recitaba este notable ingeniero ruso, que había dedicado su vida a los trasformadores con capacidad de miles de kilovatios.
Cómo Potapov era uno de esos ingenieros cuyas manos son tan rápidas como su inteligencia, se convirtió en seguida en un excelente cocinero: en el "Kriegsgefangelageren", solía preparar torta de naranja sólo con peladuras de patatas, y en la sharashkase especializó en postres y confituras.
Precisamente ahora se estaba afanando sobre dos mesas de noche arrimadas, entre su litera y la de Pryanchikov. El colchón de arriba cortaba la luz del techo y creaba una agradable penumbra. A causa de la forma semicircular del cuarto (con las literas colocadas a lo largo de los radios), el pasillo era angosto en el eje y se ensanchaba hacia la ventana. El macizo antepecho de la ventana, de cuatro ladrillos y medio de espesor, también era utilizado por Potapov. Latas, cajas plásticas y tazones estaban colocados por todas partes. Potapov solemnemente, ritualmente, batía leche condensada, chocolate y dos huevos (algunos de estos ingredientes provenían de Rubin, que frecuentemente recibía paquetes de su casa y siempre los compartía) convirtiéndolos en algo que no tenía nombre en el lenguaje humano. Rezongó a Nerzhin por llegar tarde y le ordenó que improvisara dos copitas, (habiendo ya juntado una tapa de termo y dos pequeños vasos de laboratorio de química, los armó Potapov mismo con el papel manteca a la manera de los envases de helados que se venden en las heladerías). Nerzhin le propuso pedir prestadas dos tazas de afeitar y enjuagarlas con agua caliente.
Un sereno ambiente de reposo dominical se había instalado en el cuarto semicircular. Algunos "zeks" conversaban, sentados o acostados en sus literas; otros leían, mientras jirones de conversación volaban de un lado a otro. Otros yacían silenciosos con las manos atrás de la cabeza, mirando el techo.
Todos los sonidos se unían en una sola distancia.
El especialista en vacío Zemélya ocupaba complacido su litera superior: descansaba en calzoncillos, frotándose el pecho velludo, con su invariable sonrisa benévola, mientras le contaba una historia a Mishka Mordvin, a dos pasillos de por medio.
—Si quieres saber la verdad, comencé con medio kopeck.
—¿Cómo fue eso?,
—Bueno, antes, en 1926, en 1928 —cuando era un niño— había un letrero sobre las ventanillas de los cajeros: "Pida su vuelto hasta el medio kopeck". Existía realmente esa moneda, una pieza de medio kopeck. Los cajeros la entregaban sin una palabra. Era en el tiempo del NEP, casi época de paz.
—¿No había guerra?
—Así es, no había guerra. ¿Puedes imaginártelo? Era antes de todas las guerras. Tiempo de paz. Durante el NEP, la gente en las instituciones del Estado trabajaba seis horas, no como ahora, y todo andaba perfectamente. La gente encontraba trabajo. Si te tenían quince minutos de más, debían pagarle tiempo extra. ¿Y qué crees que fue lo primero en desaparecer? ¡El medio kopeck! Así empezó todo. Desaparecieron las monedas de cobre y en 1930 también las de plata. No había más cambio. No te daban cambio por nada en el mundo. Desde entonces nada anduvo bien. No hay cambio chico y empezaron a contar en rublos. Los mendigos ya no piden kopecks en nombré de Cristo, sino que exigen. "Ciudadano, déme un rublo". Y cuando te pagan en una oficina pública, no te molestes en pedir los kopecks que aparecen en la lista de pagos. ¡Se reirían de ti! ¡Ellos son los tontos! Medio kopeck significa respeto por un hombre, y ni siquiera te dan sesenta kopecks de vuelto por un rublo. En otras palabras, se cagan en uno. Nadie salió a la defensa del medio kopeck y ahí tienes: perdimos media vida.
Del otro lado, otro prisionero en su litera alta, que había sido distraído de su libro, dijo al hombre de al lado: —El Gobierno zarista era desastroso. Oye, una mujer revolucionaria, Sasheñka entraba en huelga de hambre por ocho días para obligar al jefe de la prisión a que le pidiera disculpas, y el idiota se disculpaba. ¡Imagínate al director de Krasnaya Presnya disculpándose!
—Hoy le empezarían a alimentar por vía intestinal al tercer día, y le aplicarían una segunda condena por provocación. ¿Dónde leíste eso?
—En Gorky.
Dvoyetyosov, que estaba acostado cerca, se levantó. — ¿Quién está leyendo Gorky? — preguntó con voz terrible,.
—Yo.
—¿Para qué diablos?
—Bueno, acá, por ejemplo, hay algunos detalles sobre la prisión de Nizhny Novgorod: podías poner una escalera y subirte a la pared y nadie te atajaba. ¿Puedes imaginarte eso? Y los guardias, según el autor, tenían revólveres tan herrumbrados que sólo podían usarlos para clavar clavos en las paredes. Es muy útil saberlo.
Debajo de ellos, crecía una vieja discusión de presidio: ¿cuándo es mejor estar encarcelado? Por la manera fatal de plantear la pregunta, permitía suponer que nadie podía eludir la prisión. (Los prisioneros tendían a exagerar el número de otros prisioneros). Cuando, en verdad, habían sólo doce a quince millones de personas en cautiverio, los "zeks" creían que eran veinte y hasta treinta millones. Pensaban que casi no existían hombres en libertad. ¿Cuándo es mejor estar encarcelado?, sólo significaba si era preferible en la juventud o en los años declinantes. Algunos "zeks", generalmente los más jóvenes, insistían optimistas en que era mejor ser encarcelado en la juventud. Uno tiene entonces oportunidad de aprender el significado de la vida, lo que realmente cuenta y lo que es despreciable; entonces, a la edad de treinta y cinco habiendo cumplido una condena de diez años, un hombre puede construir su vida sobre fundamentos razonables. Un hombre encarcelado en edad avanzada puede sufrir por haber vivido mal, porque su vida ha sido una cadena de errores y porque esos errores ya no pueden ser corregidos. Otros —generalmente los mayores— mantenían con igual optimismo que ser encarcelado cerca de la vejez era, por el contrario, como ir a una pensión modesta o a un monasterio, después de haberle sacado todo a la vida en los mejores años (En el vocabulario de los reclusos, "todo" se reducía a la posesión de un cuerpo de mujer, buena ropa, buena comida y bebida). Sostenían que en un campo no le pueden sacar demasiado a un viejo, en tanto que podían convertir a un joven en un tullido que, después, "ni siquiera querría acercarse a una mujer".
Esa era la esencia de la discusión en el cuarto semicircular. Así es como discuten siempre los prisioneros. Algunos se reconfortaban, otros se atormentaban, pero la verdad no quedaba aclarada por la discusión ni por sus conocimientos de la vida. Los domingos por la noche siempre era agradable estar en la prisión, pero cuando se levantaban el lunes por la mañana siempre era malo.
Pero aun eso no era enteramente cierto.
Discutir sobre "cuándo era mejor ser encarcelado" no inflamaba a los participantes, sino más bien los unía en melancólica filosofía. La discusión nunca conducía a estallidos.
Tomás Hobbes dijo en alguna parte que la sangre sólo correría sobre el teorema de "la suma de los ángulos de un triángulo equivale a 180 grados", en el caso de que lesionara los intereses de alguno.
Pero Hobbes no conocía nada sobre presidiarios.
En la última litera, cerca de las puertas, había comenzado una discusión que pudo llevar a una pelea y al derramamiento de sangre, aunque no dañaba los intereses de nadie. El operario del torno se había puesto a conversar con el electricista, y llegaron al tema de Sestroretsk; de allí fueron a las estufas y la calefacción en las casas de Sestroretsk. El operario había vivido allí un invierno y recordaba claramente la clase de estufas que tenían. El electricista nunca había estado, pero su cuñado había sido un instalador de estufas de primera clase y había colocado estufas, particularmente en Sestroretsk. El electricista describía una estufa totalmente opuesta a la que recordaba el operario. Su disputa, que comenzó como una discusión cualquiera, ya había llegado a la etapa de las voces descontroladas y los insultos personales. Ya tapaba todas las otras conversaciones en el cuarto. Cada uno de los rivales sufría por la imposibilidad de demostrar que tenía razón. Buscaron en vano un tribunal de arbitraje, hasta que, súbitamente, recordaron que el portero Spiridon era entendido en estufas y pensaron que, por lo menos, diría al otro que los absurdos artefactos que él imaginaba no existían en Sestroretsk ni en ninguna otra parte. Casi corriendo salieron a buscar al portero, con el consiguiente alivio del resto del cuarto.