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Lo que le faltaba a la mayoría de ellos, eso que se torna más precioso que la vida misma, era el punto de vista propio. A Nerzhin le quedaba una sola cosa por hacer: ser él mismo.

Habiendo dominado un nuevo acceso de entusiasmo, Nerzhin —definitivamente o no—, vio en el pueblo algo nuevo, completamente distinto de lo que había conocido a través de sus lecturas: el pueblo no son todos los que hablan un mismo idioma, ni tampoco aquellos elegidos que llevan estampa en sus frentes la marca del genio. Ni por nacimiento, ni por el trabajo manual, ni siquiera por medio de la cultura, se gana el derecho a formar parte del pueblo.

Es por nuestro yo interior.

Cada uno forja su propio yo interior, año tras año.

Debe esforzarse por templarlo, recortarlo y pulirlo para llegar a ser un ser humano.

En esa forma se habrá convertido en una partícula integrante de su pueblo.

SPIRIDÓN

En cuanto llegó a la sharashka, Nerzhin individualizó a un pelirrojo llamado Spiridon. Era imposible distinguir si su cara redonda expresaba respeto o burla, a no ser que uno lo conociera muy bien. Había muchos otros carpinteros, torneros y operarios, pero el sorprendente vigor de Spiridon lo aislaba de los demás y no cabía duda de que era muy representativo de ese pueblo en el cual Nerzhin quería inspirarse.

Como fuera, éste no podía encontrar el pretexto adecuado para trabar relación con Spiridon; no tenía nada que decirle, no se encontraban durante el trabajo; vivían en lugares distintos. El pequeño núcleo de trabajadores ocupaba un cuarto aparte en la sharashkay ambos empleaban hasta sus horas de descanso en lugares distintos. De modo que, cuando Nerzhin empezó a visitar a Spiridon, tanto éste como sus compañeros llegaron a la conclusión de que se trataba de un soplón en busca de una presa para el policía.

Spiridon se consideraba uno de los menos conspicuos habitantes de la sharashkay no se explicaba por qué el oficial de seguridad estaría tratando de atraparlo, pero como las autoridades no se mostraban generalmente delicadas en la elección de la materia prima para los verdugos y torturadores, él debía tomar todas las precauciones necesarias. Cuando Nerzhin entraba al cuarto, lo saludaba falsamente complacido, lo hacía sentar a su lado en el catre y se ponía a hablar con cara de tonto de algo que estuviera bien lejos de la política: cómo a los peces que estaban por desovar se los ensartaba por las branquias con un palo para recién después meterlos dentro de una red; cómo se cazaba el oso pardo y el alce y cómo uno tiene que guardarse de un oso negro con una mancha blanca alrededor del cuello. Cómo el trébol espanta a las víboras. Cómo el trébol rojo es lo mejor para forraje. Y también le contó un cuento largo de cómo había cortejado a Marfa Ustinovna allá por los años veinte. Ella actuaba en el pequeño teatro del pueblo y debía casarse con un rico molinero. Pero de puro enamorada huyó con Spiridon y se casaron en secreto el día de San Pedro.

Durante todo el tiempo, los ojos enfermos de Spiridon, inmóviles bajo sus espesas cejas coloradas, decían: —¿Para qué has venido, soplón? Aquí no tienes nada que hacer.

El caso era que cualquier delator hubiera abandonado la impenetrable víctima hacía ya mucho tiempo. Nadie hubiera sido tan oficioso como para seguir yendo a escuchar cuentos de caza, domingo tras domingo, durante tanto tiempo. Para Nerzhin, ansioso por solucionar durante su estada en la cárcel todos los problemas que no había solucionado en libertad, Nerzhin, quien al principio iba a ver a Spiridon con una cierta timidez, nunca se cansaba de oír los cuentos de éste. Le refrescaban la imaginación, lo hacían volver a este período de los siete años únicos en la historia de Rusia, los siete años de la NEP., sin parangón en la historia de la Rusia rural, desde los días de Ryurik el Vikingo, hasta la última parcelación de las granjas colectivas. Nerzhin había vivido este período de siete años siendo todavía un niño que no entiende nada de nada y lamentaba haber nacido tan tarde.

Encantado por el tono espeso de la voz de Spiridon, Nerzhin nunca había intentado llevar la conversación al plano político. Y Spiridon empezó lentamente a tenerle más confianza. Él también se complacía en la reconstrucción del pasado. Se distendía. Las profundas arrugas de su frente disminuían. Su cara coloradota se iluminaba.

Su vista arruinada le impedía leer libros en la sharashka. Adaptándose al vocabulario de Nerzhin, introducía vocablos cultos en su conversación que muchas veces estaban fuera de lugar, como "princip", "piriodo", "analógico". En los días en que Marfa Ustinovna había actuado sobre las tablas había oído nombrar en el escenario a un tal Esenin.

—¿Esenin?, — dijo Nerzhin, que esa sí que no se la esperaba—. ¡Magnífico! Tengo un libro suyo en la sharashka. Hoy en día ya es una cosa rara.

Y trajo el librito, que tenía forrado con un papel adornado con hojas otoñales de arce pintadas sobre él. Estaba profundamente intrigado. ¿Ocurriría el milagro? ¿Entendería el semianalfabeto de Spiridon la poesía profunda de Esenin?

El milagro no ocurrió. Spiridon no recordaba una sola línea de lo que había escuchado hacía ya tanto tiempo, aunque le gustaron "Tanyusha Era Linda" y "La Siega".

Dos días después, el mayor Shikin llamó a Nerzhin y ordenó que presentara su ejemplar de Esenin para la aprobación del censor. Nerzhin no sabía quién podía haberlo delatado. Pero habiendo sufrido públicamente a manos del "policía" y habiendo perdido su librito de Esenin por causa indirecta de Spiridon, Nerzhin, finalmente, se ganó su confianza y Spiridon empezó a tutearlo. Para entonces ya se reunían para conversar bajo el arco de la escalera donde nadie los podía oír.

Desde ese momento, durante los últimos cinco o seis domingos, las narraciones de Spiridon, empezaron a brillar con esa profundidad popular que Nerzhin tenía tantos deseos de escuchar. Domingo tras domingo, pasaba revista a aquel campesino que tenía diez y siete años en la época de la Revolución, y más de cuarenta cuando empezó la guerra contra Hitler.

¡Los cambios que había presenciado! ¡Qué olas lo habían azotado! A los catorce se convirtió en el jefe de la familia. Su padre había muerto en la Primera Guerra. Y él tuvo que salir a segar con los viejos. — Aprendí a segar en medio día, — dijo—. A los dieciséis fue a trabajar en una fábrica de vidrios y ya allí asistió a los mítines bajo la bandera roja. Cuando el gobierno declaró que la tierra pertenecía a los campesinos, se apresuró a ir al pueblo y conseguir un lote. Ese año él, su madre y sus hermanas trabajaron la tierra y para octubre, el día de Pokrov "fiesta del Manto de la Virgen", recogieron un poco de trigo. Pero después de Navidad, las autoridades empezaron a requisar trigo para la ciudad: "contribuyan con algo"; "entreguen nomás". Después de Pascua, Spiridon, quien ya había cumplido los dieciocho años, fue enganchado en el Ejército Rojo. Pero él no tenía ningunas ganas de irse al ejército y abandonar el pedacito de tierra que tantos desvelos le había costado, así que huyó a los bosques y se unió a los "Verdes", cuyo slogan era: "No nos molestéis y no os molestaremos". Pero eran tantos, que pronto resultaron demasiados aun en el bosque; luego se encontraron en medio de los Blancos. Éstos les preguntaron si había Comisarios entre ellos y como no había, fusilaron al que les pareció que era el líder —que resultó serlo—; y a los soldados les ordenaron que se pusieran cocardas tricolores y les repartieron fusiles. En general, los Blancos conservaban el antiguo orden, como había sido bajo el Zar, Pelearon un tiempito del lado de los Blancos y fueron tomados prisioneros por los Rojos —se rindieron sin ofrecer resistencia—, y hubo un nuevo fusilamiento de la plana mayor y un nuevo cambio de distintivos. Esta vez les tocó en suerte un brazalete rojo. Y así, Spiridon unió su destino al de los Rojos hasta el fin de la Guerra Civil. Marcharon a Polonia y después el Ejército se convirtió en una unidad de trabajo y no se los autorizó a volver a sus casas. Después se los llevó a Petrogrado durante la primera semana del Ayuno Cuaresmal, y fueron enviados a través del hielo a tomar una especie de fortaleza y recién entonces Spiridon obtuvo licencia, para volver a su casa.