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Potapov era el ingeniero que había confesado durante su interrogatorio, y firmado la confesión, y confirmado en su juicio que personalmente había vendido a los germanos —y muy barato— el ornamento del Plan Quinquenal Stalinista, Dnepreges, la Estación de Poder Hidroeléctrico del Dniéper —aunque había sido demolida cuando él lo vendió a ellos—. Gracias solamente a la merced de una corte muy humana, la sentencia de Potapov por su increíble y sin igual crimen tuvo sólo diez años de prisión, seguidos de la pérdida de sus derechos por cinco años, lo que en el lenguaje de los prisioneros se llamaba "diez, más cinco en los cuernos".

Nadie que hubiera conocido a Potapov en su juventud, y menos todavía el mismo Potapov, hubiera soñado que a los cuarenta y cinco sería arrojado en prisión por política. Los amigos de Potapov, justificadamente lo llamaban un robot. La vida entera de Potapov era su trabajo, y hasta los tres días de fiesta lo aburrían. Solamente había tomado una vacación en su vida, cuando se casó. En los años siguientes, nunca pudo encontrar a nadie que lo reemplazara y voluntariamente renunciaba a sus vacaciones. Cuando hubo escasez de pan, o de vegetales, o azúcar, él apenas se daba cuenta de aquello. Corría un agujero de su cinturón, lo apretaba y continuaba preocupado con la sola cosa en el mundo que le interesaba: trasmisión de alto voltaje. A aquellos que no creaban nada con sus manos pero que trabajaban solamente con sus lenguas, Potapov no los miraba siquiera como a gente. Había dirigido todos los cálculos eléctricos en Dneprostroi, se había casado en Dneprostroi, y a la vida de su mujer, como a la suya propia habían alimentado la insaciable hoguera de aquellos años.

En 1941, mientras construían otra estación, Potapov tuvo una excepción de servicio militar. Pero sabiendo que Dneproges, la creación de su juventud, había sido volada, dijo a su mujer: —Katya, después de todo yo debo ir.

Ella le respondió: —Sí, Andryusha, debes.

Y así fue Potapov con sus anteojos menos tres dioptrías, con el cinturón retorcido, una camisa arrugada, con sus insignias de oficial y la funda de su pistola vacía. En el segundo año de esa buena preparación para la guerra no habían todavía bastantes armas para oficiales. Abajo de Kastornoye, en medio del humo del centeno en llamas y del calor de julio, fue tomado prisionero. Escapó, pero no pudo alcanzar su propia línea y fue apresado por segunda vez. Escapó de nuevo, pero en campo abierto fue tomado por tercera vez por un destacamento de paracaidistas (todas las veces sin armas).

Atravesó los canibalistas campos de Novograd-Volynsk y Chenstokhov, donde los prisioneros comían la corteza de los árboles, hierba, y a sus camaradas muertos. De tales campos los germanos de pronto lo llevaron a Berlín, y allí una persona (atento, pero bastardo) que hablaba hermosamente el ruso le preguntó si era posible que fuese él mismo Potapov qué había estado en Dneprostoi. ¿Podía él demostrarlo, dibujando, por ejemplo, el diagrama para el conmutador del generador de allí?

El diagrama ampliamente publicado en todas partes y Potapov, sin hesitar lo dibujó. Habló por sí mismo acerca de ello en su interrogatorio, aunque no se lo había obligado a hacerlo.

Lo que hizo fue calificado en su sumario de "descubrir los secretos de Dneproges".

Aunque el caso contra él no incluía otra prosecución: el ruso desconocido que había por estos medios verificados la identidad de Potapov, le propuso firmara una declaración de estar listo para reconstruir Dneproges —y que inmediatamente sería puesto en libertad— se le dará su ración de comida, dinero, y volvería a su propio y amado trabajo.

Cuando esta atrayente, hoja de papel fue puesta delante de él, un hondo pensamiento cruzó el arrugado rostro del robot. Sin golpear su pecho y sin proferir orgullosas palabras, sin pretender ejercer sus derechos de convertirse en un héroe póstumo de la Unión Soviética, modestamente replicó: —Pero ustedes deben comprender que he firmado un juramento. Y si firmo esto. ¿No habría una contradicción?

De este modo, con dulce y antiteatral manera, Potapov escogió la muerte sobre el bienestar. "Muy bien, respetamos sus convicciones", replicó el desconocido ruso y envió de nuevo a Potapov al campo de los caníbales.

Es por eso que el tribunal soviético no juzgó a Potapov y le dio solamente diez años. El ingeniero Markushex, por el contrario, firmó una declaración similar y se puso a trabajar para los germanos. Y la corte le dio los mismos diez años. Esa era la firma de Stalin; aquella ecuanimidad magnífica con amigos y enemigos que lo hacían único en toda la historia humana.

La corte no le aumentó la sentencia a Potapov por haber entrado a Berlín en 1945, en un tanque soviético con sus anteojos rotos y atados sosteniendo un fusil automático.

De tal modo, Potapov salió bastante bien con "diez años, y cinco en los cuernos".

Nerzhin volvió del desayuno, se sacó los zapatos, y subió a su tarima, balanceándose junto con Potapov. Tenía por delante su diaria hazaña acrobática —hacer su cama sin arrugarla, parado desde allí. Pero cuando movió a un lado la almohada, encontró debajo de ella una caja de cigarrillos hecha de plástico trasparente color rojo oscuro, bien llena con doce cigarrillos Belomorkanal, entrelazados con una tira de papel donde estaba escrito con letras de imprenta:

Así es como él mató diez años

consumiendo la flor de la vida.

No podía equivocarse. En toda la sharashkasolamente Potapov combinaba el talento para semejante manualidad con la total memoria de pasajes de Evgeny Onegrinque había conservado desde sus días de colegio.

—¡Andreich! — dijo Nerzhin, bajando su cabeza de debajo de la tarima.

Potapov había concluido de beber su té, había abierto el diario y estaba leyéndolo sentado de manera de no deshacer su cama.

—¿Bien, qué es? — murmuró.

—¿Es esto obra de sus manos?

—No sé. Usted lo encontró —trataba de no sonreír.

—¡Andreich! — gritó con pesadez Nerzhin—. ¿Esto es un sueño?

La delicada arruga de astucia aumentaba y se ahondaba en el rostro de Potapov. Ajustándose los anteojos, replicó: —Cuando estaba en Lubyanka con el duque Esterhazy, ambos en una celda, sacando los cubos de la letrina cada día, y él en los días impares, yo le enseñaba el ruso por medio de los Reglamentos de la Prisióncolgados en las paredes. Para su cumpleaños yo le di tres botones que confeccioné con el pan; a él le cortaron todos y juró que nunca recibió regalo más oportuno de ningún Habsburgo.

De acuerdo a la clasificación vocal, la de Potapov se definía como "desentonada y cascada".

Todavía sobre su tarjeta, Nerzhin miraba cálidamente la cara marcada de surcos de Potapov. Cuando llevaba puesto los anteojos, no representaba más de sus cuarenta y cinco años y hasta tenía apariencia enérgica. Pero cuando se los sacaba, la profunda cavidad oscura de sus ojos le daba el aspecto de una calavera.