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Sintió una presión abrasadora en la cabeza. Como quemado con una marca al rojo vivo. Le quemaba y algunas veces tenía la sensación de que sus heridas eran una expiación, la prisión una expiación, sus enfermedades una expiación.

En consecuencia, su encarcelamiento era justo. Pero desde que ahora comprendía que lo que había hecho era terrible, y que nunca más volvería a hacerlo, y había expiado por ello... ¿cómo podría purificarse de eso? ¿A quién podría decirle que eso no había ocurrido jamás? De ahora en adelante, ¡consideremos que eso no sucedió! ¡Actuaremos como si jamás hubiera sucedido!

¿Qué cosas no drenará una noche de insomnio del alma miserable de un hombre que ha errado?

Esta vez el guardia corrió el vidrio. Había decidido, después de todo, abandonar su puesto. y dirigirse a la jefatura. Sucedió que todo el mundo estaba dormido y no había nadie que levantara el auricular cuando llamaba el teléfono. El sargento a quien había despertado escuchó su informe y lo reprendió por abandonar su puesto; y sabiendo que la ayudante del médico estaba durmiendo con el teniente, no, se atrevió a despertarlos.

—Es imposible —dijo el guardia a través de la ventanilla—. Yo mismo fui e informé. Dicen que es imposible. Tendrá que esperar hasta mañana.

—¡Me estoy muriendo! ¡Me estoy muriendo! — Rubin resolló con dificultad a través de la abertura—. ¡Voy a romper la ventana! ¡Llame al oficial de guardia ahora mismo! ¡Declaro una huelga de hambre!

—¿Qué huelga de hambre? ¿Es que te están alimentando? — objetó con razón el guardia—. En la mañana, a la hora del desayuno, puedes declararla. ¡Vamos, márchate! Llamaré una vez más al sargento.

Rubin tuvo que controlarse. Dominando su náusea y su dolor, trató de caminar otra vez pausadamente por el corredor. Recordó la fábula de Krylov, "La Espada de Damasco". Cuando, estaba en libertad, en alguna forma, se le había escapado el sentido de la fábula, pero en la prisión lo captó:

La espada afilada de acero de damasco

fue arrojada a un montón de chatarra

y llevada al mercado, vendida a un campesino por nada...

El campesino utilizó la espada para descortezar los árboles y cortar astillas de madera para su tea. La espada casi no era más que un filo mellado y oxidado. Y un erizo le preguntó a la espada que estaba bajo un banco de la cabaña:

Dime ¿qué clase de vida estás llevando?

¿No es vergonzoso partir astillas

y estacas?

Y la espada le respondió al erizo, lo mismo que Rubín se había respondido cientos de veces:

¡En las manos de un guerrero vencería al enemigo!

Pero aquí mi temple está desperdiciado.

Sin embargo, yo no soy el culpable,

Sino el que no sabe utilizarme.

TEMPLOS CÍVICOS

Rubin sintió las piernas débiles y se sentó a la mesa, con el codo apoyado sobre ella.

Por muy violentamente que refutara los argumentos de Sologdin, le lastimaban porque sabía que había alguna justicia en ellos. Sí, los cimientos de la virtud habían sido conmovidos; especialmente, entre la generación más joven; la gente había perdido la sensibilidad para las acciones morales hermosas.

En las antiguas sociedades sabían que para mantener la moralidad era necesario una iglesia y un sacerdote con autoridad. Aún ahora, ¿qué campesina polaca daría un paso serio en la vida sin el consejo de su sacerdote?

Quizás en el presente era más importante para la Unión Soviética mejorar la moralidad pública que construir el Canal Volga-Don o el Angarastroi.

¿Cómo podría lograrse? Ese era el tema del "Proyecto para Templos Cívicos" de Rubin, ya en borrador. Esta noche, mientras durara el insomnio, debía agregarle los toques finales. Luego, cuando se le concediera el derecho de visita, trataría de enviarlo al exterior. Podría ser escrito a máquina y remitido al Comité Central. No podría enviarlo bajo su propio nombre —el Comité Central se sentiría ofendido si tal consejo proviniera de un prisionero político— pero tampoco podía hacerse anónimamente. Dejaría que lo firmara alguno de sus amigos de la misma ideología; por el bien de una buena causa, Rubin sacrificaría con placer la gloria de haberle dado origen.

Esforzándose por olvidar las oleadas de dolor en su cabeza, Rubín llenó su pipa con tabaco "Vellocino de oro" —por simple hábito; no tenía deseos verdaderos de fumar en ese momento y, en realidad, lo encontró nauseoso. Sin embargo, fumó y comenzó a examinar el proyecto.

Sentado con su capote y ropa interior a la rustica mesa llena de migas de pan y ceniza, respirando el sofocante aire del sucio corredor a través del cual, de tanto en tanto, corrían hacia el baño zeks somnolientos, el autor anónimo estudió la desinteresada propuesta que había escrito en muchas hojas de papel.

El preámbulo planteaba la necesidad de elevar más aún la ya alta moralidad de la población; de dar un mayor significado a los feriados revolucionarios y estatales, y prestar mayor dignidad ceremonial a los actos de casamientos; de otorgar solemnemente nombre a los recién nacidos; la entrada a la mayoría de edad y funerales cívicos. (El autor haría notar suavemente que el nacimiento, matrimonio y muerte, se observan entre nosotros en forma rutinaria, de manera tal, que el ciudadano siente qué sus vínculos familiares y sociales son los más débiles).

Como una solución, la propuesta propiciaba el establecimiento de Templos Cívicos, tan majestuosamente diseñados como para que dominaran sus alrededores.

Luego, en secciones separadas, que a su vez estaban divididas en parágrafos, el plan de organización estaba cuidadosamente delineado: en qué centros de población, de qué magnitud, o sobre las bases de qué unidad territorial debían construirse los Templos Cívicos. Qué fechas particulares habían de celebrarse con la presencia de todos los habitantes de la zona. La duración aproximada de los rituales individuales: Los casamientos serían precedidos por esponsales y el anuncio del casamiento con dos semanas de anticipación. Aquellos que entraran a la mayoría de edad serían presentados en grupos y, en presencia de toda la comunidad reunida en el Templo, prestarían un juramento especial de cumplir con sus obligaciones para con el país y sus padres y también pronunciarían un juramento de naturaleza ética general.

La propuesta destacaba que el aspecto ritual de todas estas observaciones no era para ser tomado a la ligera. Las vestiduras de los que servían al Templo debían apartarse de lo común, distinguirse por sus adornos y destacando la pureza blanca como la nieve de aquellos que las vestían.— Los rituales debían desarrollarse rítmica y emocionalmente. No debía descuidarse ninguna oportunidad de llegar a todos los sentidos físicos del auditorio; un perfume especial en el aire del templo, cánticos de música melodiosa, el uso de vidrios de color, candilejas y pinturas murales, todo debía perseguir el desarrollo del gusto estético del pueblo. En verdad, todo el conjunto arquitectónico del Templo debía respirar majestad y eternidad.