LA CENA fue muy diferente a lo que Luke estaba acostumbrado. Normalmente, para él, era un acontecimiento social que incluía restaurantes caros, comida de gourmet y mujeres hermosas…
Allí no había decoración suntuosa, la comida ciertamente no era de gourmet y en cuanto a las mujeres… Había tres. Grace, Gabbie y Wendy. A cada cual más distinta de las que él solía frecuentar.
– ¿Qué pasa? -dijo Wendy, viéndolo mirar un trozo de pizza como si fuera comida marciana-. ¿No le gusta?
Él miró la pizza con incredulidad.
– Ni siquiera está cocida en horno de leña -contestó él.
– ¡Oh, qué lástima! Bienvenido al mundo real -sonrió Wendy-. Pizza cocida en horno de leña… ¡Cielo santo! Avive el fuego y ahúmela, si puede. Yo, por mi parte, voy a comerme mi trozo.
Lo hizo, y disfrutó de cada bocado. Bueno, ¿y por qué no? Estaban comiéndose una pizza sentados al borde de la terraza; la hoguera que habían encendido danzaba, brillando, entre ellos y el mar. Hacía una noche preciosa. La brisa era tibia y el-sonido de la marea era un murmullo que iba y venía a medida que las olas lamían la playa.
Era fantástico, pensó Wendy. Se echó hacia atrás y miró a Gabbie, que estaba muy concentrada comiéndose su pizza, y a Luke dando a su hermanita el biberón que ella había preparado, y, más allá, en los prados, a las vacas que los miraban con asombro.
– Las vacas creen que estamos locos -le dijo a Gabbie-. ¡Comer pizza, teniendo toda esta hierba!
Gabbie la miró muy seria… y luego su carita se iluminó con una sonrisa.
– Eso es una tontería.
– Sí, ¿verdad? -tomó a la niña en brazos y la apretó fuerte, con pizza y todo. No podía ser más feliz. ¡Aquello podía funcionar! Si la madre de Gabbie se mantuviera alejada…
Miró a Luke y se lo encontró observándola con expresión extraña. La miraba igual que las vacas, pensó Wendy: no entendía de dónde había salido.
– Hábleme de usted -le preguntó él suavemente-.
Por qué está aquí?
– Porque este el mejor lugar del mundo. ¿No es verdad, Gabbie?
– No, pero… -dijo él.
– ¿Pero qué? -ella alzó las cejas y él se quedó callado.
¿Cómo que qué? Ella era una empleada, se dijo. Tan solo una empleada. No debía sondearla más de lo necesario. Pero nunca había tenido una empleada como aquella, y Wendy lo tenía fascinado.
– Hábleme de su cualificación, para empezar.
– ¿Me despedirá si no tengo diploma?
Él suspiró y cambió de postura a Grace, apoyándola sobre su otra rodilla. Luego miró desalentado hacia abajo: la rodilla sobre la que la niña había estado apoyada ¡estaba mojada! Maldición, ¿cuántas veces había que cambiarles los pañales a un bebé?
– No la despediré -contestó, distraído-. ¡Dios mío! ¡Mire esto! ¿Cómo es posible que esté mojada otra vez? ¿Se da cuenta de que no he traído otros pantalones?
– Pues eso ha sido una tontería por su parte -dijo ella tranquilamente-. Nunca lleve a un bebé a ninguna parte gin ropa de repuesto para todo el mundo. Es la primera regla de la paternidad, señor Grey.
– Pues me alegro de no tener que aprender las demás -dijo él ásperamente, y luego se calló al ver que Grace lo estaba mirando con los ojos muy abiertos, como si hubiera entendido lo que había dicho y lo observara con reproche.
¡Diablos! Aquello no era solo un bebé. ¡Era una persona! Era una niñita que crecería y querría conocer a su familia. Que querría explicaciones…
De pronto, se sintió sobrecogido. Wendy, al mirarlo, vio que el pánico, danzaba en sus ojos. Y comprendió.
– Luke, tómeselo con calma -dijo suavemente, sonriendo-. Concéntrese en sus pantalones mojados. No hace falta que se preocupe de nada más por el momento. Verá, cuando alguien sufre una crisis que le supera, los trabajadores sociales siempre solemos aconsejarle que intente concentrarse en los siguientes minutos. Luego, en la hora siguiente. La supervivencia es lo primero, Luke. Lo demás, viene después.
– Así que -el pánico se desvaneció ante la serenidad de Wendy-, ¿me recomienda que me coma otro trozo de pizza?
– Sí -ella sonrió con una sonrisa encantadora que, por alguna razón, le hizo estremecerse. Estar allí, sentado en la terraza donde, de niño, había pasado tan buenos ratos, mirando al mar, con un bebé en brazos y aquella mujer a su lado… Todo aquello estaba muy lejos de su vida de vuelos transoceánicos. Se había quitado sus zapatos Gucci y con los pies desnudos acariciaba la hierba. Su ordenador portátil estaba apagado en el maletero del coche, y su teléfono móvil permanecía silencioso. Solo quedaban las estrellas emergentes y el silencio. ¿Cuánto tiempo hacía que no disfrutaba de una noche así? ¿Y cuánto tardaría en volver a hacerlo?
Se marcharía en cuanto hubiera resuelto aquel embrollo, decidió, pero… La idea surgió de la nada, como un regalo. ¡Cuando volviera de sus viajes, podría ir a visitarlas! Siempre que estuviera en Australia, podría ir al campo a ver a su hermanita… y a aquella mujer, y a Gabbie. Y ellas lo estarían esperando, como una familia.
La perspectiva le produjo una cierta tibieza en el corazón y no pudo evitar esbozar una tenue sonrisa.
Fantástico. Aquello era fantástico.
– ¿Vendrá con frecuencia? -preguntó Wendy, sobresaltándolo. Por la expresión de su cara, parecía saber exactamente lo que Luke estaba pensando.
– Yo…
– Grace necesitará tener a alguien -dijo ella suavemente-. Si realmente su madre no la quiere… entonces, le guste o no, usted será su familia.
– Creo que no me importa.
Pensó en ello, todavía sintiéndose satisfecho de su proyecto. ¿Qué problemas podía causarle un bebé? El dinero no lo preocupaba, y su secretaria podía ocuparse de comprarle los regalos. Ya lo había hecho otras veces… Pero luego pensó en su padre y en el daño que le había hecho. Su padre, que le pagaba el colegio, que le mandaba carísimos regalos con tarjetas que ni siquiera se molestaba en escribir de su puño y letra… Y que nunca quería verlo.
– Eso no funciona -dijo Wendy suavemente-. Y usted lo sabe.
– ¿Qué es lo que no funciona?
– Ser padre por poderes.
– ¿Está segura?
– Sí -ella suspiró y abrazó más fuerte a Gabbie. Algo de la tibieza de la noche pareció desvanecerse y Wendy se obligó a volver a las cosas prácticas. Y a las responsabilidades. Ese era su papel en la vida. Asumir las responsabilidades que otros rechazaban-. ¿Lista para irte a la cama? -le preguntó a la niña.
– ¿A esa cama que tiene una colcha tan bonita? -dijo Gabbie.
– Sí, a esa.
– ¿Tú te quedarás aquí?
– Sí. Luke, Grace y yo estaremos justo debajo de tu ventana. Nos quedaremos aquí un rato porque en la casa hay mucho polvo. Pero me sentaré en la cama contigo hasta que te quedes dormida. ¿De acuerdo?
– Sí -dijo Gabbie-. Te quedarás conmigo hasta que me duerma y luego tú, Luke y Grace os quedaréis debajo de mi ventana, con el fuego y las vaquitas.
– Eso es.
– Qué bien -dijo Gabbie-. Qué bien.
La mujer y la niña se fueron. Luke se quedó con los restos de la pizza y con un bebé que chupaba perezosamente su biberón y lo miraba con ojos asombrados. Tan asombrados como los suyos.
Cuando Wendy regresó, Grace se había quedado dormida y Luke estaba a punto de hacerlo. Él se sobresaltó cuando lo tocó en el hombro y luego, al darse la vuelta y verla sonriendo, sintió una inesperada sacudida. Wendy tenía una extraña cualidad espiritual, pensó. Parecía la encarnación de un sueño. Pero era real. Con una mano sujetaba el capazo de Grace y, con la otra, una pila de ropa de bebé.
– Necesitamos agua caliente -le dijo-. Y un barreño, para bañar a Grace. Esa niña lleva medio día con los pañales mojados. Si no la bañamos ahora mismo, se le irritará el culito. ¿De acuerdo?
– Sí, señora.
Grace apenas se despertó. Abrió un poco los ojitos cuando Wendy la introdujo en un barreño con agua tibia. Luego sonrió alegremente, agitó sus pequeñas manos y volvió a quedarse dormida plácidamente.