– Supongo que las habilidades sociales no son algo innato -dijo él, riéndose al recordar la escena-. No puedo creer que Katy agarrara ese cubo de plástico y se lo tirara a la cabeza al pobre Lenny.
– ¿Y no has pensado que está un poco consentida? -dijo Jodie-. Supongo que no te has dado cuenta de los gritos que da cuando ve que no se va a salir con la suya.
– ¿No estarás intentando decir que mi angelito es una niña mimada, verdad?
– No, pero tampoco es una flor delicada. Es una niña normal y saludable -le sonrió-. Va a darte muchas preocupaciones cuando crezca, ya verás.
– Empiezo a sentirme en inferioridad numérica.
Eso sólo sería así si ella se quedara más tiempo con ellos, cosa que no iba a ocurrir. Tomando una bocanada de aire, cambió de tema.
– ¿Hablaste con Manny sobre los extraños que entraron en el viñedo? -preguntó, pasándole los dedos por el pelo.
– No hay ningún problema -dijo él, levantando la mano para colocarle un mechón de pelo rubio tras la oreja-. Ya sé quiénes eran.
Jodie consiguió contener una exclamación al sentir sus caricias, pero su voz sonó algo temblorosa.
– ¿En serio? ¿Quiénes eran?
– Eran de la universidad, del departamento de Botánica -dijo, incorporándose para sentarse a su lado. Le pasó un brazo sobre los hombros y su aliento le hizo cosquillas en la oreja. Después empezó a mordisquearle el lóbulo-. Sólo querían tomar más muestras.
– Oh -dijo ella con su último aliento-. Muy bien.
Tragó saliva. Aquél era el momento en el que debía apartarse y decirle que tenían que dejar de besarse, pero sus músculos la tenían aprisionada y su mente dejaba de pensar con claridad.
– Mmm -Kurt empezaba a darle pequeños besos por el cuello-. Muy bien no es suficiente para describir esto. Magnífico es un adjetivo más apropiado.
Ella se estaba derritiendo. Siempre se derretía cuando empezaba a tocarla. Volvió la cabeza para protestar…
– Kurt…
Su boca le congeló las palabras en la garganta, así que cerró los ojos y se dejó inundar por su calor, como un trago de coñac en una fría noche de invierno. Los besos de aquel hombre eran los mejores que había conocido, eran como una droga: adictivos. Jodie dejó que la sensación llegase a todos los rincones de su cuerpo, deseando estirarse y sentir su cuerpo sobre el suyo.
Pero aquello no era lo que ella había planeado. Lentamente, consiguió salir de su hechizo. Tenía que parar cuanto antes o estaría atrapada en su tela de seda para siempre.
– Kurt, para.
Él le puso una mano sobre la mejilla.
– No quiero parar.
– Yo tampoco, pero… Kurt, tienes que parar. No podemos seguir así.
– Claro que podemos, Jodie. Y cuando me quiten esta escayola, podemos ir más allá.
Con sólo pensar en lo que él había mencionado implícitamente, se sintió más fuerte para hacer lo que sabía que era necesario.
– No. Para.
Él se apartó y la miró con una expresión imposible de descifrar.
– ¿Qué ocurre?
Ella se levantó del sofá y lo miró como si hubiera perdido toda esperanza.
– Kurt, esto es una locura. Empezamos siendo muy sinceros el uno con el otro: ninguno de los dos buscaba una relación. No sé muy bien cómo hemos llegado a este punto…
– Te voy a explicar cómo ha ocurrido -dijo él, tomándole una mano en las suyas-. Se trata de un cuento muy antiguo lleno de hormonas y luz de luna. Empezamos a pasar tiempo juntos y nos dimos cuenta de que nos atraíamos el uno al otro. Fin de la historia.
Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza antes de abrirlos y mirarlo.
– ¿Ves? Ése es el problema. El «fin de la historia» que acabas de mencionar. Esto no debería ser el final, sino el principio. Y puesto que no lo es, el resto no tiene importancia.
Él la miró confuso.
– ¿A qué te refieres con «el resto»?
Ella suspiró, entristecida.
– A lo de la atracción física.
– Ah, la urgencia de la unión.
– ¡Kurt! -levantó los ojos y las palmas de las manos hacia arriba-. ¿Ves? No tiene ningún sentido. Ni siquiera podemos hablar con sinceridad sobre estas cosas sin comentarios jocosos. No tenemos futuro juntos, ¿verdad?
Ella esperó, hecha un manojo de nervios, su respuesta. Si cambiaba de idea, si ahora tenía un nuevo criterio, aquél era el momento de decirlo. Sentía que el corazón le latía en la garganta mientras esperaba. Siguió esperando. Pero cuando Kurt por fin respondió, no pronunció las palabras que ella había deseado y su corazón se sumió en tinieblas.
– Lo siento -dijo él con serenidad-. De verdad que no me he dado cuenta de que te estabas tomando esto tan en serio.
Ella se quedó mirándolo. ¿Así que aquello no había sido más que un juego para él?
– ¡Oh! -exclamó Jodie. Sin decir más, se dio la vuelta y salió corriendo.
– Pasado mañana Rafe me va a llevar a San Antonio para que me hagan unas radiografías -le dijo Kurt poco después, cuando ambos tomaban una última taza de té en la cocina-. Parece que me van a quitar la escayola.
Entonces, pronto acabaría todo. Ella se volvió para mirarlo. Aún sentía la punzada de dolor que le había provocado su respuesta, y las palabras seguían resonando en su cabeza. Él tenía razón, estaba claro. Jodie sabía desde el principio que aquello no se convertiría en una relación a largo plazo.
– Entonces será mejor que planifiquemos algunas cosas -dijo ella, manteniendo una apariencia externa fría-. Tendremos que encontrar una guardería o a alguien que se ocupe de Katy.
Hasta que vio que él levantaba una ceja, no se dio cuenta de que había dicho «tendremos». Se puso colorada. Bueno, aquello venía a decir que la farsa había terminado. Ella pensaba en ellos tres como un «nosotros», ojalá lo hiciese él también.
– Ni menciones a Olga -dijo-. Prefiero mandar a Katy a una academia militar.
– Pobre Olga. Es una incomprendida -dijo Jodie, sacudiendo la cabeza-. Bien, y si no es Olga, ¿quién?
Él frunció el ceño.
– ¿No conoces a ninguna mujer mayor? -preguntó.
Jodie sacudió la cabeza.
– La verdad es que no.
– ¿Qué me dices de tu hermana?
– ¿Rita? No, ya está muy ocupada con papá -intentaba pensar con rapidez-. Se me había ocurrido… Kurt, ¿qué relación tienes actualmente con tus primos?
– ¿Mis primos? -la miró como si no se acordase de que tenía primos, como si los hubiera olvidado por completo-. Con algunos me llevo genial, con otros bien y con otros, no merece la pena.
Ella lo miró, pero no siguió por ese camino. Estaba pensado en alguien que fuera familia de Katy, mejor que dejarla con un extraño, así que si alguno de sus primos hubiera estado libre, habría podido ser una buena opción.
– ¿Qué pasó con todos esos primos? ¿Queda alguno por la zona?
– Claro. Josh se encarga del rancho e intenta sacarlo del agujero en que lo sumieron mi padre y mi tío. Jason está en San Antonio, al frente de las Gestorías McLaughlin. Kanny y Jake están en Oriente Medio, en el cuerpo de las Fuerzas Especiales. Jimmy y Bobby están en la universidad. Y Jeremy…
Se detuvo. Ella esperó con el corazón en un puño. ¿Qué pasaba con Jeremy?
– Supongo que Jeremy no viene mucho por aquí últimamente -lo que ella quería escuchar es que estaba de safari en África o perdido en medio de la Polinesia.
– No. No creo que se atreviera a volver -dijo Kurt, con un inesperado tono de amargura.
Ella lo miró preguntándose si sabría algo. Kurt tenía la mirada perdida, como si él también tuviese malos recuerdos con Jeremy. Bueno, no le costaba creerlo.
De repente, él se giró, se inclinó sobre la mesa y le tomó la mano mientras la miraba fijamente a los ojos.
– El hombre que te dejó cuando estabas embarazada era mi primo Jeremy, ¿verdad?
El había dicho las palabras con dulzura, pero en ellas había una amenaza mortal que hizo que Jodie se estremeciera.