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A pesar de ello, no pudieron destruir al oficial de seguridad. En esta ocasión, el mayor general Oskolupov reprendió a Shikin, no por sus relaciones con la empleada del archivo —desde que eso era cuestión de los principios morales de ella—, y tampoco por el hecho de que sus relaciones con ella tuvieran lugar durante las horas de trabajo —desde el momento que Shikin no tenía un horario fijo—, sino sólo porque los prisioneros los habían descubierto.

El lunes 26 de diciembre, habiéndose permitido tomar un día libre el domingo, el mayor Shikin llegó a trabajar poco después de las nueve de la mañana, aun cuando, si no hubiera llegado hasta la hora del almuerzo, no había nadie que pudiera censurárselo.

En el tercer piso, frente a la oficina de Yakonov, había un corredor corto y cerrado que jamás estaba iluminado por una lamparilla eléctrica; en ese corredor habían dos puertas: una que daba a la oficina de Shikin y la otra a la sala del Comité del Partido. Las dos puertas estaban recubiertas de cuero negro y no tenían inscripción o señal alguna. La proximidad de las dos puertas en el corredor oscuro le convenía a Shikin. Era imposible ver desde el vestíbulo exactamente en qué oficina entraba la gente.

Hoy, en camino a su oficina, Shikin encontró a Stepanov, el secretario del Comité del Partido, un hombre delgado, enfermizo, que usaba brillantes anteojos ahumados. Se estrecharon la mano. Stepanov propuso con tranquilidad.

—Camarada Shikin —jamás llamaba a nadie por su nombre patronímico—, entre y jugaremos un poco al billar.

Sé refería, a la mesa de billar del Comité del Partido. Shikin solía hacerlo a veces, pero hoy tenía muchos asuntos importantes qué atender, y meneó su plateada cabeza con dignidad.

Stepanov suspiró y se dirigió a jugar solo.

Entrando en su oficina, Shikin puso su portafolio con cuidado sobre el escritorio.

(Todos los papeles de Shikin eran secretos y super secretos, se guardaban en la caja fuerte y nunca se llevaban a ninguna parte, pero si Shikin saliera sin su portafolio, no causaría impresión. Por eso llevaba a su casa en el portafolio a Ogonyek, Krokodil, Vokrug y Sveta, cuando sólo le hubiera costado pocos kopeks suscribirse a ellos).

Atravesó el piso alfombrado hacia la ventana, se detuvo allí, y volvió a la puerta. Los asuntos importantes parecían haber estado acechando en la oficina, esperándolo... detrás de la caja fuerte, detrás de un armario, debajo de la cama. Ahora, de pronto, se amontonaban a su alrededor reclamando su atención.

Tenía cosas que hacer.

Frotó sus manos sobre el cabello canoso y corto.

En primer lugar, tenía que verificar un importante proyecto que había elaborado durante muchos meses y que recientemente había sido autorizado por Yakonov, adoptado por la administración, explicado a los laboratorios, pero que todavía no había sido puesto en ejecución. Era un nuevo sistema de usar libros diarios secretos. Analizando con cuidado la situación de seguridad del Instituto Mavrino, el mayor Shikin había descubierto —y se sentía orgulloso de haberlo hecho— que todavía no existía verdadera seguridad. Era cierto que las cajas fuertes de acero a prueba de incendio, de la altura de un hombre, estaban en cada habitación, cincuenta de las cuales habían sido secuestradas a una firma alemana, en alguna incautación. También era cierto que todos los papeles que eran secretos, semisecretos, o que estaban vinculados a cualquiera que fuera secreto, se guardaban en estas cajas fuertes en presencia de oficiales especiales de guardia durante el intervalo del almuerzo o de la comida y durante la noche. Pero el trágico descuido consistía en que sólo se guardaban allí los proyectos terminados y los trabajos en proceso. El primer esbozo de una idea, los primeros conceptos, las hipótesis vagas —en realidad, todo lo que sugería proyectos para el siguiente año, en otras palabras, el material más promisorio— no se guardaba en las cajas fuertes de acero. Un espía hábil que supiera algo de tecnología, podría abrirse paso por entre las alambradas de púa, encontrar un pedazo de secante con un dibujo o un diagrama en algún canasto de papeles, y luego volverse por el mismo camino por donde había venido... y en seguida el servicio de inteligencia norteamericano comprendería lo que perseguía el instituto.

Siendo un oficial consciente, el mayor Shikin había hecho que Spiridon sacara en su presencia todo el contenido de los cajones de basura del patio. Cuando hizo esto, encontró dos pedazos de papel, pegados con nieve y cenizas, en los que era evidente que se habían dibujado diagramas. Shikin no sintió repugnancia al recoger esas inmundicias, sosteniéndolas cuidadosamente por las esquinas, y las puso en el escritorio de Yakonov. Y Yakonov no pudo decir nada. Así, el proyecto de Shikin para identificar individualmente los diarios secretos, fue adoptado. Se adquirieron en seguida diarios adecuados, del depósito de librería del MGB. Contenían doscientas hojas grandes cada uno, estaban numerados y encuadernados, y podían ser sellados. El plan era distribuir los diarios a todos, excepto a los torneros y al portero. Anotar cualquier cosa en cualquier parte que no fuera en las páginas del diario de cada uno, estaba estrictamente prohibido. Además de evitar que los bocetos cayeran en manos enemigas, este plan tenía la intención adicional de proporcionar un medio para controlar el pensamiento de los prisioneros. Desde que había que anotar la fecha en el libro diario todos los días, el Mayor Shikin podría verificar cuánto había pensado el miércoles cada zek, y si había inventado algo nuevo o no el viernes. Doscientos cincuenta de esos libros diarios, significarían doscientos cincuenta Shikins, pendiendo sobre la cabeza de cada uno de los prisioneros. Los prisioneros eran siempre taimados y perezosos. Trataban de evitar el trabajar siempre que les fuera posible. Era rutina verificar el cumplimiento de un trabajo ordinario. Ahora tendrían los medios para controlar a un ingeniero, a un científico... Eso era lo que significaba el invento del Mayor Shikin.

(Y era una lástima que a los oficiales de seguridad y de contraespionaje no les dieran Premios Stalin).

Hoy tendría que constatar si ya se habían entregado los libros diarios a los zeks que debían tenerlos y también si habían comenzado a utilizarlos.

Otra tarea de Shikin ese día era completar la lista de prisioneros para el programa de trasporte a llevarse pronto a cabo, y saber precisamente para cuándo se había prometido efectuarlo.

Además, Shikin estaba absorbido por el asunto que había empezado con tanto aparato, pero que no se había llevado adelante; el "Caso del Torno Roto".

Mientras diez prisioneros trasladaban un torno desde el Laboratorio Número Tres hasta el taller de reparaciones, el torno había sufrido una rajadura en su base. Después de una semana de investigaciones, se había escrito un informe de ochenta páginas, pero la verdad no había salido a luz: ninguno de los prisioneros involucrados era un neófito ingenuo.

También tenía que descubrir cómo había aparecido y de dónde un libro de Dickens. Doronin había informado que era leído en la sala semicircular, especialmente por Adamson. Llamar a un reincidente como Adamson para interrogarlo hubiera sido una pérdida de tiempo. Eso significaba que tenía que citar a los empleados libres que trabajaban cerca de Adamson y atemorizarlos, anunciándoles que todo había sido descubierto.