! Dijo que las chicas estropean todo por andar en parejas.
—Es la mejor manera —dijo Lyuda—. Estaba limpiando cuidadosamente una mancha de su zapato. No es común ver una chica sola y, naturalmente, los hombres quieren abordarla.
—Así que eso fue lo que hice, continuó Dasha, pero ahora sin alegría en su voz. Caminé y luego me senté. Miré los árboles y, en efecto, un buen mozo se sentó a mi lado. ¿Quién era? Resultó ser un camarero de bar. Tuve vergüenza de decirle que yo era una estudiante graduada. Una, "mujer intelectual" es un horror para un hombre.
—¡Vamos, no digas eso! Adonde te llevará, tal actitud —objetó en seguida Olenka, molesta.
Todo estaba aquí tan vacío en el despertar de la férrea catástrofe de la guerra. Los pozos más negros abrían sus bocas donde hombres de la edad de ellas, o cinco, diez o quince años mayores, debían haber estado caminando y sonriendo. Esta frase grosera e insensata, pensada por algún desconocido: "mujer intelectual", resultaba imposible disfrutar del último rayo de luz que les quedaba, que las comunicaba con ellos y que las guiaba hacia adelante.
—...y le dije que trabajaba de cajera en una casa de baños. Me siguió para saber en cuál y en qué desvío. A gatas pude escaparme...
Dasha había perdido toda su animación. Sus ojos oscuros parecían angustiados.
Había estudiado todo el día en la Biblioteca Lenin, después había comido una cena insípida e insatisfactoria en el comedor y volvió aburrida a su casa, hacia una noche de domingo que no prometía nada.
Hubo una época, durante las clases, en una espaciosa escuela de troncos en su pueblo, en que le gustaba ser una estudiante aplicada. También se alegraba de usar el Instituto como una razón para obtener pasaporte y registrarse en la ciudad. Pero ahora iba siendo mayor y había estudiado ininterrumpidamente durante dieciocho años. Estudiar le producía jaquecas. ¿Y por qué estudiaba, al final? La felicidad para una mujer era simple: tener un bebe; pero no había con quién tenerlo, ni para quién tenerlo.
Pensativa, en el cuarto ahora silencioso, Dasha expresó su frase favorita: "No, chicas, la vida no es una historia de amor".
Es cierto que en su Estación de Maquinaria y Tractores había un agrónomo que le escribía constantemente a Dasha pidiéndole que se casara con él. Pero ella estaba a punto de graduarse y todo el pueblo diría, "¿Para qué estudió esta chica —para casarse con un agrónomo? Cualquier muchacha de la granja hubiera sido igualmente buena para él". Pero, por otra parte, Dasha sentía que aun como candidata de ciencias no podía pisar firme en la sociedad a la cual aspiraba a pertenecer; no poseía la vivacidad, ni la despreocupación que poseía la descarada Lyuda.
Mirándola a los ojos, dijo Dasha, "Lyuda, te aconsejo que te laves los pies".
Lyuda se miró los pies. "¿Te parece?"
Pero el agua sólo podía ser entibiada en el calentador, (que estaba ahora escondido), y la plancha ocupaba el enchufe clandestino.
Dasha quería borrar su tristeza con alguna clase de trabajo. Recordó que había comprado ropa interior de una medida que no era la suya, pero había que aprovechar cuando era posible conseguirla. La sacó ahora y empezó a arreglarla.