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Al fin y al cabo, después de todo, ¿cómo fue que empezó todo entre ellos? La primera vez fue ella quien rozó su mejilla con la de él, no él a ella. Podría haber sido una trampa.

—Es algo histórico —dijo— histórico en un sentido general desde los tiempos de Pedro. Pero tiene un gran significado para mí. Sí, seguiré escribiendo hasta que Yakonov me eche. Pero ¿dónde lo dejaré cuando me vaya?

Sospechosamente sus ojos buscaron las profundidades de los de ella.

Simochka sonrió serenamente.

—¿Por qué tienes que preguntar? Dámelo a mí. Yo lo guardaré. Sigue escribiendo, mi amor. — Y luego, escudriñando dentro de él lo que ella quería saber, dijo:— Cuéntame, ¿es muy linda tu esposa?

El teléfono que conectaba la casilla con el laboratorio sonó. Simochka lo levantó sin acercarlo a su boca y apretó el botón para hablar para que lo pudieran oír en el otro extremo de la línea. Sentada allí, ruborizada, sus ropas desaliñadas, empezó a leer la lista de pronunciación en voz apagada y medida: "Dop, fskop, shtap. ¿Sí? Valentine Martynich, un doble diodo-triodo. No tenemos un 6G7, pero creo que tenemos un 6G2. Terminaré ahora mismo con la lista de palabras y salgo. Droot, moot, shoot.” Soltó el botón para hablar y restregó suavemente su cabeza contra la de Gleb. — Tengo que irme. Se está haciendo tarde. ¡Bueno! déjame ir. Por favor...

Pero no había determinación en su voz.

El la abrazó, estrechando aun más fuerte todo su cuerpo contra el suyo.

—¡No te vas a ningún lado! Yo quiero... yo...

—¡No! Me están esperando. Tengo que cerrar el laboratorio.

—¡Ahora mismo! ¡Aquí! — exigió. Y la besó.

—Hoy no.

—¿Cuándo?

Lo miró sumisa. — El lunes. Seré oficial de servicio otra vez. En lugar de Lyra. Venga aquí durante el intervalo de la comida. Estaremos solos durante toda la hora. Siempre que ese loco de Valentulya no venga aquí a trabajar.

Mientras Gleb destrababa y abría las puertas, Simochka logró abotonarse y peinar sus cabellos, y salió delante de él arrogante y fría.

LA LUZ AZUL

—Voy a arrojar mi zapato a esa lámpara de luz azul, uno de estos días. ¡Me pone nervioso!

—Le vas a errar.

—¿A cinco metros? ¿Cómo voy a errar? Te apuesto la compota de mañana que le puedo acertar!

—Te sacas los zapatos en la litera más baja. Debes agregarle un metro.

—¿Entonces, a seis metros. ¡Esos monstruos! ¿Qué no se les ocurrirá ahora con tal de hacer a un zek desdichado? Me oprime los ojos toda la noche.

—¿La luz azul?

—Sí, la luz azul. La luz ejerce presión, Levedev descubrió eso. Aristip Ivanich, ¿está dormido? Hágame un favor, alcánceme uno de mis zapatos.

—Puedo darle uno de sus zapatos, Yyacheslav Petrovich, pero primero dígame ¿qué es lo que le incomoda de la luz azul?

—Para empezar tiene una longitud de onda corta y por lo tanto más energía, y la energía me hiere los ojos.

—Da una luz suave, y personalmente me recuerda la lámpara azul de icono que usaba mi madre para prender de noche cuando yo era chico.

—¡Mamá! En charreteras azul cielo! Ahí está —yo pregunto:— ¿cómo puede uno otorgar la verdadera democracia al pueblo? He notado que en cualquier celda, la más insignificante controversia —sobré lavar tazones o barrer el piso— suscita todos los posibles matices de opiniones en conflicto. La libertad será el fin de la humanidad. Desgraciadamente, sólo el garrote puede mostrarles la verdad.

—Sí, — pero no sería mala idea poner un icono de luz aquí. Si esto era antiguamente el altar.

—Un altar no, la cúpula que estaba encima del altar. Agregaron un piso entre medio.

—Dimitri Aleksandrovich, ¿qué está haciendo? Abriendo una ventana en diciembre. ¡Basta de eso!

—Caballeros, es el oxígeno lo que hace inmortal a un zek. Hay veinticuatro hombres en el cuarto, y no hay escarcha ni viento afuera. Estoy abriéndola sólo un tomo de Ehrenburg.

—Abra uno y medio ¡Está sofocante aquí arriba!

—¿Un Ehrenburg a lo ancho o un Ehrenburg a lo largo?

—Un Ehrenburg a lo largo, por supuesto. Calza en el marco perfectamente.

—¡Un tipo se puede volver loco aquí! ¿Dónde está mi capote de Campamento?

—Yo mandaría a todos estos adictos al oxígeno a Oy-Miakon. Para trabajos generales. A sesenta grados bajo cero, doce horas por día, se arrastrarían hasta dentro del establo de las cabras con tal de repararse del frío.

—Por principio, no estoy en contra del oxígeno, pero, ¿por qué siempre tiene que ser oxígeno frío en vez de oxígeno cálido?

—¿Qué diablos pasa aquí? Por qué está oscuro el cuarto? ¿Por qué han apagado la luz blanca tan temprano?

—Valentulya, usted está actuando como un inocente. Usted estaría aún rondando hasta la una. ¿Qué luz necesita a medianoche?

—Y usted un petimetre.

En el mamelucos azul

está el petimetre arriba de mí

Tengo una lámina de modas enfrente mío

en la zona del campamento

¡Qué bien!

—¿Tienen el lugar todo lleno de humo otra vez? ¿Por qué fuman todos ustedes? ¡Puf, qué porquería...! y la tetera está fría.

—¿Dónde está Lev?

—¿Cómo no está en su cama?

—Hay allí un par de decenas de libros, pero Lev no está.

—Sin duda estará cerca del baño.

—¿Por qué? Al lado.

Allí han atornillado una lámpara blanca, y la cocina calienta la pared. Probablemente está leyendo. Me voy a lavar. ¿Qué le digo?

—Si, i... me tiende un lecho en el suelo para mí y ella se acuesta en la cama. ¡Qué mujer jugosa, jugosa!

—Amigos, por favor. Hablen de alguna otra cosa, no de mujeres. Con nuestra dieta de carne ese es un tema socialmente peligroso.