Le dijo animadamente: — ¿Sabes que estoy en un grupo musical en la universidad? Me envían a tocar conciertos todo el tiempo. Hace poco toqué en el Hall de las Columnas en la misma noche que Yakov
Zak.
Gleb sonrió y meneó la cabeza como si no lo creyera.
—Bueno, era una noche de los gremios, de modo que sucedió por accidente, pero de todos modos... Y sabes, ¡qué risa! No me dejaron usar mi mejor vestido diciendo que no era suficiente para presentarse en público. Llamaron a un teatro y me trajeron otro, soberbio, largo hasta los tobillos.
—¿Y después que tocaste te lo dejaron?
—No y en general las muchachas me bromean por mi afición a la música y yo les digo que es mejor estar entusiasmada con una cosa que con una persona.
Nerzhin miró con gratitud a su mujer y luego le expresó con interés: —Háblame un minuto del tema especial;
Nadya bajó sus ojos: —Quería decirte —y no te lo tomes a pecho, ¿nicht war?—, una vez insististe que nosotros... debíamos divorciarnos... —dijo muy despacio.
(Esa era la tercera posibilidad que había callado y única que le abría el camino a la vida. Por supuesto, no podía escribir en el cuestionario, divorciada, porque los de seguridad lo mismo le preguntarían de quién, y el apellido de su anterior esposo, y su dirección y sus parientes y su fecha de nacimiento, ocupación y direcciones. En cambio ella podría escribir "soltera").
Sí, había habido un tiempo en que él había insistido, pero ahora titubeó. Sólo en ese momento se dio cuenta que el anillo de bodas no estaba en el dedo anular de Nadya.
—Sí, por supuesto —aceptó con gran determinación.
—¿Entonces no estarías contra, eso, si, si tuviese que hacerlo? — Con un gran esfuerzo Nadya lo miró. Sus ojos se ensancharon. Las bellas estrías doradas en ellos se alumbraron con un ruego de perdón y compresión—. ¡No sería real! — agregó apenas con su aliento sin voz.
—Muy bien. Lo deberías haber hecho hace mucho tiempo —Nerzhin aceptó con una voz de firme convicción aunque no sentía ni firmeza ni convicción algunas. Postergando para después de la entrevista la comprensión de todo lo escuchado.
—Quizás no tenga que hacerlo —decía con voz suplicante, poniéndose su saco sobre los hombros de nuevo. En ese momento pareció muy cansada, casi exhausta—. Quiero que en caso de necesitarlo obligadamente, estés de acuerdo previamente ya. Quizás no tenga que hacerlo.
—¿No, por qué no? Estás en lo cierto. Muy bien. — Nerzhin repetía sin sentir nada ya nada, sus pensamientos, ya buceando en lo más importante que había pensado decirle:— Es importante querida que no te hagas muchas ilusiones respecto al término de mi condena.
Nerzhin estaba preparado para un segundo término seguido de prisión perpetua, pues había sucedido así para muchos de sus camaradas. No podía mencionarlo en sus cartas y tenía que hablar de eso ahora.
Una expresión de miedo apareció en el rostro de Nadya.
—Un término es una situación condicional —explicaba él, hablando rápido y duramente, acentuando las palabras en las sílabas incorrectas para que el guardia se sintiera confundido y no pudiera seguirlo—. Puede durar siguiendo un espiral. La historia está llena de ejemplos y aun si concluyese milagrosamente no te imagines que volveríamos a nuestra ciudad ni a nuestra vieja manera de vivir. Debes entender una cosa y no olvidarla nunca: no venden boletos para el país del pasado, Lo que más lamento de todo es que no soy un zapatero. Esa habilidad sería utilísima en algunos lugares de Siberia, en Krasnoyarsk, en los bajos de Ankara. Esa es la vida a que debemos prepararnos. ¿Quién necesita allí las fórmulas matemáticas de Euler?
Tuvo éxito: el gángster retirado no comprendió y sólo parpadeó cuando los pensamientos de Nerzhin lo rozaron.
Pero Nerzhin olvidaba que —no, no lo olvidó, no lo entendió, como todos dejaban de hacerlo—, que las personas que suelen caminar por la tierra rasa y gris no pueden elevarse de golpe a las cimas heladas de las montañas. No entendió que su mujer aun ahora continuaba como al principio contando metódicamente los días y semanas de su término y condena. Para él su término era una clara y fría infinitud y para ella, era 264 semanas, 61 meses, algo más de cinco años los que faltaban, mucho menos tiempo del ya pasado, porque había ido a la guerra y no había vuelto a casa desde entonces, aunque la guerra era otra cosa...
Cuando Nerzhin habló, el miedo del rostro de Nadya se tornó horror.
—No, no, — gritó—. No digas eso, querido. (Se había olvidado del guardia y no estaba ya avergonzada de mostrar sus sentimientos).
—.¡No me quites mis esperanzas! No quiero creerte. No puede ser. ¿O crees acaso que realmente voy a dejarte?
Su labio superior temblaba, su cara estaba distorsionada y sus ojos expresaban lealtad, sólo lealtad.
—Te creo, Nadushenka, te creo —dijo él con voz cambiada—. Lo comprendo.
Ella cayó en silencio y se echó atrás en su sillón.
En la puerta abierta de la sala apareció el teniente coronel, oscuro, elegante, mirando vigilantemente las tres personas que habían estado reunidas allí. En voz baja llamó al guardia.
El gángster retirado, de mala gana, como si lo hubieran privado del postre, se dirigió hacia el superior que lo llamaba. Cuatro pasos detrás de la espalda de la muchacha, intercambiaron un par de palabras solamente, pero cuando lo hicieron. Nerzhin, bajando su voz, se arregló para preguntar: —¿Conoces a la mujer de Sologdin?
Adiestrada en esa conversación apurada Nadya atinó a responder:
—Sí.
—¿Y dónde vive?
—Sí.
—No le permiten ninguna visita. Dile que...
El gángster se volvía ya.
—...que la quiere, la cree, y espera —pronunció Gleb con claridad.
Nadya repitió: —La quiere, la cree, y espera—. Miró insistentemente a su esposo. Lo había estudiado por años, pero de algún modo, ahora, lo veía en un nuevo aspecto.
—Te queda bien —le dijo tristemente.
—¿Qué me queda bien?
—Todo aquí. Todo esto. Estar aquí —dijo ella aclarando su significado con inflexiones en su voz para que el guardia no pudiese entender.
Pero el nuevo halo de Nerzhin no los acercó.
Nadya también estaba posponiendo todo lo que estaba escuchando; así lo podía analizar y pensar después. No sabía lo que habría de emerger de todo esto, pero su corazón pensó en él, preocupado por la debilidad, la enfermedad, los pedidos de ayuda, los llamados, de una mujer que no podía visitar a su marido; y Nadya comprendió que podría esperar otros diez años y acompañarlo enamorada hasta la fatiga.
Pero él estaba sonriendo con la misma autoconfianza que había tenido en Krasnaya Presnya. Siempre había sido autosuficiente. Nunca necesitaba la simpatía de nadie. Incluso podía sentirse confortablemente sentado en esa silla incómoda. Parecía estar mirando alrededor de la pieza con satisfacción, tomando material para sus pensamientos y futuros recuerdos. Parecía estar muy saludable y sus ojos chispeaban. ¿Necesitaba en realidad de la lealtad de una mujer?