El rosado poniente brillaba ahora en el rostro sonrosado de Alejandro Nevsky, como si las radiaciones de las maravillosas dificultades convergieran con el sol.
—El más importante campo de la investigación es: la mayor resistencia externa en presencia de la más pequeña resistencia interna. Los fracasos deben ser considerados como una necesidad para una posterior aplicación de esfuerzo y concentración del poder de la voluntad. Y si un esfuerzo sustancia ya ha sido realizado, los fracasos son más regocijantes. Esto quiere decir que nuestra palanca ha golpeado en la caja de acero que guarda el tesoro. Sobrepasar las dificultades es lo más valioso, porque en el fracaso el terreno de la persona que realiza la tarea gana lugar en proporción con la dificultad que combate.
—¡Muy bueno! ¡Fuerte! — respondía Nerzhin desde la pila de leños.
Las sombras dibujadas por la luz, se habían movido entre los arbustos y eran apagadas ahora por grandes nubes grises.-
Como levantando sus ojos de una página que hubiera estado leyendo en voz alta, Sologdin miró abstraídamente desde abajo a Nerzhin.
—Ahora escucha: La regla, de la pulgada final. ¡La región de la pulgada final! En el lenguaje de la Máxima Claridad esto es lo inmediatamente claro. El trabajo ha sido casi completo, la meta casi lograda, todo parece completamente correcto y las dificultades superadas. Pero la calidad de la cosa no es del todo correcta. Se necesitan toques finales, tal vez más búsqueda. En aquel momento de fatiga y de autosatisfacción es especialmente tentador dejar el trabajo sin haber logrado la cúspide de la calidad. El trabajo en el área de la pulgada final es muy, muy complejo y también particularmente valioso, porque se ejecuta por los medios más perfectos. De hecho, la regla de la Pulgada Final consiste en esto: no eludir el trabajo crucial. No renunciar y posponerlo, porque los pensamientos de la persona que lo realiza se alejarían de la región de la Pulgada Final. Y no hay que preocuparse por el tiempo gastado en ello, sabiendo que los propósitos de uno reposan, no en el hecho de completar las cosas más ligero, sino en el logro de la perfección.
—¡Muy bien! — susurró Nerzhin.
En una voz completamente diferente, groseramente burlona, Sologdin dijo: —¿Bien, dónde ha estado usted teniente primero? Yo —no lo reconozco. ¿Por qué ha traído tan tarde el hacha? No hay tiempo para hachar la leña.
El teniente primero Nadelashin con su cara de luna había sido sargento hasta hacía poco tiempo. Cuando se lo hizo oficial, los zeks de la sharashka, que tenían cálidos sentimientos hacia él, lo rebautizaron "tenientecíto".
Apresurándose, con menudos pasos y resoplando cómicamente, trasportó el hacha con una sonrisa culpable, y replicó vivamente: —¡Le imploro Sologdin, corte un poco de leña! No hay nada con qué cocinar.
Usted no se da cuenta de cuánto trabajo debo hacer, sin incluirle a usted.
—¿Qué?-rió Nerzhin. ¿Trabajo?Teniente primero, ¿Es que usted trabaja?
El oficial de turno volvió su cara de luna hacia Nerzhin. Una arruga se marcaba en su frente mientras recitaba de memoria: —El trabajo vence la resistencia. Cuando camino ligero, venzo la resistencia del aire, y por lo tanto estoy trabajando. Deseaba permanecer imperturbable, pero una sonrisa le iluminaba la cara cuando Sologdin y Nerzhin estallaron con una amigable carcajada en el aire helado. — Bueno, pues, hachemos algo de leña.
Desviándose regresó con su andar menudo afuera del edificio de la prisión especial, donde en ese momento, el elegante, vigoroso tipo de cabeza del teniente coronel Klimentiev, apareció con él, luciendo su levita de oficial.
—Gleb, — dijo Sologdin, con sorpresa—. ¿Me engañan mis ojos? ¿Es Klimentiadis? ¿Por qué Klimentiadis en día domingo?
Aquel año los diarios escribían mucho acerca de los prisioneros políticos en Grecia, quienes enviaban telegramas desde sus celdas a todos los parlamentos y a las Naciones Unidas acerca de sus sufrimientos. En la sharashka, donde los prisioneros no podían siquiera enviar una postal a sus mujeres, para no mencionar parlamentos extranjeros, había una manía en rehacer los apellidos de las autoridades de la prisión en forma griega: Myshinopulo, Klimentiadis, Shikinidi, etc.
—¿No lo sabías realmente? Seis hombres han obtenido privilegio de visitas.
Recordando el hecho, el espíritu de Nerzhin, que había estado brillante toda la mañana, de nuevo se inundó de amargura. Casi un año había pasado desde que por última vez le permitieron a su mujer visitar la prisión, y hacía ocho meses que había solicitado un nuevo permiso. Habían varias razones para esto, pero una en particular; para proteger el nivel de estudio de su mujer en la universidad, no usaba la dirección de su dormitorio de estudiante sino que dirigía sus cartas a "poste restante". Y las autoridades no deseaban enviar cartas a "poste restante".
Nerzhin, a causa de su intensa vida interior, estaba libre de envidia; ni los salarios ni las comidas extra de los otros más meritorios zeks lo perturbaban. Pero su sensación de que alguien fuera bien tratado en materia de privilegios de visitas, el hecho de que a una persona se le permitieran visitas de afuera cada dos meses, cuando su esbelta y vulnerable mujer suspiraba peregrinando en vano en torno de las paredes de la fortaleza, enterarse de esto, lo atormentaba.
Además ese día era su cumpleaños.
—¿Salen? — preguntó Sologdin con la misma amarga envidia. A los soplones los llevan cada mes. Pero yo no veré nunca a mi Ninochka...
Sologdin nunca usaba la expresión "hasta el final de mi término" porque tenía más que conciencia del hecho de que aquel término no podía no tener fin. Vio a Klimentiev, que había estado parado con Nadelashin, entrar en el edificio central.
De pronto habló rápidamente: —¡Mira Gleb! tu mujer conoce a la mía. Si ellos te permiten su visita, pide a Nadya que trate de encontrar a Ninochka y que le diga tres cosas, nada más de mi parte. Miró hacia arriba al cielo. — "¡Él la ama a ella!" "¡Él cree en ella!" "¡Él espera!"
—¿De que estás hablando?; me han rehusado —dijo Nerzhin molesto, ensayando la manera de cortar un pedazo de leña.
—¡Pero, mira!
Nerzhin se dio vuelta. El "tenientecito" caminaba hacia ellos, y cuando estaba todavía a alguna distancia, lo llamó con el dedo. Dejando caer el hacha y golpeando sobre la sierra, que retumbó sobre la tierra, Gleb corrió tomo un chiquillo.
Sologdin miró al teniente primero conducir a Nerzhin dentro del edificio principal; entonces colocó la pieza de madera parada sobre un extremo y la golpeó tan violentamente que no solamente la rompió en dos sino que hundió el hacha en la tierra.