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—¡Sí sé! ¡sé! — dijo la mujer asintiendo con gratitud.

Y ahora esos ojos antes secos se llenaron súbitamente de lágrimas.

Esquivando esas lágrimas, aquella gratitud y toda aquella insensatez, Klimentiev salió a la plataforma para cambiarse a otro tren.

Estaba sorprendido de lo que había dicho que haría y se sentía fastidiado consigo mismo.

El teniente coronel dejó a Nerzhin esperando en el corredor de la oficina principal del cuartel a causa de que Nerzhin era un prisionero insolente, que siempre trataba de buscar la manera de salirse de lo que era la ley.

El cálculo del teniente coronel era correcto: Nerzhin, después de estar parado un largo rato en el corredor, no solamente había abandonado toda esperanza de que se le concediese una visita, sino que, acostumbrado como estaba a toda clase de infortunios, esperaba que algo malo le ocurriese.

Por eso fue el más sorprendido al saber que dentro de una hora saldría para una visita. De acuerdo con el alto código de ética de los prisioneros, implantado por cada uno de ellos con el otro, se podía no demostrar alegría ni siquiera satisfacción, sino preguntar con indiferencia a qué hora exactamente se debía estar listo, para salir. Pero el cambio fue tan brusco y la felicidad tan intensa que Nerzhin no pudo contenerse, y, radiante de placer, agradeció al teniente coronel con calor.

El teniente coronel no movió un músculo de su cara.

Inmediatamente salió a impartir las órdenes detalladas a los guardias que estaban designados para la visita.

Las indicaciones incluían una serie de pormenores: recordarles la importancia y el absoluto secreto del "objetivo"; una explicación sobre la incorregibilidad de los criminales del estado que saldrían de visita hoy; su único y obcecado deseo de usar esta entrevista para trasmitir secretos de estado en su posesión a través de sus mujeres a los U.S.A. (los guardias no tenían siquiera una idea aproximada de quiénes estaban trabajando entre las paredes de los laboratorios, y era fácil llenarlos de terror sobre que un pedazo de papel, trasmitido desde Mavrino, pudiese destruir todo el país). Después seguía la lista de los posibles lugares secretos donde podían esconderse cosas: en ropas, zapatos y métodos conocidos de ellos. (Las ropas, incidentalmente, eran puestas en circulación una hora antes de las visitas, ropas especiales solamente para ser mostradas). Un período de preguntas y respuestas comprobaban si las instrucciones habían ido bien comprendidas.

Entonces, como último ítem, se daban varios ejemplos del desarrollo que las conversaciones podían tener, cómo se las debía escuchar y cortar si eran sobre algo que no fuese personal y familiar. El teniente coronel Klimentiev conocía los reglamentos y amaba el orden.

UN PERPLEJO ROBOT

En su apuro por ganar el dormitorio de la prisión, Nerzhin casi aplasta al teniente primero Nadelashin en el oscuro corredor. La ordinaria toallita tejida estaba todavía colgando de su cuello bajo su saco acolchado.

Por la asombrosa capacidad humana, todo había cambiado instantáneamente dentro de Nerzhin. Hacía cinco minutos mientras parado en el corredor esperaba, sus treinta años de vida le habían parecido una insignificante y dolorosa cadena de fracasos en la que no había tenido la fuerza de desenvolverse solo. El peor de estos fracasos le parecía ser su partida para la guerra, en seguida de su matrimonio, después su arresto, y la larga separación de su esposa. Claramente veía como una fatalidad, predestinado a ser pisoteado, el amor entre ellos.

Pero vino el anuncio de la visita a mediodía de hoy y sus treinta años de vida aparecieron bajo la luz de un nuevo soclass="underline" tensa como la cuerda de un arco; una vida lleva de significado en las cosas grandes y las pequeñas: una vida a grandes saltos de un éxito a otro, donde los pasos inesperados que lo conducían a su meta eran la partida hacia la guerra y su arresto, y la larga separación de su esposa. Visto desde afuera parecía una gran desdicha pero Nerzhin estaba feliz secretamente de su infelicidad. La bebía como agua de primavera. Aquí había aprendido a conocer la gente y los hechos como no hubiera podido en ninguna otra parte sobre la tierra. Y ciertamente no, en la callada, bien alimentada vida doméstica. Desde su juventud, Gleb Nerzhin había temido más que nada el estancamiento en la vida diaria. Cómo el proverbio decía: No es el mar el que te ahoga, es el charco.

¡Estaría con su mujer de nuevo! La unión de sus almas era permanente ¿Una visita? ¿Y en su cumpleaños? Y especialmente después de su conversación con Yakonov ayer. Nunca tendría otra visita, así que hoy era más importante que nunca. ¡Sus pensamientos volaban como flechas de fuego: no debía olvidarse de mencionar esto; debía recordar de hablar de aquello, acerca de esto, y acerca de aquello, también!

Corría dentro de la habitación semicircular donde los prisioneros estaban dándose prisa ruidosamente, algunos de regreso del desayuno, algunos camino a lavarse; Valentulya Pryanchikov sentado en ropa interior, después de quitar la frazada sobre su cama, con los brazos extendidos mientras relataba sonriente su conversación de la noche con el jefe nocturno, describiendo cómo más tarde se aclaró que era el ministro. Nerzhin detestaba escuchar a Valentulya. Pero era un delicioso momento de su vida, cuando uno estalla con cantos, cuando cien años parecen demasiado cortos para remoldear todo. Y no podía omitir un desayuno; un prisionero no siempre tiene desayuno. De todos modos, la historia de Valentulya estaba alcanzando su poco glorioso final. La habitación le dictó su veredicto: era barato y ruin, puesto que no había hablado a Abakumov acerca de las esenciales necesidades de los prisioneros. Aquél trató de alejarse gritando, pero cinco verdugos voluntarios lo despojaron de sus calzoncillos y en medio de la grita general, vocerío y risas lo persiguieron alrededor de la habitación, golpeándolo con sus cinturones, salpicándolo con té caliente.

En la tarima más baja, a lo largo del camino de pasaje a la ventana central, debajo de la tarima de Nerzhin y a través de la vacía de Valentulya, Andrés Andrevich Potapov estaba tomando su té matinal. Observando el juego general, reía hasta que las lágrimas le subieron a los ojos, salpicándole los anteojos. Antes de que despertaran los demás, la cama de Potapov ya estaba hecha; como un paralelepípedo regular. En ese momento extendió una finísima capa de manteca sobre el pan; no compraba nada en la tienda de la prisión pues trataba de enviar todo el dinero que ganaba a su "vieja". (De acuerdo al standard de la sharashkaa él se le pagaba una alta suma, 150 rublos al mes, tres veces menos que a una mujer para trabajos domésticos, en libertad; era irremplazable especialista y estaba en los buenos libros de sus jefes).

Nerzhin dejó caer su saco acolchado en la corrida, lo tiró sobre su cama todavía sin tender y, saludando a Potapov pero sin esperar respuesta, corrió a desayunar.