Ella retrocedió contra la pared y cayó al suelo, con los ojos muy abiertos.
– ¿Dónde está el dinero?
Theo le enseñó dónde estaba, luego retrocedió mientras Easy cogía el dinero del cofre.
– Aquí hay cerca de mil libras -dijo Easy-. Apuesto a que tiene mucho más, debajo de la cama, en algún sitio.
– No hay nada más -dijo la mujer.
– Hazla callar -Easy le hizo un gesto con la cabeza a Mikey y cruzó la cortina de cuentas. Mikey sacó un grueso rollo de cinta adhesiva negra de la bolsa de plástico que llevaba e hizo a la mujer ponerse de pie.
Theo vio la mirada en la cara de Mikey.
– Limítate a atarla -dijo.
Siguió a Easy hasta el dormitorio y le observó mientras vaciaba cajones y le daba la vuelta al colchón. Había velas encendidas en el alféizar de la ventana y un pequeño cuenco de metal lleno de condones junto a la cama.
– ¿Por qué estamos haciendo esto?
– ¿Has visto esa pasta, tío?
– ¿Por qué a gente como ella?
Easy sonrió, satisfecho por poder revelarle su ingenio.
– Porque la gente como ella no suele ir a llorarle a la policía. Está chupado.
– No hacemos falta tres para esto, tío.
– Nunca está de más ser cuidadoso, T. -Easy abrió un cajón, vació la ropa interior como si nada-. Algunas de estas putas tienen criadas y todo. Filipinas y tailandesas. Algunas saben kung fu y todo eso.
– Tú tienes una pistola -dijo Theo.
Easy hizo una mueca como si no entendiese, y siguió revolviendo la habitación.
Cuando volvieron al salón, Mikey estaba sentado en el sofá junto a la mujer. La había atado de pies y manos, y le había puesto cinta bien apretada alrededor de la cabeza y los hombros. Había un trozo de carne visible por debajo de la nariz; lo había dejado descubierto para que pudiese respirar. Tampoco le había cubierto los ojos. Theo se preguntó si era porque Mikey quería ver su reacción.
Mikey le hizo señas a Theo para que se acercase y le dio su móvil.
– Hazme una foto -dijo-. Se la enseñaremos a todos.
Con un grito alborozado, Easy se tiró al sofá del otro lado de la mujer y se arrimó a ella.
– Venga, tío -dijo Mikey-. Haz un par de fotos.
Theo levantó el teléfono y enfocó.
– Sonríe -dijo Mikey. La mujer gimió bajo la cinta. A Easy le pareció divertido y lo dijo. Mikey colocó un brazo alrededor de la mujer, miró con gesto lascivo a la cámara y colocó sus gordas manos sobre cada uno de sus pechos- sonríe con los ojos, entonces -dijo.
Theo sacó la foto y le lanzó el teléfono a Mikey.
El siguiente anuncio que Easy había marcado estaba a diez minutos, en Bayswater. Una dominatriz que se hacía llamar Zorra, a la que le había parecido bien aceptar el dinero de un jovencito nervioso que necesitaba un poco de disciplina.
Quince minutos después de abrir su puerta, estaba atada a una silla en su dormitorio, luchando por respirar a través de la máscara de cinta negra.
Theo había observado a Mikey trabajar. Le había parecido más agitado esta vez, al igual que Easy. Habían sido más brutos, furiosos porque no hubiese más dinero en la casa.
– Esta puta ya no va a dominar a nadie -dijo Mikey cuando hubo terminado.
– Creía que había un montón de tarados a los que les gustan las cosas raras -dijo Easy-. Los látigos y vestirse como bebés.
– A lo mejor lo vende demasiado barato -Mikey se inclinó y abofeteó suavemente la cara de la mujer. Emitió un sonido amortiguado y húmedo contra la cinta.
– Deberíamos irnos -dijo Theo.
Mikey se alejó hacia la cocina como si tuviesen todo el tiempo del mundo.
– Relájate, T -dijo Easy.
– Estoy bien. Solo que no le veo sentido a quedarnos aquí. ¿Y si tiene otra cita?
– Hemos pagado una hora -dijo Easy.
– Aquí no hay nada más.
Easy dio una vuelta por el dormitorio como si hubiese mucho que ver, cogiendo juguetes sexuales, poniendo caras.
– Mira todo esto. Ni siquiera sé para qué sirven algunas de estas mierdas, tío -cogió una máscara negra de látex y se la puso en la cabeza.
– Venga, E, déjala.
– Esto huele a rancio, tío -Easy volvió a la silla, se acercó a la cara de la mujer y dijo-: Espabila.
Mikey volvió de la cocina con un cuchillo pequeño. Se arrodilló junto a la silla y levantó la mano.
– ¿Para qué es eso? -preguntó Theo.
– Voy a ayudarle a respirar -dijo Mikey-. Escucha como ronca y resopla la pobre zorra -colocó la punta del cuchillo contra la cinta y dijo-: Será mejor que abras bien la boca si no quieres cortarte.
La mujer aulló bajo la cinta, pero sonó como el quejido de algo eléctrico.
Theo dio un paso adelante, pero Easy levantó una mano, y Theo se quedó mirando mientras Mikey abría un agujero en la cinta. Vio surgir una gota roja que resbaló por la cinta hasta el cuello de la mujer.
– Mierda -dijo Theo-. La has cortado.
– No es nada -Mikey se puso de pie-. Está bien, ¿ves? -Se pasó una mano por la boca y empezó a desabrocharse los vaqueros-. Es perfecto.
La mujer siguió aullando, revolviéndose en la silla.
– ¿Qué cojones estás haciendo? -gritó Theo.
Mikey le ignoró y sonrió a Easy.
– Deberías hacerlo con la máscara puesta -dijo.
Theo dijo:
– Yo me voy al coche -y retrocedió hacia la puerta. Easy le gritó algo pero Theo no pudo oírle por encima del ruido que había en su cabeza, del quejido de la mujer, mientras salía rápidamente del piso y bajaba corriendo a la calle.
Diez minutos después salieron Easy y Mikey. Theo los observó por el espejo mientras se paseaban por la acera como si estuviesen tomando el fresco. Ambos sonreían de oreja a oreja cuando se metieron en el coche.
Theo les miró.
– No hemos hecho nada -dijo Easy. Encendió el coche-. ¿Qué te piensas?
Theo pensaba muchas cosas, pero se las guardó para sí mientras se alejaban. Easy y Mikey ya hablaban bastante por los tres, desbarrando sobre el dinero y el subidón que había supuesto, y los enormes petas que se iban a fumar al llegar a casa.
Después de quince minutos o así, cuando ya habían cruzado el río, Theo dijo:
– ¿Y para qué necesitáis pasamontañas?
Mikey se echó hacia delante desde el asiento de atrás.
– Qué gilipollez de pregunta.
– ¿Qué quieres decir, tío? -preguntó Easy.
– Sólo me parece que, si todo se va al carajo, la única cara que ve todo el mundo, que pueden describir, es la mía.
Mi cara inocente…
– Es inevitable. No tiene sentido que conozcan el aspecto de todos.
– Yo conozco tu aspecto -dijo Theo.
El Audi aminoró y se detuvo en un semáforo. Theo forzó una sonrisa y suavizó el tono, intentó dejar claro que estaba de broma:
– Así que tal vez deberías tenerlo en cuenta cuando dividas el dinero luego -se dirigió a Mikey-: ¿Lo pillas, hermano? -Luego miró a Easy. Ninguno de los dos pareció encontrarlo muy divertido.
Diecinueve
Había una tienda de comestibles que abría hasta tarde unas calles más abajo y Helen siempre disfrutaba las conversaciones con el moreno dueño turco y su mujer. Esta noche había sido más difícil, puesto que había aprovechado la ocasión para contarles lo de Paul. Habían estado encantadores, le habían preguntado si podían ayudarla en algo, y Helen pudo ver al hombre dudar si cobrarle cuando sacó la cartera para pagar.
Volvió lentamente hacia Tulse Hill, con pan, leche y varios paquetes de patatas fritas con sabor a queso y cebolla en una bolsa de plástico. Era una noche cálida, pero empezaba a hacer viento. El tráfico que iba o venía de South Circular rugía a su lado en la oscuridad mientras caminaba.