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Vio a Sarah Ruston bajar las escaleras del vestuario femenino; la vio dejar una bolsa en una silla y acercarse a la barra para pedir algo. Llevaba el pelo recogido, húmedo y vestía un elegante chándal negro con vivos rojos. Su cara parecía haber mejorado mucho, incluso desde cierta distancia, aunque todavía llevaba el brazo en cabestrillo. Pero tenía bastante buen aspecto, dadas las circunstancias.

Ruston se dio la vuelta, chupando la pajita de su bebida, y vio a Helen levantarse y saludarla con la mano. Abrió los ojos de par en par y, tras unos segundos, recogió su bolsa y se acercó.

– ¿Qué está…? -Miró su reloj-. No tengo mucho tiempo, me temo. Tengo que reunirme con Patrick.

– Está bien -dijo Helen-. Yo sólo tengo un par de minutos.

Ruston se sentó en el borde de una silla. Mantuvo los ojos bajos y se fijó en el folleto de encima de la mesa.

– ¿Está pensando en apuntarse?

– Bueno, estaría bien recuperar la forma en cuanto me deshaga de esto -Helen sonrió-. Pero por seiscientas libras al año, creo que me limitaré a tratar de caminar un poco más. A lo mejor tiro la casa por la ventana y me compro un vídeo de ejercicios.

– Sí, es un poco excesivo -dijo Ruston-. Yo no me molestaría, pero la suscripción viene con el puesto. Hay uno de estos cerca de la oficina y podemos utilizarlos todos, así que…

– ¿Por qué no?

– ¿Por qué no?

– Pero es usted un poco impaciente, ¿no? -Helen indicó el cabestrillo con la cabeza.

Ruston intentó sonreír y levantó el brazo.

– En realidad, me lo quité mientras entrenaba, y sólo he hecho una hora de cinta. Probablemente me libre de él para siempre la semana que viene.

– Aun así.

Ruston dio un trago a su zumo.

– A mí siempre me parece extraño -dijo Helen-, venir a un sitio como este, sudar como una cerda e intentar mantener un cuerpo bonito cuando lo estás llenando de mierda el resto del tiempo -buscó una reacción-. ¿Qué es? ¿Pasta base? Coca también, imagino.

– ¿Perdone?

– Quiero decir que no se le ocurriría bajarse de la cinta y meterse en una pastelería, ¿no? No tiene ningún sentido -una empleada con una bata blanca ajustada se acercó a la mesa. Ruston levantó la vista, expectante, pero Helen no le prestó atención a la mujer-. Aunque yo diría que es rebajarse un poco eso de irse hasta Lewisham para comprar el material. ¿No había ningún agradable chico de la City vestido de Armani que pudiese proveerla?

La sangre había abandonado rápidamente la cara de Ruston; los moretones casi descoloridos parecían un poco más pálidos repentinamente.

– Debía de deberles mucho -dijo Helen-. Es decir, tienes que tener a alguien bien pillado para conseguir que haga lo que usted hizo. Algo así. O tal vez estaba tan hasta arriba que ni siquiera se lo pensó…

Ruston lloró durante casi un minuto. Se presionó los ojos con las palmas de las manos y mantuvo la cabeza baja; no hizo demasiado ruido. Helen la observó y le encantó.

– No necesito oír ninguna historia lacrimógena -dijo cuando Ruston levantó la vista por fin-. Ya sabe, antes de que empiece a malgastar saliva. Teniendo en cuenta dónde estuve ayer, creo que no soy la persona adecuada para que lo intente, ¿no cree?

Dejaría que le sacasen todos los detalles luego, en una sala de interrogatorios, pero Helen podía aventurar una buena hipótesis. Una ambiciosa profesional de la City con un estilo de vida difícil de mantener y un hábito muy caro. Tarjetas de crédito agotadas y deudas acumulándose, hasta que al proveedor al que le debes un montón de dinero se le ocurre una forma novelesca de que le pagues tus deudas. La preciosa casa de la esquina probablemente estaba hipotecada hasta el techo, a menos que la media naranja mayor y más rica se ocupase de ella.

En ese momento, Helen se preguntó cuánto sabía Patrick -No tenía elección -dijo Ruston.

Helen habría sido capaz de saltar por encima de la mesa y abalanzarse sobre ella, decirle que, normalmente, la elección entre pagar una factura y matar a alguien debería hacer que una persona se parase a pensar. Hubiera sido capaz de meterle cada palabra en la cabeza a puñetazos.

– Amenazaron con hacerle daño a mi familia.

– ¿Qué cree que le hizo usted a la mía?

Ahora Ruston luchaba por hablar por encima de sus sollozos, agarrándose al brazo de la silla y sacudiendo la cabeza, limpiándose los mocos con la manga.

– No sabía que iban a matar a alguien. No me dijeron nada. Sólo me enseñaron dónde… a qué velocidad conducir… yo no sabía quién… era…

– ¿Quién era el objetivo? -Ruston abrió la boca, pero lo único que salió de ella fue un gemido rasgado, como una uña sobre una pizarra-. Cuando empotras tu coche contra una persona, suele hacer un montón de daño.

– Lo lamento…

– Va a lamentarlo.

Helen se levantó y rodeó la mesa al ver a Patrick cruzando el recibidor tan campante hacia ellas. Se inclinó y agarró con firmeza el hombro lesionado de Ruston; lo dijo suavemente y con calma, para que Ruston supiese que decía en serio cada palabra.

– Ojalá te hubieses roto el cuello.

Si Patrick se sorprendió algo al verla, no lo demostró. Agitó el pulgar hacia la entrada.

– ¿A qué viene todo ese barullo? Hay dos coches de policía fuera.

– Puede que Sarah vaya a estar ocupada un rato -dijo Helen. Vio a dos agentes en la zona de recepción, blandiendo sus placas ante la mujer de detrás del mostrador. Un par más estaban entrando, empujando las puertas de cristal. Les dio las gracias al salir.

Se paró delante de Patrick antes de irse.

– Sólo para que lo sepa. Me importa una mierda su BMW.

Theo se llevó su plato a una mesa de la esquina, luego volvió a buscar un par de tabloides que alguien había leído y dejado en el mostrador. Con eso mataría quizá media hora. Imaginó que así debía de ser quedarse sin trabajo, salvo que no había habido aviso previo, y ser despedido no solía implicar preguntarse cuándo ibas a acabar con una bala en la cabeza.

Todo se había derrumbado desde que habían encontrado los cuerpos en el piso franco. La policía había destrozado el sitio y los perros se había vuelto locos. Ahora no era más que otro piso vacío en el bloque. Todo el negocio se había parado en seco, los clientes compraban en otro sitio y todos los de la pandilla andaban por las esquinas preguntándose qué iba a pasar; cuándo les iba a decir alguien qué hacer a continuación.

Unos días antes, Easy parecía tenerlo todo organizado; lo había preparado todo y reorganizado las existencias y la venta. Pero Theo no le había visto desde el sábado por la noche. Nadie le había visto. Lo cierto era que estaba empezando a hartarse de que los demás le preguntasen qué estaba haciendo Easy y dónde estaba.

Theo le había llamado un montón de veces, pero el móvil de Easy estaba apagado o se había quedado sin batería.

O lo que fuese.

Seguían saliendo cosas sobre los asesinatos en las portadas, pero nada que no hubiese visto antes. Parecía que sólo estaban repitiendo viejas historias para mantener las ventas, mientras esperaban la siguiente conteniendo el aliento. Como si supiesen que habría una siguiente. Pensó en cómo se le había ido la olla a Easy fuera del bar; cómo había estado a punto de darles otro cadáver con el que ponerse como locos.

Theo había bajado al Dirty South el domingo por la mañana y había buscado sangre en la parte de atrás. No había encontrado nada y se había sentido aliviado al pensar que Easy parecía haberse conformado con enseñar su navaja y acojonar al tipo. También había visto todos los informativos, por si acaso, y no habían mencionado nada, cosa que era buena. Tampoco era que una puñalada fuese a convertirse en una mega historia, ya no, pero aun así.