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Una mujer, la madre del niño, le preguntó si se encontraba bien. Helen intentó hablar, pero la mujer se alejó a toda prisa para ir a buscar a alguien, y cuando Helen volvió a levantar la vista lo único que vio fue al niñito mirándola fijamente. Él empezó a llorar a su vez mientras ella veía a un guardia de seguridad doblar la esquina. Se inclinó por detrás de ella y metió los brazos por debajo de los suyos, le preguntó si quería que la ayudase a levantarse. Pero ella lloraba con tanta fuerza que no pudo responder, así que él volvió a levantarse. Le dijo que se tomase todo el tiempo que quisiese.

Helen podía oírle diciendo a los demás clientes que la señora se encontraba bien. Luego dijo algo por el walkie-talkie y, en la pausa entre un sollozo y otro, mientras hipaba como un bebé, oyó el graznido de respuesta del aparato.

El guardia de seguridad se había negado a dejar conducir a Helen, la había metido en un taxi, se había quedado sus llaves y le había prometido que le llevaría el coche a casa cuando terminase su turno. Era la segunda persona en pocos días cuyo nombre había preguntado y le había dicho que tal vez se lo pusiese a su hijo. Él había dicho que se llamaba Stuart y se había mostrado mucho más emocionado con la idea que el chico que había conocido en Lewisham.

Pensó en aquel chico, en su mirada cuando ella salía del aparcamiento, mientras veía cómo se alejaba el taxi y recorría los escasos metros que había hasta su puerta. Tenía la llave del portal en la mano cuando oyó una voz detrás de ella.

– ¿Helen?

Se dio la vuelta, medio esperando ver a Adam Perrin, y sintió alivio al ver a un hombre de mediana edad, con entradas, que levantaba las manos fingiendo rendirse y parecía preocupado. Era evidente que había reconocido la tensión en su cara.

– Perdone -dijo ella. Se sentía como un trapo de todas formas y recordó lo mucho que se había asustado cuando Kevin Shepherd había aparecido acechándola en la oscuridad, cuando prácticamente la había amenazado allí mismo.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó el hombre.

Supuso que era uno de sus vecinos. Ella y Paul habían hablado a menudo de intentar conocerlos mejor, quizá dar una fiesta para todo el bloque, pero nunca habían llegado a hacerlo.

– Estaré mejor en un par de semanas. En cuanto me deshaga de esto.

El hombre sonrió.

– Eso es bueno. Sólo nos preguntábamos cómo estarías, ya sabes.

– Estoy bien. Gracias.

– El funeral es pasado mañana, ¿no?

– ¿Perdón? -Se fijó en que llevaba una pequeña grabadora-. ¿«Nosotros» quién?

– Sólo el periódico local -tendió una mano, que Helen ignoró.

– Y los locales venden a los nacionales. Sé cómo funciona.

– Obviamente es una gran historia para nosotros. Una tragedia local.

Helen volvió a girarse hacia la puerta e intentó colocar la llave en la posición correcta. Oyó al reportero acercándose.

– Sería bueno informar a la gente de cómo te sientes realmente -dijo-. De lo que has pasado. Cómo crees que será tener al bebé después de…

Ella se dio media vuelta rápidamente y vio a otro hombre saliendo de un coche aparcado donde se había detenido el taxi. Le vio preparar una cámara y levantarla. Vio el flash empezando a disparar.

– Venga, Helen, sólo unas palabras…

Ella pasó junto a él y avanzó todo lo rápido que pudo hacia el fotógrafo.

– Vuelva a meterse en ese coche -dijo-. Ahora.

El reportero estaba detrás de ella, todavía haciéndole preguntas, pero ella siguió andando; disfrutando la mirada del fotógrafo cuando finalmente dejó de hacer fotos y retrocedió rápidamente.

– Lárgate antes de que coja esa cámara y te la meta por el culo.

No había ningún DJ tocando en el Dirty South esa noche. Un letrero pegado con cinta adhesiva a la puerta decía: La actuación de esta noche se ha pospuesto como muestra de respeto por las familias de Michael Williamson, James Dosunmo, Errol Anderson y André Betts.

Mikey, SnapZ, Wave y Sugar Boy.

Alguien había garabateado «vivirán X siempre» justo encima de las palabras que prometían que las entradas compradas serían válidas para la nueva fecha.

El bar también estaba un poco más tranquilo de lo normal para ser sábado. No salía música de los altavoces, y habían bajado el volumen de la gran pantalla de televisión. Aunque el personal tenía bastante trabajo y había muchas monedas alineadas en los bordes de la mesa de billar.

Theo estaba de pie en la barra, esperando su whiskey con cola. Al mirar a su alrededor, pudo ver a la mayor parte de la pandilla reunida cerca del arco que daba a la parte de atrás, varios de ellos jugando ya al billar y otros apiñados en pequeños grupos. No había rastro de Easy.

Cuando le trajeron su copa, Theo se acercó y habló con algunos de los chicos. La mayoría parecían alegrarse de verle y hablaron fluidamente de esto y de lo otro, aunque varios de los más jóvenes estaban alterados, con los ojos mirando a cualquier parte menos a él mientras hablaban. Aunque se había preparado para ello, nadie le preguntó por lo que se había encontrado en el piso franco.

Le alivió que Easy no hubiese corrido la voz.

Era sabido en la urbanización, solo era cuestión de tiempo hasta que alguien quisiese repasarlo todo con él en una sala de interrogatorios, y a Theo no le agradaba la idea. Sin duda, la policía estaba al límite de sus recursos ahora, pero sabía que no habían dejado de buscar a los que iban en aquel coche la noche que murió el poli. Aunque ya se les hubiese adelantado alguien.

Pero la policía había dejado de ser la máxima preocupación de Theo. Ahora estaba bastante seguro de que los pistoleros no llevaban placa.

Finalmente, vio entrar a Easy y la atmósfera de la parte de atrás cambió. Easy estaba sonriente, se movía con aire desenfadado por el bar, como si estuviese dando alguna buena noticia. Theo le vio acercarse a cada grupito y hablar durante un minuto o dos antes de pasar al siguiente. Hubo muchos choques de puños y muchos meneos de cabeza.

Cuando un tipo blanco y gordo intentó abrirse paso empujando sin preguntar, Easy le miró fijamente sin moverse. El hombre dijo algo que Theo no logró descifrar y dio un rodeo. Easy volvió a girarse hacia la pandilla como si no hubiese pasado nada y saludó a Theo con un movimiento de cabeza por entre el gentío, sólo para hacerle saber que le había visto.

Theo se acercó e intentó hablar con Gospel, que estaba jugando al billar con uno de los chicos asiáticos. Le dijo que debía intentar dejar el mayor número de bolas posible cerca de las troneras, y le preguntó si había visto a Ollie. Ella miró a otra parte y se encogió de hombros; dijo que no era cosa suya andar detrás de todo el mundo. Cuando por fin le devolvió la mirada, Theo señaló los moretones de color azul verdoso que tenía bajo los ojos y el corte que le cruzaba el puente de la nariz.

– ¿Con quién te has peleado? -preguntó.

– Con alguien que no se metía en sus asuntos -dijo ella.

A partir de entonces, fingió concentrarse en la partida y cuando el chico con el que estaba jugando falló, rodeó a toda prisa la mesa para tirar. Metió una de chiripa y el chico le dijo que era zorra con suerte.

Theo fue hasta una mesa que había cerca de la pantalla grande y esperó a Easy. Echó un vistazo y le vio hablando con Así, que había estado solo, con gesto perdido. La boca de Easy hacía la mayor parte del trabajo. Tras unos minutos, Theo les vio chocar los nudillos y supuso que habían resuelto las cosas de un modo muy distinto al que Easy había estado amenazando con utilizar.