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Mientras tanto esta privilegiada institución estaba creciendo y expandiéndose. El instituto Mavrino tomó bajo su ala otro instituto de investigación más, con personal suficiente que había sido contratado en trabajo similar. Este instituto vino completo, con escritorios, mesas, gabinetes, y archivos de documentos; el tipo de material que se vuelve obsoleto no en años sino en meses, y su jefe, mayor de Ingenieros Roitman, se trasformó en el remplazante de Yakonov. Desgraciadamente, el creador, inspirador, y protector del reciente instituto, coronel Yakov Ivanovich Mamurin, el jefe de Comunicaciones Especiales y uno de los más importantes oficiales del gobierno, había desaparecido anteriormente bajo trágicas circunstancias.

Ocurrió, que el Líder de toda Humanidad Progresista habló una vez con la provincia Yañ-mañ y se mostró insatisfecho con los chillidos e interrupciones del teléfono. Lo llamó a Beria y dijo en georgiano: ¡Lavrenty! ¿Qué clase de idiota tienes como jefe de comunicaciones? ¡Despréndete de él!

Así se desembarazaron de Mamurin: es decir, lo encarcelaran en Lubyanka. Se desembarazaron de su persona, pero no sabían qué hacer con él. No hubo ninguna de las habituales directivas subsiguientes; ninguna instrucción sobre si lo sentenciaban, y, si así lo hacían, por qué causa y qué plazo de prisión darle. Si no hubiera sido uno de los de ellos, le hubieran dado como ellos dicen —25 años adicionales de privación de los derechos civiles— y lo hubieran mandado a Norilsk. Pero, atentos al refrán "Hoy por ti, mañana por mí", sus colegas anteriores lo detuvieron el caso Mamurin, y cuando se convencieron que Stalin lo había olvidado, lo mandaron sin interrogarlo y sin sentencia a la casa de campo suburbana en Mavrino.

Entonces, en una tarde de verano en 1948, trajeron a un nuevo zek a la sharashka. Todo en este advenimiento resultaba insólito: el hecho de que había sido traído en un coche de pasajeros y no en el coche policial "Voronok", que estaba acompañado por el mismo jefe de la Sección de la Prisión, y finalmente, que le fue servida su primera comida, cubierta por una servilleta de hilo, en la oficina del jefe de la prisión especial.

Oyeron (supuestamente los zeks no deben oír nada, pero siempre oyen todo) cómo el prisionero recién llegado había dicho que "no le gustaba la salchicha"(?) y cómo el jefe de la sección Prisión lo incitaba amablemente a comer. Un zek yendo camino al doctor para su medicación oyó eso por encima de un tabique. Discutiendo noticias tan interesantes, la población indígena de la sharaskallegó a la conclusión que el recién llegado era a pesar de todo un zek, y se durmió satisfecho.

Los historiadores de la sharashkanunca comprobaron dónde durmió el recién llegado aquella primera noche. Temprano, a la mañana siguiente, en la ancha pista de mármol donde más tarde no dejaban entrar a los prisioneros, un rudo zek, un desmañado tornero, se topó con él cara a cara.

Y bien, hermano, — dijo dándole un golpe en el pecho—, ¿de dónde eres? ¿Cómo caíste? Siéntate, vamos a fumar.

Pero el recién llegado se apartó del tornero horrorizado y desdeñoso. El tornero miró ferozmente sus ojos blanquecinos, su fino y ralo cabello, y dijo furioso: ¡Eh! tú, reptil del frasco de vidrio, estate más seguro que el diablo que vas a hablarnos después que te encierren con nosotros una noche.

Pero el reptil del frasco de vidrio no fue encerrado en la prisión general. Saliendo del corredor del laboratorio en el tercer piso le encontraron un cuartito que previamente había sido usado como cuarto para revelaciones fotográficas, e introdujeron un catre, una mesa, un ropero, una maceta con flores y un plato térmico eléctrico. Arrancaron el cartón que cubría la ventana clausurada, que miraba no a la luz de Dios sino hacia un descanso de la escalera trasera. Las escaleras daban al norte, así que aun durante el día la luz alcanzaba escasamente la celda del prisionero privilegiado. Por supuesto, los barrotes podían haber sido sacados de la ventana, pero la administración de la prisión, después de algún titubeo decidió por fin dejar los barrotecitos. Aún aquellos que tenían autoridad no comprendían este asunto confuso y no podían ubicarse en una correcta línea de acción.

Fue entonces que al nuevo prisionero se lo bautizó "El hombre de la máscara de hierro". Por mucho tiempo nadie supo su nombre, nadie podía hablar con él. A través de la ventana los zeks podían verlo sentado en su celda solitaria con su cabeza gacha, o vagando como una pálida sombra entre los tilos en horas en que otros zeks no podían salir afuera. Máscara de Hierro era amarillento y flaco como un zek generalmente se vuelve después de dos buenos años de investigación. Sin embargo, su rechazo irracional por la salchicha descartó esta suposición.

Mucho después, cuando Máscara de Hierro empezó a trabajar en la TAREA SIETE, los zeks se enteraron por los empleados libres que él era el mismo coronel Mamurin quien, como jefe de Comunicaciones Especiales, había prohibido a todos apoyar los talones Cuando pasaban por su oficina, tenían que caminar en puntas de pies. De lo contrario salía como un rayo enfurecido por la antecámara de su secretario y gritaba. ¿De quién cree que es la oficina por la que pasa taconeando, grosero? ¿Cómo se llama?

Más tarde aún se vio claramente que el sufrimiento de Mamurin en la sharashkaera en el plano moral. El mundo de los libres lo rechazaba y no quería tener nada que ver con el mundo de los zeks. Al principio en su soledad leía libros todo el tiempo, "obras inmortales" como "La lucha por la Paz" de Panferov y "El Caballero de la Estrella de Oro" de Babayevsky, Sobolev, Nikulin y los versos de Pokofiev y Gribachev. Dentro suyo aconteció una milagrosa trasformación: empezó a escribir poesías él mismo. Es muy conocido que la infelicidad y el tormento del alma originan poetas, y los tormentos de Mamurin eran más agudos que los de cualquier otro prisionero. Preso por dos años, sin investigación ni juicio, vivió como había vivido previamente, sólo de acuerdo con las últimas directivas del Partido y, como antes, endiosaba al Maestro Sabio. Mamurin le confesó a Rubin que no era que la comida de la prisión fuera tan fea (se le preparaba una especial), ni era el dolor de estar separado de su familia (una vez al mes lo llevaban secretamente a su propio departamento, donde pasaba la noche); no eran tanto sus primitivas necesidades animales, pero era amargo el haber perdido la confianza de Josif Vissarionovich, era doloroso verse destituido del grado de coronel, degradado y humillado. Era por eso que a la gente como Rubin y como él les resultaba desmesuradamente más difícil soportar la reclusión que a los deprejuiciados bastardos que los rodeaban.

Rubín era comunista. Pero después de oír las confesiones de su colega presuntamente ortodoxo y de igual mentalidad, y luego de leer sus poesías, Rubin comenzó a eludir a Mamurin, hasta a esconderse de él, y pasaba su tiempo con los hombres que lo atacaban injustamente pero que compartían su suerte.

En cuanto a Mamurin, se dejaba llevar por un deseo, tan insistente como un dolor de muelas, de justificarse por medio del trabajo. Desgraciadamente, todo su conocimiento sobre comunicaciones, aunque había sido un alto oficial en ese terreno, empezaba y terminaba con sostener un teléfono. Por lo tanto él, personalmente, era incapaz de trabajar; sólo podía dirigir. Pero si le fuera confiada la dirección de este asunto de Mavrino, condenado al fracaso, nunca le devolvería el afecto de El Mejor Amigo de los Obreros de Comunicaciones. Tenía que administrar un proyecto con alguna perspectiva.